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Los corsarios de 1624

15 de diciembre de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 15 de diciembre de 2023.

Esta es la historia del ataque que, el año de N. S. de 1624, hicieron unos corsarios a una ciudad tropical de la América del Sur ubicada en la culata de un río, en la cima de un cerrito, poblada por unas 2.000 ó 3.000 almas. 

Empecemos por el Condado de Flandes, compuesto por los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Por carambolas matrimoniales, este territorio terminó en posesión de Carlos V de Alemania, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El Emperador Carlos V había nacido en Gante (ciudad del Condado de Flandes, hoy en Bélgica) y era también rey de Castilla y León con el nombre de Carlos I, aunque carraspeaba muy malamente el castellano. En el Condado de Flandes era querido, pues era uno de los suyos.  

Cuando el Emperador abdicó en 1556, ascendió al poder su hijo Felipe. Este hombre había nacido en Valladolid, hablaba castellano y en el Condado de Flandes no era querido, pues no era uno de los suyos. Entonces, a las armas: en el curso de una lucha sostenida entre 1568 y 1648, tras el fin de una tregua en 1621, en Países Bajos organizaron a unos corsarios (piratas con patente) para, en asocio con los ingleses, atacar las posesiones de España en América, en especial, las que estaban en su lado Atlántico. Pero algunos corsarios se aventuraron a atacar sus posesiones en el lado Pacífico. Y así llegó la flota del corsario Jacques L’Hermite, en 1624, a Guayaquil.  

L’Hermite nació en Amberes (su nombre original era Jacques de Clerck) y uno de sus afanes en este turbio negocio de saquear pueblos costeros auspiciado por unos insurgentes rebelados contra el dominio español era la toma del puerto del Callao. Pero advertidos como estaban en Perú, dicho puerto se hallaba bien defendido, por lo que la flota de once navíos de L’Hermite sólo pudo bloquearlo y enviar algunos navíos a saquear los puertos de los alrededores. Y así fue que se llegó a Guayaquil el 6 de junio de 1624 (también se atacó a Pisco y Puerto Viejo).

A Guayaquil llegaron los galeones Mauritius y Hoop, al mando del contraalmirante Verschoor (L’Hermite ya no podía ser el hombre al mando, pues había muerto de disentería y escorbuto el 2 de junio). Gobernaba la ciudad un corregidor, Diego de Portugal, que contaba con una fuerza de alrededor de 200 hombres armados. Pero los invasores sumaban el doble, y pudieron llegar cerca de la ciudad sin hacerse notar. En Guayaquil sólo se atinó a organizar una evacuación, y la ciudad fue saqueada. Los invasores se retiraron con el botín de su rapiña.

Todavía volvieron los corsarios en agosto de 1624, pero Guayaquil había aprendido la lección. Un nuevo corregidor, José de Castro, había organizado bien las defensas de la ciudad. Por tres ocasiones los corsarios quisieron entrar en Guayaquil, pero en todas fueron rechazados. Los corsarios, finalmente, se retiraron al Norte. 

Su flota continuó el viaje y concluyó la tercera circunnavegación del globo auspiciada por los Países Bajos, siempre hechas por corsarios (antes fueron Olivier van Noort y Joris van Spilbergen).

Con el tiempo, la lucha de los insurgentes en los Países Bajos y en las aguas americanas rindió sus frutos. Tras la Paz de Westfalia de 1648, Países Bajos obtuvo su independencia de España.

El vasquito Cea

9 de junio de 2017


Hubo un tiempo en que se estilaban los amuletos en el arco.

Evidencia gráfica de un arquero y su amuleto: el portero de las Indias Orientales Neerlandesas (desde 1945, Indonesia) con su muñequito. Mundial de 1938.

