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El centenario de Eric Bentley

14 de septiembre de 2016

He terminado esta tarde de ordenar los libros que heredé de mi abuelo Edmundo (el “Tato”), libros que él coleccionó entre fines de los años ‘30 y mediados de los ‘50. Entre ellos, muchos libros clásicos y del siglo diecinueve (editados por Jackson y por Montaner y Simón) y algunas biografías publicadas en México D.F. por Biografías Gandesa, que han sido los últimos libros que he ingresado en el inventario. Un total de trece biografías, sobre Solimán El Magnífico, Disraeli, Lincoln. Y una de ellas, sobre el gran George Bernard Shaw.

El autor de este último libro sobre el irlandés Shaw (1856-1950) es el inglés Eric Russell Bentley. Es probable que de todos los nombres que he incorporado durante esta tarde en el inventario, de Esquilo a Erckmann-Chatrian, sea el nombre de Eric Bentley, crítico de arte, director, cantante y autor de una biografía sobre Shaw cuya primera edición data de 1947 (la edición de Biografías Gandesa es de 1951), el único que representa a una persona que aún está viva. Justo hoy 14 de septiembre de 2016, Eric Bentley se convirtió en centenario y lo festeja en Nueva York (1).  

(1)Eric Bentley’, Encyclopædia Brittanica; ‘Today in history: Critic, playwright, Brecht translator Eric Bentley born’, peoplesworld.org.

90 años de la abuela

26 de febrero de 2016


HOY GRAN FIESTA GRAN
Junto a Nadya, en la isla Santay (días antes de salir a Australia).

Club Sport Guayaquil, 1912

15 de febrero de 2010


Me he quedado en Guayaquil este feriado para disfrutar, entre otras cosas, de mi hamaca y de buena literatura. Me agencié para la ocasión la Biblioteca del fútbol ecuatoriano, una obra colectiva en cinco tomos editada por cuatro personas (Raúl Pérez Torres, Kintto Lucas, Pablo Samaniego y Fernando Carrión, quien fue reincidente). Me he deleitado leyendo el cuarto tomo, Quema de tiempo y área chica. Fútbol e historia, donde en el artículo de Javier Velásquez Villacís titulado Historia del fútbol ecuatoriano desde Guayaquil, me encontré con estas líneas, un tanto barrocas en su redacción, pero interesantes en su contenido:

“Fue también en Quito ‘… cuna de raros milagros, de apasionadas leyendas’, en donde con gran espíritu competitivo, se inició el primer torneo entre ciudades, cuando el 10 de agosto de 1912 el conjunto Guayaquil fue invitado a competir en la capital. Luego de superar grandes inconvenientes, los aguerridos guayacos emprendieron el viaje en un vagón acicalado con los banderines de los clubes europeos de su predilección. El viaje fue tortuoso, pero el propósito valía el sacrificio, al fin, como hermanos ecuatorianos, los esforzados cultores de nuestro naciente balompié se darían las manos y competirían sanamente, legándole al país ese momento imborrable cuando el sudor, la garra y el pundonor de los jóvenes idealistas se juntaron en un pacto de fraternidad ecuatoriana que solamente el deporte ha logrado mantener en nuestro país, azotado por el resultado de la diferencias políticas y partidistas.

En este histórico evento, Guayaquil logró vencer a su rival y anfitrión por el puntaje de 4 a 0, con Julio Vásconez en el arco; Reyes y Madinyá en la zaga; Uraga, Dunn y González en la línea media; y, Seminario, Plaza, Aguirre, Guzmán y Wright en la delantera”.

Este fragmento me hizo inmediato clic con esta fotografía de mi acervo familiar, en la que figuran mi bisabuelo y mi tío bisabuelo, Juan Xavier y Carlos Alberto Aguirre Oramas:

 
El Aguirre que formó filas del equipo guayaco que venció al paisanaje en 1912 es, creo, Carlos Alberto.

Cucamonga dance!

1 de diciembre de 2009

Hoy es el cumpleaños de mi primo Fernando (en esta foto con San Antonio García de Diego y este servidor). Corto de presupuesto, valga de regalo, J Abrazo de gol.

P.S.- Haz clic moderno para regalo random adicional.

50 años después...

