Publicado en diario Expreso el viernes 22 de marzo de 2024.
Durante el siglo XIX, desde 1835 en que se fundó la República del Ecuador con la entrada en vigor de la Constitución de Ambato y con el guayaquileño Vicente Rocafuerte como su primer presidente, un total de quince varones ocuparon la Presidencia de la República, sea que hayan sido designados por un congreso o asamblea constitucional (en el siglo XIX hubo diez de éstas) o elegidos por la voluntad popular.
Los presidentes elegidos por un congreso o asamblea constitucional durante el siglo XIX fueron diez (dos de ellos, Flores y García Moreno, lo fueron por dos ocasiones); de estos diez, seis lograron terminar su período de gobierno: Rocafuerte (1835-1839), Roca (1845-1849), Urbina (1852-1856), García Moreno (1861-1865 y 1869-1875, en asocio con León), Caamaño (1884-1888) y Alfaro (1897-1901). Todos los que concluyeron su período fueron elegidos por una asamblea que dictó una Constitución.
El caso del guayaquileño Gabriel García Moreno es peculiar, porque es el único de esta lista con dos períodos de gobierno concluidos, aunque él no haya vivido para la conclusión del segundo. El primer período, entre 1861 y 1865, bajo la Constitución de 1861, García Moreno lo gobernó completo. El segundo, entre 1869 y 1875, bajo la Constitución de 1869, lo gobernó casi completo, pues lo asesinaron el 6 de agosto de 1875, a escasos cuatro días de concluirlo. Este período de gobierno (el único sexenio que ha existido en nuestra historia) lo concluyó el vicepresidente de la República, el quiteño Francisco Javier León, por lo dispuesto en el artículo 55 de la Constitución.
Los restantes cinco presidentes fueron elegidos por la voluntad popular, posibilidad que se instituyó por la entrada en vigor de la Constitución de 1861. El universo de votantes siempre fue muy reducido: se calcula que durante el siglo XIX osciló alrededor del 3%. Sólo uno de estos cinco presidentes concluyó el período para el que fue elegido: Antonio Flores, hijo del venezolano Juan José Flores y nacido en 1833 en el Palacio de Carondelet, en los tiempos en que su padre ejercía la presidencia del Estado y el Ecuador se sentía todavía parte (hipotética, ilusoria) de la República de Colombia. Todos los demás no terminaron su período, sea por una renuncia (Carrión), por golpes de Estado (Espinosa y Borrero) o por la revolución liberal (Cordero).
El caso del quiteño Antonio Flores Jijón es singular, porque él se encontraba fuera del Ecuador (en Francia) cuando fue elegido presidente de la República. En aquellos tiempos, el proceso electoral era distinto: no existía un organismo autónomo para organizarlo, sino que se dependía del gobierno de turno para su realización. El previsible resultado de esta fórmula era el tenaz triunfo del candidato del gobierno de turno. Flores ni necesitó hacer campaña, pues como el candidato del gobierno de Caamaño, triunfó con casi un 97% de los votos.
Así, de un universo de diecisiete períodos de gobierno presidencial que pudieron haberse concluido durante el siglo XIX, tan sólo ocho lo consiguieron. Y de los elegidos por la voluntad popular, uno lo pudo hacer. Es todo un testimonio de la inestabilidad de la República (o debo decir: de la República de la inestabilidad).
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