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Olmedo y su risible carta a Bello

24 de agosto de 2020


En marzo 20 de 1827, José Joaquín de Olmedo, guayaquileño, de 44 años cumplidos en ese mismo día, le escribió una carta al gran Andrés Bello*, una de las cumbres intelectuales de América, en los siguientes términos:

Si Ud. me dijera que desea verme para darme un abrazo, me haría una expresión dulce y lisonjera para mí; pero diciéndome que desea verme para pedirme consejos, me hace Ud. un cumplimiento que debe ser risible, puesto que me ha hecho reír’.

Después se dirige a Bello, así: ‘Ud. es el demonio. ¡Pensar que yo puedo hacer versos ahora, y aquí, y pronto, y para EL REPERTORIO! Ud. ha visto los pocos que tengo conmigo; indignos, no digo de la prensa pública, pero aun de la prensa de la carpeta en que duermen en paz’.

Y debe haber sido buen dato, Olmedo, por el tono gracioso y componedor con el que sale al paso de este brete: ‘Pero con el deseo de complacer a Ud. de algún modo, le propongo darle una composición muy superior a todo lo que yo puedo dar ni aun exprimido’, le dice, para ofrecerle a Bello la obra de otro, una ‘Oda a los Pueblos de Europa’, que iba a ir firmada ‘Un Colombiano. 1824’.

Y se despide de Bello, con esta chanza:

En fin ya mis hijos no podrán escribir sobre mi losa:
            Yace aquí Olmedo, que no era
            Ni académico siquiera

Después de su firma, agregó, con cortesía: ‘Finísimas a mi comadre, ahijado, niños y García’. Un final sublime.

Leída y releída, puedo decir, como Olmedo, que su carta ‘debe ser risible, puesto que me ha hecho reír’. Y es un gran cumplido**.

* José Joaquín de Olmedo. Epistolario’, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Editorial J. M. Cajica Jr., Puebla, 1960, pp. 270-1.
** Decía el egregio Negro Fontanarrosa: ‘Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»’. Creo que una aspiración similar abrigaba José Joaquín de Olmedo en algunas de sus cartas.

Contra el Mundo Vegano

23 de noviembre de 2019


LOL, he tenido dos episodios desternillantes en los últimos días: el primero de ellos, la lectura y goce de una viñeta del gran Inodoro Pereyra, que corresponde al ‘Inodoro Pereyra 13’ de Ediciones de la Flor (“El rumiante primigenio”) y deparó estos desopilantes fragmentos:


Persuasivo, Pereyra*:


Pero Fontanarrosa es una chichigua frente a las aventuras de la Dra. Polo y el Niño Vaca. Tropecé con esto en TV y no pude parar de verlo: no sé cómo será como espacio para impartir justicia (?) pero como comedia el show de la Dra. Polo estuvo increíble. El capítulo tiene dos momentos cumbres: el primero bien podría llamarse “La Dra. Polo contra el Niño Vaca”; y el segundo, “La Dra. Polo contra el Mundo Vegano (o “vayan a tomar vitaminas, chuchamadre”)”. Ninguno tiene pérdida.

Imagen del diálogo entre la Dra. Polo y el Niño Vaca. El video, acá.

* Nótese como el “¡Y cómo no va a estar débil si come esas porquerías!” de Inodoro Pereyra prefigura el argumento toral de la Dra. Polo en su audiencia.

Morir así

18 de julio de 2018


Yo quiero escribir como el Negro Fontanarrosa, para que después se me acerque alguno y me diga: “me cagué de risa con tu libro” (de eso van las aventuras de Mahuad, p. ej.). Y si de morir se trata, yo quisiera morirme como el viejo Casale, tal como está descrito en el fabuloso cuento del Negro 19 de diciembre de 1971, sobre el día que al viejo se lo llevaron a los tablones del estadio a ver triunfar al equipo de sus amores (Rosario Central, los canallas) por sobre su clásico rival (Ñuls, la lepra):  

“¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante! Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos: “¡Qué importa!” ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa.”

Yo también.

P.S. Se nota que en mi panteón particular de héroes, el Negro está allá arriba, en Olimpo VIP.

Fútbol y arte

18 de enero de 2017

Cuando pienso en arte, pienso en esto:



 
Mi Maestro es el Negro Fontanarrosa y su magnífico relato “Viejo con árbol”.

Es cuanto.