22 de noviembre de 2009

Este viernes invité a mi abuela al concierto de Raphael, su artista favorito. Yo no guardaba mucha expectativa del espectáculo y lo recordaba a Raphael como uno de los cantantes que mi mamá escuchaba en la casetera del carro cuando yo era pibito. Me sorprendí de mí mismo de saberme tantas de sus canciones, de que el espectáculo de este artista me haya gustado tanto; me congratulé de haberla llevado a mi abuela, de verla tan dichosa.

La canción que le da título al disco, 50 años después, la compuso Joaquín Sabina, tiene joya de letra (que ese tiramisú cítrico y patético sea sólo un bajón en su carrera) y la interpretación que le hace Raphael es excelente y con bombín. Digno de escabio.

50 años después

Sabina: Recuerdo los carteles del niño de Linares/ arrasando en el Talk of the Town / yo andaba sin papeles/ pasando por los bares mi bombín de ubetense underground.
Raphael: 50 años después yo sigo siendo aquel/ le dijo al doctor Jekill, Mr. Hyde / tan joven y tan viejo / buscando en el espejo mi look de Peter Pan y Dorian Gray/
Los dos: Y aquí estamos los dos/ tan diferentes / tan imposibles / tan contracorrientes / celebrando la vida al alimón/ 50 abriles en el escenario/ por mucho que se empeñe el calendario /nadie nos va a quitar esta canción.
Sabina: Estabas tan arriba que mi alma a la deriva se preguntaba siempre ¿y cómo es él? / por fin hoy mano a mano/ ejerzo de paisano/ brindándole un burel a Raphael
Raphael: Qué gusto hacer amigos/ ustedes son testigos/ del mundo que me pongo por montera / mi corazón no miente /bendita sea la gente/ que hace de nuestro otoño primavera/
Sabina: Quemando nuestra nave/ nadie nos dio la llave/ que abre la puerta falsa de la gloria
Raphael: Ni roto ni muñeco/ más húmedo que seco/ lo nuestro es un mañana con memoria

Otra de familia: la fiesta de los Aguirre

17 de julio de 2009

Quienes somos descendientes de Juan X. Aguirre Oramas y María Avilés Elizalde y algunos parientes laterales tenemos a bien, cada cierto tiempo, participar de una fiesta familiar. La más reciente acaeció este sábado 11 de julio. Ya la foto familiar del grupo de los descendientes del quinto de los trece hijos de ese matrimonio (“todos vivos, ninguno bobo”, según cuentan), a la sazón, mi abuelo Antuco (A.K.A. Toro Padre) empezaba un poco delirante, como se aprecia a continuación:

Luego, en plan fraterno, vinieron los concursos de talentos (¡ay de mí, ja!), el furtivo piscinazo, el baile con asomos crecientes de ridiculez (do quiera esté el meneaíto…), la mezcla de vodka con chupitos de agua loca, güisqui, vino y lo que nos se venga, la representación física de la canción de los buenos borrachos en más de docena de nosotros y la conformación de la resistencia juvenil en siete de los que, creo recordar pero no me siento en capacidad de asegurarlo, quedamos en pie hacia el final de esa divertida noche:

Dejo expresa constancia que el espíritu lúdico de mi abuelo Antuco vive en cuatro de los siete resistentes. Al día siguiente, estuve muy tentado a crear el grupo de feisbuc “quisiera ser el Conde Decapitado para alivianarme de mi chuchaqui”, pero mucha agua, sopa china y una siesta cumplieron ese nobilísimo propósito –oh, what a night!

Noticia familiar: ¡soy tío!

Desde las 21:15 de ayer, 16 de julio, día del Maracanazo, soy tío. Foto del primer encuentro madre e hija, y mucha alegría.

83 años

26 de febrero de 2009

De vuelta (fútbol, bici, lector)

7 de enero de 2009

La vuelta de Cali deparó, entre tantas otras cosas, la recepción tardía de familiares regalos navideños. A la usual y siempre bienvenida porción de ropa y perfumes, se añadieron una botella de vino y cortesía de mamá… una pelota de fútbol.

