Paul, fumón viejo
2 de noviembre de 2019
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Oído absoluto
23 de mayo de 2016
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All you need is love
31 de diciembre de 2009
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09/09/09
9 de septiembre de 2009
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La recuperación semanal de la infancia
18 de septiembre de 2008
En esos felices años ochenta de mi niñez el fútbol, salvo la Copa Libertadores, la final de la Intercontinental y algún partido de alguna liga europea (en el que jugaban clásicos como la Migajita Littbarski y el Poroto Hassler) o argentina, era asunto local. Muchas de mis emociones de niñez se originaron en la tribuna del Modelo: hubo no pocas lágrimas de derrota; hubo muchas alegrías de victoria. Javier Marías afirma que el fútbol es “la recuperación semanal de la infancia” y es certero. Ahora que la mayoría de mis emociones provienen de torneos como la Champions u otros campeonatos y ligas internacionales (porque hay que hacerse cargo: la belleza de este fútbol, su calidad y técnica, son muy superiores a las que ofrece el torneo local) mi único anhelo es que las emociones que me provoquen me permitan recuperar esos instantes de mi infancia vestida de amarillo y agarrado a los tubos de la tribuna de El Coloso de las Américas.
Varias son las cosas que conspiran para este abandono del torneo local (que, por supuesto, nunca es total porque, pésenos lo que nos pese, en sus canchas se juega no la calidad sino el sentimiento y la fidelidad a una memoria compartida) y que propician esta mirada hacia lo extranjero: como escribí antes, la principal razón es la superior belleza, la mejor calidad y técnica; quiero no omitir, sin embargo, otras razones como la trinca y la mala índole de los jugadores, lo patética y corrupta de la dirigencia y lo prejuiciosos, necios y torpes (cuya torpeza incluye sus vastas y bastas incorrecciones gramaticales) que son los periodistas. Excepciones, por supuesto, las hay; y también el fútbol que hoy admiro, no me llamo a engaño, comparte (en mayor o menor medida) estos tres tristes atributos. Su sensible ventaja sobre el fútbol local es que no tengo ocasión de percibirlo porque me reservo a disfrutar sus 90 minutos de juego. O, justo es decirlo, casi no la tengo: porque ESPN, canal que transmite la Champions, no se salva del periodismo berreta: tiene a este plenipotenciario de los lugares comunes, este paladín cordobés de la languidez verbal y la pobreza de ideas, Mario Alberto Kempes. Este sujeto desespera a la peña y la reacción normal de un espectador sensato es reírse para no llorar. ¡Piedad, pinche Matador: ya cabréate!
En todo caso, hoy la Champions mostró la ostensible diferencia con el fútbol local en el partido en el que el actual campeón, el Manchester United, enfrentó al Villarreal en Old Trafford. No hay, para mí, opción para no irle al Villarreal: no tanto por la obvia afinidad de colores sino porque toma como himno de su club el Yellow Submarine. Un equipo que tiene este detalle goza de toda mi solidaridad y gana mi fidelidad a su causa. Hoy el Villarreal jugó un partido notable y elaboró una jugada colectiva (con pase magistral de Santi Cazorla) que terminó con un taquito del Guille Franco al poste: estuvo a punto de convertirse en uno de los goles más hermosos que yo haya visto en los últimos tiempos y me emocioné como niño con esta jugada. Al final el 0-0 fue un marcador austero para un partido que derrochó tanta dinamia y belleza.
Lo dicho, empezó la Champions. La recuperación semanal de mi infancia ya tengo quien me la sirva.
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'Beatles, hippies, jardines'
7 de julio de 2007
Hace 50 años y un día, 6 de julio de 1957, John Lennon y Paul McCartney se conocieron en una verbena en la iglesia de la parroquia St. Peter, barrio de Woolton, en Liverpool. Casi diez años después, el 1 de junio de 1967, The Beatles editó los 39,43 minutos que se repartieron en las trece canciones del memorable Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, primer álbum conceptual y el más influyente de la historia del rock. Paul McCartney declaró: “Grabamos Sgt. Pepper para alterar nuestros egos, liberarnos y divertirnos mucho”. Sin afán de reducirlo a un grupo, disco o frase, y acaso McCartney sin advertirlo tampoco, me permito constatar que su declaración le concede mucho sentido a un período trascendental de la historia reciente: la época del movimiento hippie.
Los hippies sucedieron en los años sesenta y revolucionaron la cultura occidental (y en alguna medida la mundial): el pelo largo, el amor libre, la música rock, el activismo político y las protestas contra la guerra, sus comunas, las drogas psicodélicas, la búsqueda espiritual, el nacimiento de movimientos medioambientales, feministas y de defensa de los homosexuales son referentes de su época. En palabras de Barry Miles, podía definirse a los hippies “por casi todo aquello que ‘la recta sociedad’ no era”. Para expresarlo con precisas palabras de Emil Cioran los hippies sembraron en la sociedad, con la simbólica fuerza de sus flores, “jardines de dudas”.
Otro jardín, en Grecia, muchos siglos antes: en el 306 a.C. el filósofo Epicuro estableció la llamada “escuela del jardín” en las afueras de Atenas, en un humilde huerto de hortalizas cuya entrada tenía esta deliciosa inscripción: “Forastero, aquí estarás bien. Aquí el placer es el bien primero”. En el jardín de Epicuro se admitía y se tenía trato de iguales con las mujeres y los esclavos (cosa inaudita para la época), se cultivaba la generosidad y la amistad (para Epicuro, “de todos los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de una vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad”) y se desarrolló una filosofía que antepone el individuo a la colectividad, desconfía de las instituciones y el poder (aunque tenga origen divino) y desprecia la moral tradicional: un pensamiento coherente y transgresor que mediante la autosuficiencia (autarquía), la serenidad del ánimo (ataraxia) y el goce racional de los placeres, señala el camino a la felicidad.
El filólogo español Carlos García Gual, entre otros, vislumbra analogías entre la filosofía de Epicuro y el ideario hippie: la reivindicación del ocio y del placer, la crítica al consumo y a la riqueza, la creación de nuevas formas de sociabilidad, la condena a la religión establecida. En tiempos en que imperan tristes lógicas de mercado y afanes de consumo que pretenden consumirnos en su vorágine, me agrada recordar a este feliz filósofo griego, que requería “de un pedazo de queso para darse un festín cuando le apetezca” y al ideario hippie, que bien puede simbolizarse en esta frase que consta en la única canción (Within you without you) que mi beatle favorito, George Harrison, escribió para el Sgt. Pepper: “cuando has visto más allá de ti mismo, acaso puedas percibir que la paz de tu mente está allí”. La conmemoración de este cincuentenario beatle me incentivó a escribir estas líneas; ojalá a ustedes los incentive a recorrer los jardines que propongo.
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