El García pre-té de boldo incluso era superhéroe

13 de enero de 2010

En compañía del Mestre Maravilla y montado en Moto Nebbia, el superhéroe García aplaca con reverendo ostión a la nalgona lobotomizada de Shakira (esa gutural cantante que tiene “resbalones de sonido en sus cuerdas vocales” como dijera con imaginativa precisión el genio del Negro Fontanarrosa) la que ha tenido el pésimo detalle de invadir Buenos Aires para destruirlo a punta de caderazos… Por fortuna, el García pre-té de boldo estaba allí, presto para impedirlo:

tres comentarios cinematográficos tres

9 de marzo de 2009

La reproducción de DVD’s piratas me deparó dos biografías y la delirante historia de dos subnormales:

Milk
Conocí esta película por esta entrada en la bitácora de Juan Fernando Andrade. De todas maneras, es altamente probable que la publicidad de sus ocho nominaciones al Oscar y la merecida estatuilla que recibió Sean Penn por su memorable actuación como Harvey Bernard Milk me la depararían en el curso de los días. La película, dirigida por Gus van Sant, cuenta la historia del primer hombre de abierta orientación sexual homosexual en ser elegido como miembro del board of supervisors (en español local: concejal) de la ciudad de San Francisco. (Imagínense un concejal similar en la M. I. Municipalidad de Guayaquil: el Androide Nobot would get mad.) La película es el azaroso tránsito de un homosexual de closet a un activista político narrada con solvencia, raptos de ternura y crítica social. Sean Penn, en su discurso de recepción del Oscar, declaró: “Para aquellos que vieron las demostraciones de odio mientras nuestros vehículos llegaban esta noche, pienso que es un buen momento para que aquellos que votaron a favor de la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo se sienten y reflexionen y que prevean la gran vergüenza que sentirán y la vergüenza que verán en los ojos de sus nietos si continúan apoyando eso. Todos debemos tener los mismos derechos”.

Es probable que los argumentos, como sostenía Ralph Waldo Emerson, no convenzan a nadie, así como no es improbable que sí lo hagan las emociones. Acaso Milk contribuya a emocionarnos lo suficiente como para empezar a comprender que no existen sólidas razones para negarles a los homosexuales lo que Sean Penn reclama, esto es, que todos debemos tener los mismos derechos. Debería ser obvio, pero la estupidez humana es infinita (Einstein dixit) y no lo es.

Be kind, rewind
Un subnormal de nombre Jerry (que lo interpreta Jack Black, un gordito especialista en interpretar subnormales) sospecha que una planta eléctrica ataca su cerebro e intenta sabotearla. La consecuencia de su fallido sabotaje es la capacidad de borrar las cintas de VHS del local donde trabaja su amigo Mike (otro subnormal, interpretado por Mos Def): Jerry las borra todas. La respuesta de Jerry y Mike ante este hecho es empezar a filmar las películas que se borraron. Ahí comienza lo bueno: su primera producción es Ghostbusters, que se convierte en inmediato éxito barrial. Le siguen Rocobop, Odisea 2001, El Rey León, decenas de otras. A todas estas películas se las llama sweded (suecadas) porque se argumenta que demoran en llegar y cuestan más porque provienen de Suecia (el término tiene repercusión en la vida real). La historia se torna comunitaria y sentimental, pero se sostiene bien y no busca un estúpido final feliz (ni siquiera a ritmo de jazz). Dirigida por Michael Gondry (sí, el mismo de Eternal Sunshine of the Spotless Mind y director de los vídeos de Bjork) después de fumarse unos porros del porte de la catedral de Colonia (Kölner Dom, para el público ilustrado). Enhorabuena. Chida.

Lenny

Era otro Estados Unidos en esa época. Hace rato que las cosas que dijo Leonard Alfred Schneider (inmortalizado como Lenny Bruce) sobre sexo y religión son moneda común del stand-up comedy. Pero en esa época su actitud no convencional le implicó el inicio de varios juicios por obscenidad­: el primero, en octubre de 1961, por enriquecer su rutina de humor con la palabra cocksucker (mamaverga). Dustin Hoffman interpreta, en pleno dominio del personaje y de manera no menos que soberbia, a este Lenny complejo, contradictorio, autodestructivo, al tiempo que frontal y desafiante de las formas que demandaba lo políticamente correcto y la hipocresía generalizada en aquel entonces. Lenny sabía (como lo supo el maestro Fontanarrosa, aquí y acá) que las malas palabras no existen, porque precisamente es su supresión la que les concede el poder, la violencia y el vicio, porque es, precisa y paradójicamente, esa propia hipocresía que las censura la que les concede la fuerza que luego les reprocha.

