Publicado en diario El universo el 5 de agosto de 2005.
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Los días que cambiaron el futuro de África
sucedieron hace ciento veinte años cuando en la Conferencia de Berlín los
representantes de las potencias europeas decidieron su reparto territorial, con
exclusiva sujeción a sus imperialistas intereses. Cien años después, en 1985,
el primer concierto Live Aid quiso cambiar la situación africana,
tributaria de la saña europea de aquella época. Diez horas de rock, 17.000
toneladas de grano, 2.000 de leche en polvo, 1.200 de azúcar, cosas que el
dinero sí puede comprar y un disco fueron su resultado. La cubierta de este
último afirma que el día del concierto fue el día que “la música cambió al
mundo”. Digamos, para traer la idea a tierra, que solo fue un buen intento de
caridad digestiva.
Hace unos días, sin embargo, se volvió a la carga con un nuevo Live Aid cuyos objetivos visibles eran que el primer mundo aumente su ayuda a África y se condone a ésta su deuda externa. Hubo mucha publicidad y fue un éxito rotundo de difusión, con reunificación de Pink Floyd incluida y un 85% de la humanidad como espectadora. Su promotor, Bob Geldof, estimó que era una “oportunidad única” para salvar a África. Pero se trató solo de mucha música y pocas nueces: el G-8, reunido en Gleneagles, se mantuvo firme en lo suyo, que es defender los intereses de las potencias, tal como sucedió en la Conferencia de Berlín de antaño. Aunque, justo es decirlo, algo de caridad le concedieron a las arcas africanas. Pero quienes sí llevaron la parte del león, como es tradicional, fueron las transnacionales del pingüe negocio de la distribución y la publicidad del concierto: AOL Time Warner, Ford Motor Company, Nokia y EMI Music. La frase de la verdad la dijo el economista canadiense Michel Chossudovsky, “el concierto desvía la opinión pública y distrae la atención mediática del movimiento de protesta contra el G-8, sirve para minar la expresión de voces más radicales [y es útil] para atraer a consumidores y ganar dinero”.
Es evidente que África necesita ayuda y que la colaboración de los artistas pop sirve, en alguna medida, a ese propósito. Pero cabe advertir que las posibilidades de desarrollo de los países del tercer mundo no dependen tanto de la buena voluntad de otros como de la firme acción de nosotros en defensa de nuestros intereses, que tiene expresión, por ejemplo, en la integración del bloque que conforman, entre otros, Brasil, India y China en el marco de la OMC o en la creación de la naciente Comunidad Sudamericana de Naciones. Es imperativo, entonces, reflexionar sobre el contenido de la dádiva y sobre las reales posibilidades de desarrollo tercermundistas, pues se corre el riesgo cierto que la cubierta del disco del concierto de este año diga también, con desenfado, que ese día se cambió el mundo. Y que para variar, nosotros lo terminemos creyendo.
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