Publicado en GkillCity el 16 de diciembre de 2011.
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De
primera impresión, San Miguel de Tucumán es una Riobamba con sol chonero. Una
ciudad histórica de la República Argentina en la que se firmó su acta de
independencia el 9 de julio de 1816 (en Riobamba, como ciudad histórica, se
adoptó la primera constitución del Ecuador el 11 de septiembre de 1830) y sobre
la cual cae un sol inclemente, del tipo "interior manaba". De cierta
manera, su arquitectura y los rasgos de la gente tucumana confirman dicha
primera impresión.
La ciudad de Tucumán (obviémoslo al santito) es la
capital de la provincia homónima, que es la más pequeña de Argentina y a la que
se la conoce como "el jardín de la República". Se ubica al noroeste
del país y se sitúa a una provincia de distancia de Bolivia (la provincia de
Salta, a la que todo guayaco recordará porque hubo un tiempo en que no era
extraño encontrar por la ciudad el grito de "empanada salteñaaaaaa").
La ciudad se fundó en 1565, bajo la invocación del arcángel San Miguel, que no
sirvió de mucho, porque los desbordes del río y los ataques de los indios
obligaron a que el gobernador Fernando de Mendoza y Mate de Luna ordene su
traslado en 1685 a su actual emplazamiento. En tiempos del poroso periodo
colonial, Tucumán primero dependió administrativamente de Chile, a partir de la
creación del Virreinato del Perú en 1543 se adscribió a éste, y a partir de
1776 sucedió lo propio con la creación del Virreinato de la Plata. En tiempos
del Congreso de Tucumán (convocado para declarar la independencia de Argentina
“de los reyes de España y su metrópoli”) varias provincias de lo que hoy es
Bolivia (Charcas, Mizque, Chichas y Cochabamba) participaron en él e incluso
durante un tiempo (1820-1821) Tucumán fue una efímera república independiente
(a nuestro “Yei-Yei-O”
lo habría hecho gotear esta historia). En tiempos de la firma del acta de
independencia, Tucumán era considerada una ciudad importante del Virreinato,
como paso obligado entre el Alto Perú (como se conocía a lo que hoy es Bolivia
en aquel entonces) y el litoral costero. Como datos curiosos, el diario de las
sesiones del Congreso de Tucumán se imprimió en Buenos Aires (¿cuándo no el
centralismo porteño? –la imprenta llegaría a Tucumán recién en 1817), del acta
de independencia se imprimieron 3.000 ejemplares de los cuales la mitad estaba
escrita en castellano, 1.000 en quechua y 500 en aymara, y el primer territorio
en reconocer la independencia de lo que hoy es Argentina sería Hawái en 1818
(con la firma de un tratado de comercio entre el rey Kamahameha I y el
Representante de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Hipólito Bouchard).
A los gallegos, en cambio, les demoró hasta 1863 superar su tozudez. Hoy
en día, Tucumán tiene cerca de 750.000 habitantes en su área metropolitana y es
la quinta ciudad en importancia de la Argentina (detrás de Buenos Aires, Córdoba,
Rosario y Mendoza). Su principal comercio es el azúcar (del que la provincia
representa el 65% de la producción nacional que según un dato un poco al pedo
del municipio de su capital podrían endulzar 232.400.000.000 de pocillos de
café) y los limones (del que representa la provincia el 84% de la producción
nacional, siendo Argentina el primer productor mundial de dicho producto). Y
por cierto, Papá
Noel llegó a la ciudad (?).
Ahora, para un creyente del "Evangelio según
Balda" según el cual "por su jama los conoceréis" es palabra
sabrosa de Jebús, Tucumán debería convertirse en sitio de culto y en objetos de
culto su locro y sus empanadas. Uno, como ecuatoriano, piensa en locro y le
viene a la mente una carretera paisana y papas, acaso sangre para que al locro
se le anteponga el "yahuar" (y todos sabemos que "yahuar"
significa sangre porque desde primaria sabemos que "yahuarcocha" -el
lago en cuyas orillas los incas le dieron grosero chicharrón a los caranquis, big losers- significa "lago de
sangre"). En relación con el locro, recuerdo que el convenientemente obeso
y lamentablemente discontinuo profeta Rafael Balda me contaba que cada locro
(más allá de compartir nombre, proveniente de la voz indígena luqru, comida de maíz) es
representante certero del sabor de su región: el locro en Tucumán se lo hace
con sus productos regionales: maíz, carne, chorizo, panceta y garbanzos. Es un
locro maldito, en el buen
sentido de la palabra. Lo comí y quedé tan extasiado como catatónico: es como
un bong de sabores. Las
empanadas, por su parte, se preparan con carne picada a cuchillo, huevo duro y
cebolla al verdeo. Pueden también rellenarse con pollo o con queso y cebolla,
pero las clásicas son las de carne picante (y a mi juicio, las mejores). Se las
cocina en horno de barro, a fuego parejo. Si ustedes la escucharan a Rosa Rojas
contarles en su encantador acento tucumano como obtener el producto final,
entenderían que no se trata de un simple proceso de cocción, sino de una
delicada forma del arte. Rosa Rojas tiene un pequeño puesto con un llamativo
letrero que dice "Las empanadas de Rosa Rojas" y es conocida en
Tucumán porque cocinó 3.000 empanadas para Cristina cuando visitó con una
comitiva Tucumán (seguramente Él
aprobó que las consumiera). Lo que hace Rosa Rojas con las empanadas es de
fábula, o dicho sea en guayaco: ejsquisito.