Sucedió lo que tenía que suceder y un día la globa mandó a volar uno de esos. Le cupo ese alto honor al vasquito Cea:

“En la semifinal de París, 1924, Uruguay jugó contra Holanda. Y los holandeses madrugaron, sacaron ventaja colocándose 1 a 0 y dale que dale, el ataque celeste no podía quebrar la resistencia de los súbditos de la entonces reina Guillermina. El arquero se llamaba Van der Moulen. Y como era el tiempo cuando se usaban las mascotas, había colgado un conejo de trapo en la red. Era su amuleto. En la hora desesperada, el vasquito Cea se fue abriendo camino a pata y pulmón y cuando estuvo en posición de tiro, empalmó a toda capellada la globa a la que le dio con la pata y con el alma. La redonda pasó la línea fatal y pegó en el conejo que fue a parar a los yuyos. Se había quebrado el embrujo. Cea había empatado. Fue un 6 de junio. Uruguay ganó y pasó a la final. Fue campeón olímpico” (1).

Esa final se jugó un día como hoy, 9 de junio. Ese día, en 1924, Uruguay venció a Suiza por marcador de 3 a 0 y obtuvo su primer campeonato mundial. Venció Uruguay también en el campeonato olímpico siguiente, celebrado en Ámsterdam en 1928, así como en el campeonato mundial de fútbol de 1930 (el primero con tal denominación), celebrado íntegramente en el estadio Centenario de Montevideo. Y como lo anota Diego Lucero, “José Pedro Cea fue un gran jugador. El único jugador del mundo que triunfante en tres títulos de carácter mundial, no faltó a un solo partido. Cinco en París, Cinco en Ámsterdam, cinco en Montevideo…” (2).

Porque Uruguay ha sido cuatro veces campeón del mundo, y en tres de esas ocasiones fue figura descollante el vasquito José Pedro Cea (1900-1970), aquel que le tumbó el conejito de trapo a Van der Moulen para abrir el camino al primero de los campeonatos mundiales de la escuadra yourugua.

(1) Lucero, Diego, ‘Siento ruido de pelota… Crónicas de medio siglo’, Editorial Freeland, Buenos Aires, 1975, pp. 106-107, artículo ‘Pedro Cea, un crack de la era romántica’. El resaltado no es del original.
(2) Ibíd., p. 107.

Vuelta al mate

7 de julio de 2009


Hacia 1824 Victorino Bandín escribió:

“Es también muy común en aquel país el mate, que es una especie de té de la India oriental, aunque el modo de tomarlo es distinto, pues es con una bombilla o canuto. Usan por lo regular esta bebida por la mañana en ayunas y muchos la repiten por la tarde. Ella puede muy bien ser saludable y provechosa, pero el modo de beberla es demasiado desaliñado, porque con una bombilla sola se sirven todas las personas que hay en la compañía: los naturales son apasionados de este mate, y cuando caminan lo prefieren a otro cualquier alimento”.

La vida en aquel país, que no es otro país que el nuestro, siguió (como siguen las cosas / que no tienen mucho sentido) pero ese apasionamiento de los naturales por la yerba mate al punto de preferirla al caminar a cualquier otro alimento se nos perdió en el camino y al día de hoy su consumo local es casi siempre un gusto adquirido de quienes hemos vuelto del Sur. Muchos locales se resisten a consumir mate por su sabor amargo (lo propio dicen del fernet, psss) pero es cuestión de agarrarle el gusto a ese amargor. Para mi caso yo tengo, en adición, dos razones: la primera, que para alguien como yo, excesivo e inveterado cafeinómano, el mate se constituye como un oportuno reemplazo del café, el que Talleyrand recomendaba que sea “caliente como el infierno, negro como el diablo, puro como el ángel y dulce como el amor” y a quien yo solía hacerle demasiado caso en esa recomendación (salvo en el apartado de la dulzura) con consecuencias que no podría describir como gratas para mi estómago. Y la segunda, que el consumo del mate, como nos lo refiere Bandín, tiene esta desaliñada forma de servirse “porque con una bombilla sola se sirven todas las personas que hay en la compañía” lo que promueve la sociabilidad y el compartir entre amigos (el mate es la versión líquida y sosegada de los asados): este aspecto comunitario de su consumo me apasiona.

