Un ministro de gobierno en
el tercer velasquismo (1952-1956), Luis Antonio Peñaherrera, se negó a aceptar
el nombramiento de subsecretario para un fulano que provenía del ARNE (Acción
Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana). Como solución, se lo designó al
fulano en un puesto de rango inferior. El nombre del fallido subsecretario era
Manuel Araujo Hidalgo, quien nunca cejó ni un instante hasta la consumación de
su venganza contra el ministro Peñaherrera. Ello demandaría su esfuerzo
cotidiano y el abuso de una superstición.
“Yo incansable y diariamente, para vengarme del desaire del señor Peñaherrera, hablaba con el Presidente de la inoperancia del señor Ministro de Gobierno, de la desubicación del señor Ministro; de los comentarios desfavorables que se hacían en todas partes respecto de la ineficacia del señor Ministro, hasta que el Presidente resolvió hallar algún pretexto para separar al señor Peñaherrera del Ministerio. Además, todos los arnistas me ayudaban para desprestigiar al señor Peñaherrera en el ánimo del Presidente y se hizo notorio el buen éxito de aquello en una gira que hicieron por la Región Oriental, en donde el Presidente abandonó a su Ministro de Gobierno y partió en avión de regreso a Quito dejándolo para que se regrese ‘como pueda’, pues se había atrasado en llegar al aeropuerto” (1).
Al día siguiente de este
hecho, acaecido el viernes 13 de febrero de 1953, el presidente Velasco Ibarra pasó
un sábado de descanso en Salinas. Hasta allá le envió Araujo Hidalgo a una “señora
archicatólica” que tenía noticia “sin lugar a dudas, que el Ministro de
Gobierno estaba conspirando para derrocar al Presidente, pues se lo habían
comunicado los fantasmas, las ánimas, los santos y santas y los diablos”. El
resultado de ello, como lo consigna Robert Norris en su biografía de Velasco
Ibarra, fue que “el Presidente, por telegrama, aceptó la renuncia del señor
Peñaherrera”.
Araujo Hidalgo finalmente se
vengó. Robert Norris comenta que mientras el triunfador contaba esta historia
“gozaba y reía a mandíbula batiente, y enfatizaba ‘¡me vengué!’, ¡me vengué,
caracho!’, ¡me vengué!’” (2).
La historia demuestra los
alcances de un ánimo vengativo y de una demente en la conducción política de un
presidente (considerado el más relevante del siglo veinte, después de Eloy Alfaro).
Todo muy del tercer mundo.
(1) Norris,
Robert, ‘El gran ausente. Biografía de Velasco Ibarra’, Tomo II, Ediciones
Libri Mundi, 2004, Quito, pp. 140-141.
(2) Ibíd., p. 141.
0 comentarios:
Publicar un comentario