Su pequeño puesto queda en la calle Congreso casi al 100, casi frente a la
Casita de la Independencia.
La Casita de la Independencia es donde se declaró la
independencia argentina (declararon los presentes “que es voluntad unánime e
indubitable de estas Provincias romper los vínculos violentes que las ligaban a
los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e
investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey
Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”). Le pertenecía la casita a la señora
Francisca Bazán de Laguna, de quien suele decirse que la cedió de muy buena
gana, pero investigaciones serias y recientes demuestran que el Estado
Provincial le hizo nomás el pele a la doña. Se la modificaron, se la
devolvieron cuando se fueron a Buenos Aires, se la compraron en 1869 para
convertirla en el Correo, la demolieron en 1903 (salvo el salón de la Jura de
la Independencia, ni que fueron tan pelotudos) y la reconstruyeron en 1941-1943
en base a planos, fotografías y documentos existentes al tiempo de declararla
por decreto Monumento Histórico Nacional. En este feriado la dicha pequeña
caleta estaba cerrada por fumigaciones, lo que no impidió aplicar la de Rachito
en su puerta azul flanqueada por vistosos sacacorchos (?). A partir de la Casita de la
Independencia se extiende el que se conoce como Paseo de la Independencia, en
el que pueden apreciarse el Museo de Arte Sacro, el Museo Nicolás Avellaneda,
la Catedral, una plaza con cañones y otra iglesia. También existe un monumento
a la diabólica Mercedes Sosa, ilustre tucumana. Se lo recorre, como se diría en
guayaco, “en dos patadas” y es de mediano interés, todo un poco a la
riobambeña, mientras un inclemente sol chonero-style te cocina el mate.
Mi trip
de viajero era, en todo caso, asistir al matrimonio (en Argentina llamado
"casamiento") de un gran amigo, compañero de viajes y juergas varias:
el matrimonio se festejó en una hermosa estancia de las afueras de Tucumán (en
otro departamento, llamado Yerba Buena:
gran augurio), en el que tocó una banda, compuesta por una cantante de melena
larga, falda corta, labios peteros y voz angelical, un presunto hippie, un flaco con aspecto de
estudiante de la ESPOL y un moreno de Senegal. Parecían auspiciados por
Benetton y decían llamarse "Foot
Massage". Cuando de esos labios peteros salió en plan cronette Son
of a preacher man... Pues, mamma mía,
eso e' rico. Luego baile, escabio, revoleo de la compostura a cualquier parte:
lo habitual en un matrimonio, en el que, como dato diferencial, en Argentina
sirven fernet y yo lo agradezco (aunque mi resaca al día siguiente, no tanto) y
suena música que en Ecuador nunca se escucha: canciones de Charly (que no sea Nos siguen pegando abajo),
Babasónicos, Sumo o Los Redonditos. Les hace falta, eso sí, José Luis Rodríguez
“el Puma”.
El matrimonio duró hasta la mañana siguiente y en mi hotel (imperialmente
llamado Carlos V, aunque discreta pero dignamente de tres estrellas) me
depositó la flamante pareja de recién casados, tipo 8am.
Más tarde ese mismo día, una hermosa tradición
argentina: el amigo que nos condujo en su carro a Tucumán desde Mendoza (960
kms. y tres provincias de distancia –San Juan, La Rioja, Catamarca) tenía
familia allá y nos invitaron a esa forma sublime de la felicidad que es un
asado (¿quien
entiende a los vegetarianos?). Luego, salimos al patio y juro que si no
había pileta, uno podría haberse derretido: el calor era maldito, en el mal sentido de la
palabra. Pero no existe calor, por maldito que éste sea, que no se aplaque con
cerveza: y a eso nos dedicamos con afición futbolera, el día que el Barca le
aplicó 3 al Madrid.
Al día siguiente, de vuelta a Mendoza y de nuevo 960
kilómetros de carretera por un territorio árido e inhóspito (mientras
atravesábamos La Rioja, yo no dejaba de pensar “y esta provincia, ¿para qué?”). Muy atrás quedaba el
jardín de la República, con su estilo riobambeño, su sol chonero, su gente
amable y generosa, su excelente comida (¡aguante Rosa Rojas!), su centro
histórico de interés, su Casita de la Independencia flanqueada de sacacorchos,
sus buenas jornadas de fiesta y la muy grata experiencia de haberla conocido:
Tucumán, todo es bien.
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