Publicado en diario El universo el 14 de octubre de
2006.
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Quien fuera el jurista más importante del siglo XX,
el austriaco Hans Kelsen, declaró en una ocasión: "El pueblo es una pura
creación de la ley: la ley lo convoca para elecciones y una vez cumplido ese
acto lo disuelve como tal". Kelsen tiene razón: esta amalgama de
individuos que llamamos "pueblo" tan solo existe en esos días en que
se lo convoca a elecciones y en la patética retórica de los políticos con pocas
o nulas ideas, que en este país no son escasos. Todos los otros días aquello
que llamamos "pueblo", disperso y abúlico, suele canalizar su
voluntad política en crítica autocomplaciente, insulsos raptos de iracundia o
quemeimportismo. En raras ocasiones, una supuesta porción congregada de la
ficción "pueblo", digamos por ejemplo, 20.000 insatisfechos quiteños
de clase media, se dedican a la puesta en práctica de un incipiente deporte
nacional de discutible ropaje cívico-institucional: defenestrar al mediocre
presidente de turno.
Es sabido que el término democracia significa
etimológicamente "el poder del pueblo"; vale recordar que para
Gilbert K. Chesterton, tanto como la aristocracia era el gobierno de los
maleducados, la democracia era "el gobierno de los sin educación". De
la mezcla de ambas ideas con la citada expresión de Kelsen, obtenemos un
diagnóstico de nuestra realidad política: un pueblo sin educación ejerce cada
cierto tiempo un poder meramente electivo para luego disolverse en naderías o
insurgencias sin proyección futura. Conclusión: como individuos conscientes no
podemos confiar en nuestro ficticio formato de "pueblo".
Tampoco podemos confiar en nuestros políticos que,
con cita de Borges, "se dedican a una versión latinoamericana de la
política: conspirar, mentir e imponerse". Sabemos, o deberíamos saber, que
los políticos prometen de acuerdo con sus expectativas y cumplen de acuerdo con
sus temores. Lo prueban los dichos de la reciente campaña electoral y también
los impunes hechos de nuestra historia republicana. ¿Qué hacer entonces? Nada
sucederá si tú no te involucras salvo, por supuesto, la repetición de los
rasgos de este disperso y abúlico pueblo que se debate miserablemente entre la
crítica autocomplaciente, los insulsos raptos de iracundia o el quemeimportismo
ya mencionados. Entre la ignorancia supina del pueblo elector y la sapiencia
aleve de los políticos elegidos, sí existe ocasión para que los individuos
conscientes participemos de una manera activa en la modificación del status
quo. Mecanismos los hay: la conformación de veedurías ciudadanas, la discusión
de políticas públicas, la presentación de proyectos de ley, la constitución de
células cívicas, el inicio de litigios estratégicos, el ejercicio de la
revocatoria del mandato, la protesta de conformidad con los derechos de reunión
y de libertad de expresión, la manifestación de nuestro repudio a los políticos
que lo merezcan (negándoles el saludo, abandonando el lugar donde comemos
cuando entren ellos al mismo, haciéndoles llegar la expresión escrita o verbal
de nuestro desprecio), entre otras varias que la imaginación autoriza y la
realidad requiere.
Hace dos semanas propuse en esta página (con el
título 'No en nuestro nombre') que expresemos nuestro masivo repudio hacia los
candidatos a diputados. Un buen comienzo, pero que en sí mismo no significa
nada si a este no le otorgan sentido acciones subsiguientes como estas que
describo en el párrafo anterior que contribuyan a repudiar lo que hay, un
estado semifeudal de caudillaje, y a crear lo que no hay, una democracia real y
participativa. Todo lo cual, por cierto, no es trabajo para pusilánimes. Se
requiere de nuestra parte un sólido compromiso político que torne difícil a la
clase política prometernos ridiculeces que no pueden cumplir y que haga que
esta finalmente tema que sus privilegios pueden perderse si nos incumplen o nos
fallan. Suena complejo, y en efecto lo es, de cara a la abulia de la mayoría y
a la mediocridad institucional de este país. Pero como escribió ese gran
cronopio que fue Julio Cortázar: "No todo está perdido, si tenemos el
valor de admitir que todo está perdido, y empezarlo de nuevo". Sé que
Cortázar consentiría esta frase final: no colabores con la mediocridad y actúa
en consecuencia.
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