De acuerdo con el relato de Pons, la fresca mañana del día en que Velasco Ibarra se precipitó sobre las bayonetas, él renunció al Ministerio de Gobierno. Cuenta que esa mañana del 20, a eso de las 9 a.m., mientras él se hallaba en su despacho, escuchó una banda militar que se acercaba al Palacio de Gobierno, que venía a hacer la lectura de un bando que informaba que Velasco Ibarra se declaraba dictador. Inmediatamente, en desacuerdo con esta medida, Pons presentó su renuncia y se largó a su hotel. Velasco Ibarra, como es conocido, fracasó en su intento: los militares se negaron a secundarlo**.
Antonio Pons permaneció en el comedor del hotel Savoy, aguaitando el desarrollo de los acontecimientos. A eso de las 10 p.m., una comitiva militar lo fue a visitar para que asista a una reunión en la casa del Comandante Plaza. Pons fue, y allí un militar de apellido Solís le pidió que acepte la Presidencia y luego nombre a un Ministro de Gobierno que lo reemplace. Es decir, lo quisieron a Pons usar como un nuevo vehículo del ‘dedazo’ (v. ‘A Constitutional Western: el auge y el ocaso del dedazo civil (1929-1935)’).
Pons se mosqueó y pidió explicaciones, y entonces apareció para darlas un representante de esa ‘garra política’ a la que aludió Pons en el título de su libro: el abogado guayaquileño Carlos Alberto Arroyo del Río. Pons lo escuchó, y finalmente, se negó a aceptar la propuesta y se regresó al Savoy.
Unas horas después, ya en la madrugada del 21, acudieron al Savoy ‘una comisión de militares más numerosa que la anterior, para entregarme resueltamente y de acuerdo con los preceptos de la Constitución que deseaba restablecerse, el Poder Ejecutivo’ (p. 11). En ejercicio del Poder Ejecutivo, el doctor Pons quiso organizar unas elecciones, pero su intento fracasó porque nadie le colaboró. Así, su gobierno pudo contemplar ‘el desarrollo de los acontecimientos sin poder, honradamente, contener el desbordamiento de tanta pasión política y tanta ambición desenfrenada’ (p. 16).
Asfixiado por las circunstancias, el 26 de septiembre, a escasos 36 días de haber empezado su encargo del Poder Ejecutivo, Pons renunció. La singularidad de su renuncia fue que la efectuó ante el mando militar y no ante la casa de la ‘garra política’, esto es, ante el Congreso Nacional, que es lo que disponía la Constitución de 1929. En palabras de Pons: ‘reuní en la Casa Presidencial al Inspector General del Ejército y a los representantes de las principales dependencias del Ministerio de Guerra y de los cuerpos de línea, quienes concurrieron con el carácter de delegados plenamente autorizados. Ane ellos, es decir, ante el Ejército ecuatoriano, renuncié mi cargo después de exponerles la honradez de mis propósitos y los sentimientos patrióticos del Gobierno’ (p. 20). Pons le entregó el Poder Ejecutivo al Inspector General del Ejército, el coronel Benigno Andrade.
Pons juzgaba a los militares ecuatorianos en términos positivos, como ‘el mejor intérprete de los sentimientos cívicos’ (p. 10). De la ‘garra política’, en cambio, tenía el peor de los conceptos pues la consideraba ‘conectada en tal forma con todos los resortes vitales del país, que apenas si se puede concebir la posibilidad de no estar supeditado a sus maniobras: Influencia capitalista, casi dominio. Talento maquiavélico. Entronques hasta con la Iglesia. En fin: Poder, Poder y Maldad’ (p. 15). Después del fugaz e inane gobierno del doctor Pons, era la hora de los militares.
Así, la brevísima presidencia y la singular renuncia del doctor Antonio Pons Campuzano (1897-1980) sirvió como una bisagra entre el dominio civil y el dominio militar en la política ecuatoriana de los agitados años treinta.
[continuará…]
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* La primera Presidencia de Velasco Ibarra demoró menos de un año, entre el 1 de septiembre de 1934 y el 20 de agosto de 1935. Tuvo dos Ministros de Gobierno: el primero fue Rosendo Santos Alarcón; el segundo, Pons.
** Ocurrió en otras tres ocasiones: en 1947, su gobierno fue interrumpido por el ‘Manchenazo’; en 1961, por un golpe de Estado militar que encumbró a su vicepresidente, Carlos Jumo Arosemena; en 1972, por el llamado ‘Carnavalazo’, un golpe de Estado militar que le dio la final chapeta al Profeta.
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