El filme es trepidante, exhibe una tormentosa relación amorosa (adornada de un par de exquisitas tetas) y una serie de monólogos en los que Hoffman expone el mejor Lenny. Memorable. (Lenny Bruce murió de sobredosis en agosto de 1966.)

Nota: El lector aguzado intuirá que además de compartir origen judío* Milk y Bruce compartieron la reivindicación de derechos. Milk, el derecho al libre desarrollo de su personalidad, a decidir sobre su orientación sexual; Bruce el derecho a la libertad de expresión. Hacia 1974, uno de los perseguidores de Bruce declaró: "hoy en día, cualquier abogado de la acusación que dedicara dos minutos a pensar si Bruce debe ser acusado tendría que hacerse ver de la cabeza". Más todavía, en diciembre de 2003 el Estado de Nueva York, en cabeza del Gobernador George Pataki, le concedió a Lenny Bruce un perdón póstumo en razón de su condena por obscenidad. (Fue el primer perdón póstumo en la historia del Estado; Pataki señaló que era “una declaración del compromiso de Nueva York de sostener la Primera Enmienda de la Constitución”.) At the end, you know, Lenny Bruce was right: su reivindicación es parte de los derechos de toda persona. Acaso Sean Penn lleve razón en su discurso de recepción del Oscar y todos quienes hoy se oponen a la prohibición del matrimonio homosexual (no se diga tanto tonto que se opone, en nombre de Dios u otras abstracciones, a las relaciones homosexuales) cuando pase el tiempo perciban el tamaño de su error y se avergüencen un poco de sí mismos, o peor, sea su propia parentela quienes digan en sobremesa familiar, hey, abuelo [o Papá, o tía Gertrudis, etc.] era un poco tonto, ¿no? Pensaba que algunas personas no tenían derecho a decidir por sí mismas lo qué era lo mejor para ellas. Pues no sean tontos y ahórrense el bochorno.

* Justamente esta mañana leí que “los judíos, arguye Veblen, son de algún modo forasteros en cada país y esa condición les permite ser innovadores y formular críticas lúcidas; críticas, precisamente, de aquellos hechos que están ocultos para las personas que han nacido dentro de la cultura de cada país. Esas personas aceptan hechos como inevitable porción de la realidad; no perciben, no pueden percibir, lo convencional o lo falso que puede haber en ellos. El judío, en cambio, mira objetivamente las culturas occidentales; por eso puede innovar en ellas”. (Borges, Jorge Luis, Textos recobrados (1931-1955), Pág. 267). Para una anotación sobre la influencia de los judíos en Ecuador, v. Hurtado, Osvaldo, Las costumbres de los ecuatorianos, Pág. 277-284.

Una vez Argentina

22 de febrero de 2009

Se le atribuye a Octavio Paz aquella feliz humorada de que los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos. Sé (porque lo releí los otros días colgado en mi hamaca en el Inodoro Pereyra No 14) que Inodoro discute con su perro Mendieta acerca del ser argentino. El Negro Fontanarrosa, siempre genial, coloca el siguiente dialogo en sus bocas: “Inodoro: ‘… han forjáu un Ser Nacional, más buscáu que el Eslabón Perdido’. Mendieta: ‘Es que no somos el Ser Nacional. Somos el Ser Internacional’”.

Eso es cierto. El libro de Andrés Neuman, Una Vez Argentina, puede fungir de competente prueba de ese “Ser Internacional”. Neuman, descendiente de lituanos, polacos, españoles e italianos (pero, ¡cómo no?) advierte en el prefacio que “todos los personajes reales de esta novela aparecen como ficciones. Todas las invenciones que hay en ella quisieran parecer probables”. De esos personajes y sus probabilidades nos habla Neuman en su novela, y lo hace con maestría.

