El cronopio lector sabe que el título de esta
columna (cuya traducción del italiano al español es: 'Prohibido ingresar con
bicicleta') copia el de una historia que Julio Cortázar escribió para Historia
de Cronopios y de Famas. Sabrá también que copio risueño su primer párrafo:
“En los bancos y en las casas de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un pioloncito las canciones que me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa”.
Esta cortazariana descripción (lo constata quien
escribe esta columna) en Guayaquil no es privativa de “bancos y casas de
comercio”: pedalee usted desde cualquier entrada del llamado “Malecón 2000” a
los estacionamientos de bicicletas situados dentro y recibirá “admoniciones
vehementes” de los guardianes privados de este espacio público, que suponen que
debe usted entrar caminando, bicicleta a un lado, cual si fuera un perrito de
metal. No es por cuidar los adoquines (pues, ¿cuánto daño podría causarles una
bicicleta?), y entonces, ¿por qué este miedo a la libertad de pedalear unos
metros? La compleja psicología de las simples mentes en guardianía (“yo solo
cumplo órdenes superiores”) no ayuda a dilucidar este patético drama.
Yo supongo, entre otras cosas, que se debe a nuestra
escasa cultura ciclística, misma que debe fortalecerse. Para ello no es
necesaria la imitación de los lejanos estándares europeos con sus ciclovías,
estacionamientos para bicicletas y efectiva regulación… sencillamente porque
tales atributos no son para nada privativos de Europa: en varias ciudades de
América Latina (Lima, Antofagasta, Buenos Aires, Cúcuta, etcétera) los
gobiernos centrales y seccionales los comparten.Ejemplos: Chile, con el Conaset (Comisión Nacional de
Seguridad de Tránsito) o la vecina Bogotá,
con su Alcaldía Mayor mantienen exitosas políticas públicas a este
respecto, con cientos de kilómetros de ciclovías implementadas. En Ecuador, el
artículo 148 del Reglamento a la Ley de Tránsito y Transporte Terrestres
establece la obligación de construirlas; en Quito, existen políticas públicas
que favorecen el uso de bicicletas y también algunos cantones ya tienen
ordenanzas que propician su creación: los orientales Napo y Pastaza, el cantón
Quito… ¡y el cantón Guayaquil! La Ordenanza
de Circulación del Cantón Guayaquil que firmó el alcalde Nebot el 8 de
febrero del 2001, que se publicó el 22 de marzo de ese año, establece en su
artículo 10: “Ciclovías.- El Concejo Cantonal podrá establecer en la
vialidad de la ciudad carriles para uso exclusivo de bicicletas […]”. Estamos
expectantes de que la M.I. Municipalidad cumpla entonces con la palabra que
empeña.
Porque sobran, por supuesto, las razones para hacerla
realidad: vialidad, ecología, ahorro, rapidez, salud. En Vietato…, ante
el desprecio a las bicicletas, Cortázar fabuló lo improbable: “No ocurra que
las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las astas de sus
manubrios arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros,
y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en
veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta”. Improbable y también
innecesario: hoy existen en el Municipio de Guayaquil los planes para
fortalecer la cultura ciclística mediante la implementación de bicivías (nombre
local para las ciclovías) y bicipaseos (como aquel que organizó el Municipio en
septiembre del 2006) y solo falta que se aplique esa latente voluntad para que
empecemos a recorrer el camino que va desde la retórica a la bicicleta.
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