La vuelta de Cali deparó, entre tantas otras cosas, la recepción tardía de familiares regalos navideños. A la usual y siempre bienvenida porción de ropa y perfumes, se añadieron una botella de vino y cortesía de mamá… una pelota de fútbol.
Lo mejor de las navidades en la niñez son la sorpresa de los regalos y la satisfacción de recibir aquellos que se anhelan con particular devoción. Mi memoria registra felices ejemplos de esa sorpresa y esa satisfacción. De la sorpresa, la Navidad de mis seis años, en Playas, cuando mi mamá disfrazada de Papá Noel me entregó una bicicleta de spiderman (mi tía Marta me regaló un reloj-robot, que estalló en pedazos frente a mis ojos –un happening prematuro) con la que, paciente enseñanza de mi tío Óscar mediante y sobre la calle polvorosa en las afueras de la casita vieja –la casa de playa que mi abuelo situó frente al hipódromo Costa Azul, para mirar feliz y whisky en mano, las carreras de caballos- aprendí a conducir bici. De satisfacción, la Navidad de mis nueve años cuando mi mamá me regaló la pelota de fútbol del Mundial del ’86, la Azteca de Adidas, que tanto anhelaba para jugar fúbol en la cancha de cemento del Cristóbal, donde pasé tantas tardes de mi infancia (a despecho de mis deberes escolares). Súmesele a esos regalos navideños, el libro Las Aventuras de Tom Sawyer del entrañable Mark Twain que mi abuela me regaló un día cualquiera cuando tenía unos cinco o seis años en el departamento de Vélez y Boyacá donde vivía, que todavía conservo en mi biblioteca remendado por su hacendosa mano y que me inició en la condición (dicho sea a instancias de Borges) de la que más me enorgullezco, la de lector, y todos en conjunto son las tres actividades de las que más he sido devoto en mi vida: el fútbol (para jugarlo, verlo, discutirlo) la bicicleta (para recorrer cientos de kilómetros, en plan recreacional o funcional) y la lectura (para cultivar gustos sencillos y mente compleja). Sazónese estos tres con amigos, viajes y copas, y lo mejor de mi vida pasa allí.
Todo lo evoca esta pelota de fútbol, que aguarda estreno este sábado, ojalá en la playa pa' celebrar el inicio de temporada.
Lo mejor de las navidades en la niñez son la sorpresa de los regalos y la satisfacción de recibir aquellos que se anhelan con particular devoción. Mi memoria registra felices ejemplos de esa sorpresa y esa satisfacción. De la sorpresa, la Navidad de mis seis años, en Playas, cuando mi mamá disfrazada de Papá Noel me entregó una bicicleta de spiderman (mi tía Marta me regaló un reloj-robot, que estalló en pedazos frente a mis ojos –un happening prematuro) con la que, paciente enseñanza de mi tío Óscar mediante y sobre la calle polvorosa en las afueras de la casita vieja –la casa de playa que mi abuelo situó frente al hipódromo Costa Azul, para mirar feliz y whisky en mano, las carreras de caballos- aprendí a conducir bici. De satisfacción, la Navidad de mis nueve años cuando mi mamá me regaló la pelota de fútbol del Mundial del ’86, la Azteca de Adidas, que tanto anhelaba para jugar fúbol en la cancha de cemento del Cristóbal, donde pasé tantas tardes de mi infancia (a despecho de mis deberes escolares). Súmesele a esos regalos navideños, el libro Las Aventuras de Tom Sawyer del entrañable Mark Twain que mi abuela me regaló un día cualquiera cuando tenía unos cinco o seis años en el departamento de Vélez y Boyacá donde vivía, que todavía conservo en mi biblioteca remendado por su hacendosa mano y que me inició en la condición (dicho sea a instancias de Borges) de la que más me enorgullezco, la de lector, y todos en conjunto son las tres actividades de las que más he sido devoto en mi vida: el fútbol (para jugarlo, verlo, discutirlo) la bicicleta (para recorrer cientos de kilómetros, en plan recreacional o funcional) y la lectura (para cultivar gustos sencillos y mente compleja). Sazónese estos tres con amigos, viajes y copas, y lo mejor de mi vida pasa allí.
Todo lo evoca esta pelota de fútbol, que aguarda estreno este sábado, ojalá en la playa pa' celebrar el inicio de temporada.
2 comentarios:
Ya te gané, Xavier. Estrené el año este fin de semana en Montanita con una pequeña dosis de fútbol (entre otras cosas).
Chévere que te hayan regalado pelota de fútbol. Yo a falta de una tuve que arrimarme a algún grupo de incautos que estuviesen jugando... Me hicieron pedazos.
Bien, buena onda el fut en la playa aunque se pierda (porque como dedica Galeano al inicio de El Fútbol a Sol y Sombra: "Las páginas que siguen están dedicadas a aquellos niños que una vez, hace años, se cruzaron conmigo en Calella de la Costa. Venían de jugar al fútbol, y cantaban: "Ganamos, perdimos, igual nos divertimos"). Yo mañana estreno la pelota en Mar Bravo. Aunque es probable (no me calienta tanto, es mejor entre semana) que recale en Montañita por la noche, y acaso haya un picadito la mañana siguiente. Saluz.
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