Me interesa, en todo caso, destacar el escenario que influyó para que Neuman y su narrativa sean posibles. En la Argentina de mediados del siglo XIX se dictó una Constitución que, en palabras de Courtis y Abramovich, otorgó una importancia no menor “al aseguramiento de la educación primaria por parte de las provincias –dato que prefigura la importancia de las élites liberales locales otorgarán a la educación como factor de unidad nacional”; fue presidente Sarmiento, quien declaró "gobernar es poblar" y tradujo en hechos la importancia constitucional de la educación. La consecuencia, según el escritor Marcos Aguinis, fue que el sistema educativo “logró una disminución sostenida del monstruoso analfabetismo, aceleró la integración de la avalancha inmigratoria, estimuló el arraigo nacional y el sentimiento de patria. Expandió una base cultural común sobre la que era posible la creación, el respeto y saludables diferencias”.

Para esa misma época en Ecuador gobernó una de las pocas personas que en el siglo XIX se tomó en serio la Presidencia de la República: Gabriel García Moreno. También le concedió importancia a la educación, pero lejos de amalgamar una identidad de país (todavía hoy a retazos) la tiñó de ese fanatismo que tanto lo caracterizó. En materia educativa, en el país se aplicó el artículo 3 del Concordato: “La instrucción de la juventud en las universidades, facultades, escuelas públicas y privadas, será en todo conforme a la doctrina de la Religión Católica”. La consecuencia, según Osvaldo Hurtado, es que el pueblo “cae en el fatalismo, se considera impotente para transformar el mundo, se enajena de la realidad que le rodea y adopta actitudes contemplativas que mantienen estática a la sociedad y facilitan la explotación general”. Esa aciaga realidad no se disipa (digamos, Padre Arregui mediante, por ejemplo) todavía.

Quiero no omitir que la trascendencia cultural de Argentina no está en duda. Acaso este libro de Neuman lo pruebe, acaso sea obra de los constituyentes liberales del siglo XIX y de la férrea voluntad de un hombre. Nosotros, todavía, en otro borde.

El negro

19 de julio de 2008

Justo hoy, 19 de julio, se cumple el primer año de la muerte de Roberto el Negro Fontanarrosa. Se nos murió el Negro en su amada Rosario y esa noche se respiró tristeza y se descorchó un malbec argentino en la cabina del que fue mi programa radial, Juguete Rabioso, para leer a viva voz el fragmento final del célebre 19 de diciembre de 1971, el gol de Aldo Poy y el infarto del viejo Casale cuando el referí pitó el final del partido que ganó el equipo al que nunca vio perder y que lo hizo vivir el día más feliz de su vida (“¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglo! ¡Así que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa”.), para recordar la afición de este rosarino por ese equipo canaya, el Rosario Central (el de Fito Páez, Alberto Olmedo, Che Guevara y Juan Carlos Baglietto, y tan fanático era el Negro que solía decir “Central es prioridad uno. No me vengan con el cumpleaños de mamá. Yo me voy a la cancha. Eso es innegociable”), para envidiar su asesoría creativa de tantos años a los míticos Les Luthiers (¡la que lo parió, qué lujo!: http://www.lesluthiers.com/), para admirar el humor de Inodoro Pereyra y Boogie el Aceitoso, de sus obras de fútbol y sexo, de las decenas de dibujos y cuentos que tienen esta extraña capacidad de decir lo profundo de manera simple e ingeniosa, para celebrar el que haya existido una persona dueña de tanta grandeza, que fuera al mismo tiempo que un genio, un tipo humilde y entrañable, tan de entrecasa como para declarar, “De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»”. Es que ésa es Negro, ésa es.

Una esclerosis lateral amiotrófica que el Negro se tomó con filosofía (declaró en TV: “Cuando me explicaron de qué se trataba mi enfermedad, lo primero que pensé fue: ¿por qué a mí? Pero después entendí, ¿y por qué no?"), esto es, con inquebrantable sentido del humor, sin pérdida de risas ni disminución de grandeza, lo condujo a una muerte temprana, a los 62 años. En esa ocasión, volví a comprarme sus obras, volví a releerlas, lo tertuliamos en compañía de esos hermanos que uno escoge, los amigos (muy a la usanza del propio Fontanarrosa en la cotidiana y exquisita Mesa de los Galanes del bar El Cairo). Pero no hice en esa ocasión, lo que hago hoy: este merecido tributo que le rindo a una vida y una obra admirables. No sé si el Negro lo sepa, pero esta noche levantaré una copa de vino (argentino, ¡faltaba más!) a la buena salud de nuestra memoria, que goza a Fontanarrosa y no lo olvida.