Lo mejor de las navidades en la niñez son la sorpresa de los regalos y la satisfacción de recibir aquellos que se anhelan con particular devoción. Mi memoria registra felices ejemplos de esa sorpresa y esa satisfacción. De la sorpresa, la Navidad de mis seis años, en Playas, cuando mi mamá disfrazada de Papá Noel me entregó una bicicleta de spiderman (mi tía Marta me regaló un reloj-robot, que estalló en pedazos frente a mis ojos –un happening prematuro) con la que, paciente enseñanza de mi tío Óscar mediante y sobre la calle polvorosa en las afueras de la casita vieja –la casa de playa que mi abuelo situó frente al hipódromo Costa Azul, para mirar feliz y whisky en mano, las carreras de caballos- aprendí a conducir bici. De satisfacción, la Navidad de mis nueve años cuando mi mamá me regaló la pelota de fútbol del Mundial del ’86, la Azteca de Adidas, que tanto anhelaba para jugar fúbol en la cancha de cemento del Cristóbal, donde pasé tantas tardes de mi infancia (a despecho de mis deberes escolares). Súmesele a esos regalos navideños, el libro Las Aventuras de Tom Sawyer del entrañable Mark Twain que mi abuela me regaló un día cualquiera cuando tenía unos cinco o seis años en el departamento de Vélez y Boyacá donde vivía, que todavía conservo en mi biblioteca remendado por su hacendosa mano y que me inició en la condición (dicho sea a instancias de Borges) de la que más me enorgullezco, la de lector, y todos en conjunto son las tres actividades de las que más he sido devoto en mi vida: el fútbol (para jugarlo, verlo, discutirlo) la bicicleta (para recorrer cientos de kilómetros, en plan recreacional o funcional) y la lectura (para cultivar gustos sencillos y mente compleja). Sazónese estos tres con amigos, viajes y copas, y lo mejor de mi vida pasa allí.

Todo lo evoca esta pelota de fútbol, que aguarda estreno este sábado, ojalá en la playa pa' celebrar el inicio de temporada.

Tío Jorge

7 de agosto de 2008

Se me hace cuento que mi tío Jorge haya muerto, hoy, hace cuatro años. Cuando mis viejos se separaron (yo era un niñito con cerquillo y sin conciencia ninguna del hecho) mi tío Jorge siempre estuvo allí, siempre. Recuerdo un Niva y un Volkswagen, en los que solía llevarme a la vieja casa de playa en Costa Azul (frente a lo que fue, en los tempranos 80, el hipódromo del mismo nombre) en compañía de mi mamá y de mi abuela. Pasaron los años, compartimos la afición por los caballos (esa gran pasión de la familia Aguirre -mi tío era veterinario y no pocas veces lo acompañé a los Haras) e incluso vivió un tiempo en mi casa. Tuve ocasión de decirle lo mucho que lo quiero. Una noche que yo dormí fuera de casa, mi mamá me llamó temprano para decirme que mi tío Jorge había muerto. Recuerdo el dolor; recuerdo que yo leía y leía, sin cesar y repitiéndolo en voz baja como si fuera un bálsamo para todas estas cosas que no se pueden entender ni curar, un poema de Charles Bukowski que, de alguna manera, representaba a mi tío en mi memoria. Se llama One for the old snaggle-tooth, y lo copio en su idioma original, como lo viví en esos días:

I know a woman
who keeps buying puzzles
chinese
puzzles
blocks
wires
pieces that finally fit
into some order.
she works it out
mathematically
she solves all her
puzzles
lives down by the sea
puts sugar out for the ants
and believes
ultimately
in a better world.
her hair is white
she seldom combs it
her teeth are snaggled
and she wears loose shapeless
coveralls over a body most
women would wish they had.
for many years she irritated me
with what I considered her
eccentricities-
like soaking eggshells in water
(to feed the plants so that
they'd get calcium).
but finally when I think of her
life
and compare it to other lives
more dazzling, oringinal
and beatiful
I realize that she has hurt fewer
people than anybody I know
(and by hurt I simply mean hurt).
she has had some terrible times,
times when maybe I should have
helped her more
for she is the mother of my only
child
and we were once great lovers,
but she has come through
like I said
she has hurt fewer people than
anybody I know,
and if you look at it like that,
well,
she has created a better world.
she has won.

Frances, this poem is for
you.

Mi tío Jorge nunca dañó a nadie y creó, con simples cosas y detalles, creó un mundo mejor. He won. Él ganó.