Desde 1547, por razones principalmente
defensivas, la ciudad de Guayaquil (fundada en la montaña en 1534) se situó en
un cerrito con vista a un río ancho. Durante cinco reyes de la familia
Habsburgo en el Reino de España (Carlos I, Felipe II, Felipe III, Felipe IV y
Carlos II), Guayaquil se mantuvo en esta tosca ubicación. Cuando expiró el
último de los Habsburgo que ocupó el trono español, Carlos II, el 1 de
noviembre de 1700, Guayaquil hacía poco que había empezado su vida como dos
ciudades: la Ciudad Vieja, que era la ciudad que se quedó en el cerro, y la
Ciudad Nueva, que era la ciudad que se empezó a construir en la sabaneta, en un
espacio que Julio Estrada identificó como “un cuadrado de cinco cuadras de
frente (Luque a Colón) y cinco de fondo (Pichincha a Boyacá)” [1].
Entre su establecimiento en el cerrito y hasta los años noventa del siglo XVII en los que una parte de la ciudad (tras la autorización en 1693 del Virrey de Lima Melchor Portocarrero -alias ‘III Conde la Monclova’) se mudó a la sabaneta, Guayaquil fue una pequeña población que ocupaba un cerro y que tenía capturada su administración por la familia Castro.
Este último hecho lo recuerdan estos versos:
Los Castro son los notarios,
Los Castro son los regidores;
Castro alguaciles mayores
y un Castro Alcalde Ordinario.
Otro Castro es Comisario
de la Hermandad, y si apura,
otro Castro hace de cura
y otro es Alférez Mayor,
y otro Fiel Ejecutor
y otro ejerce la Procura.
¡La vida es así muy dura,
mi señor Corregidor!
Contra Castros no hay justicia
ni vale razón ni ciencia,
ni recursos a la Audiencia
ni enemistad ni amicicia;
porque son una milicia
que su Majestad no cuenta:
una milicia que intenta,
si no ve Su Majestad,
poner sitio a la Ciudad
o poner el sitio en venta.
¡Pues sólo Dios nos sustenta
en esta calamidad! [2]
[1] Estrada Ycaza, Julio, ‘Desarrollo histórico del suburbio guayaquileño’, p. 19, en: ‘Revista del Archivo Histórico del Guayas’, Año 2, Número 3, Junio de 1973, Guayaquil.
[2] Chávez Franco, Modesto, ‘Crónicas del Guayaquil antiguo’, Guayaquil, 1998 [obra publicada originalmente en 1944], Tomo I, p. 264. La crónica en la que constan estos versos se llama ‘Una trinca colonial’ (pp. 259-264).
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