Justo hoy, 19 de julio, se cumple el primer año de
la muerte de Roberto el Negro Fontanarrosa. Se nos murió el Negro
en su amada Rosario y esa noche se respiró tristeza y se descorchó un malbec
argentino en la cabina del que fue mi programa radial, Juguete Rabioso,
para leer a viva voz el fragmento final del célebre 19
de diciembre de 1971, el gol de Aldo Poy y el infarto del viejo Casale
cuando el referí pitó el final del partido que ganó el equipo al que nunca vio
perder y que lo hizo vivir el día más feliz de su vida (“¡Más vale morirse así,
hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con
la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglo! ¡Así que
morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno
pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa”.), para
recordar la afición de este rosarino por ese equipo canaya, el Rosario
Central (el de Fito Páez, Alberto Olmedo, Che Guevara y Juan Carlos Baglietto,
y tan fanático era el Negro que solía decir “Central es prioridad uno.
No me vengan con el cumpleaños de mamá. Yo me voy a la cancha. Eso es
innegociable”), para envidiar su asesoría creativa de tantos años a los míticos
Les Luthiers (¡la que lo parió, qué lujo!: http://www.lesluthiers.com/),
para admirar el humor de Inodoro Pereyra y Boogie el Aceitoso, de
sus obras de fútbol y sexo, de las decenas de dibujos y cuentos que tienen esta
extraña capacidad de decir lo profundo de manera simple e ingeniosa, para
celebrar el que haya existido una persona dueña de tanta grandeza, que fuera al
mismo tiempo que un genio, un tipo humilde y entrañable, tan de entrecasa como
para declarar, “De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo
sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí.
No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien
se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»”. Es que ésa es Negro,
ésa es.
Una esclerosis lateral amiotrófica que el Negro
se tomó con filosofía (declaró en TV: “Cuando me explicaron de qué se trataba
mi enfermedad, lo primero que pensé fue: ¿por qué a mí? Pero después entendí,
¿y por qué no?"), esto es, con inquebrantable sentido del humor, sin
pérdida de risas ni disminución de grandeza, lo condujo a una muerte temprana,
a los 62 años. En esa ocasión, volví a comprarme sus obras, volví a releerlas,
lo tertuliamos en compañía de esos hermanos que uno escoge, los amigos (muy a
la usanza del propio Fontanarrosa en la cotidiana y exquisita Mesa de los
Galanes del bar El Cairo). Pero no hice en esa ocasión, lo que hago
hoy: este merecido tributo que le rindo a una vida y una obra admirables. No sé
si el Negro lo sepa, pero esta noche levantaré una copa de vino
(argentino, ¡faltaba más!) a la buena salud de nuestra memoria, que goza a
Fontanarrosa y no lo olvida.
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