Hace poco me compré un termo de metal y buena pinta que se ajusta muy bien a mi bicicleta, restablecí mi mendocino recipiente, la bombilla y la yerbera, y le presté yerba al Curro, pagadera con la que me traiga el primer viandante sureño de confianza. Así, mi vuelta al mate (que no del mate en general, apasionamiento perdido) es un hecho que disfruto de manera frecuente y que lo disfruto ahora, que tengo ganas de suscribir la frase de Monterroso, “hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea…” mientras miro la bombilla.

P.S.- El termo de esta foto, obviamente, no es el termo de metal y buena pinta que tengo al día de hoy, sino uno prestado para esa ocasión en que cicleé algunas rutas europeas. El resto permanece (salvo la boina que me se la robaron en Medellín) y la foto sucede en Rotterdam.

Razones para la eutanasia

11 de agosto de 2007

El Diccionario de la Real Academia Española define eutanasia como la “acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él” y desahuciar que, en su médica acepción, significa “admitir que un enfermo no tiene posibilidad de curación”.

Propondré en esta columna razones para que la eutanasia se legalice en el Ecuador. Primera, la vida no es intangible de manera absoluta: la clásica excepción es la legítima defensa (y podrían invocarse también los reprochables casos de los conflictos bélicos y de la pena de muerte). No toda muerte, entonces, que una persona le provoque a otra viola el principio de intangibilidad de la vida, y la eutanasia muy bien podría considerarse como una excepción adicional a este principio.Segunda, en el estado de desahucio de un paciente puede llegarse a la comprensión de que carece de sentido que permanezca en este estado alguien de quien ya no puede esperarse razonablemente que se recupere y solo produzca en otros sentimientos de compasión o de piedad. La carga, en un sentido no solo económico sino emocional, de padecer el paciente este estado o de atestiguarlo sus familiares en una persona querida, puede que sea tal que no justifique el beneficio acaso imposible de su recuperación.Tercera, la legalización de la eutanasia debería regularse de manera precisa y detallada para que se eviten los abusos: es mucho mejor su regulación, por supuesto, que su eventual práctica clandestina o sujeta a las interpretaciones equívocas de personas no competentes. Puede tomarse como referencia la legislación de los Países Bajos, vigente desde el 1 de abril del 2002, en la que el médico que practica la eutanasia debe cumplir con los siguientes requisitos: “haber llegado al convencimiento de que la solicitud del paciente es voluntaria y ha sido bien pensada; haber llegado al convencimiento de que el sufrimiento del paciente es insoportable y que no tiene perspectivas de mejora; haber informado al paciente sobre la situación en que se encuentra y sus perspectivas de futuro; haber llegado al convencimiento junto con el paciente de que en la situación en que se encuentra no existe otra solución razonable; haber consultado al menos con otro médico independiente que también haya visto al paciente y haya emitido un dictamen sobre los requisitos mencionados en los cuatro primeros puntos; haber terminado la vida del paciente o haber ayudado a su suicidio, con la máxima diligencia médica”. Para el caso de quienes ya no pueden expresar su voluntad pero que cuando podían hacerlo realizaron una valoración razonable de sus intereses a este respecto y redactaron una petición escrita de que se les practique la eutanasia, la ley establece que se les apliquen de manera análoga los requisitos en cita.

En conclusión, para la legalización de la eutanasia en el Ecuador deben analizarse de manera profunda los deseos del paciente desahuciado y las circunstancias propias de la insoportabilidad de su sufrimiento y de la irreversibilidad de su daño. La legalización de la eutanasia implica una discusión en torno a varios valores fundamentales de la persona humana en el contexto de una sociedad democrática: la vida, la libertad, la autonomía, el respeto y la tolerancia a las decisiones de los otros. En todo caso, esta es una discusión que no debe hacerse nunca desde las falacias y los prejuicios de común uso y sí desde las razones y los valores que suponen los límites lógicos de su regulación.