Fútbol(es) y lecciones

16 de julio de 2014

Publicado en diario El Telégrafo el 16 de julio del 2014.


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En los Estados Unidos de América, un país tradicionalmente indiferente al fútbol (al que por allá llaman soccer) la afición por este deporte ha crecido de una manera extraordinaria. Los partidos de su selección durante el mundial de Brasil fueron los acontecimientos deportivos en los cuales participó una selección nacional que han convocado el mayor público en la historia de ese país: un aproximado de 22 millones de personas vieron el partido de su combinado nacional contra Bélgica; 26 millones de personas vieron el que disputó contra Portugal. Esas cifras son mayores que la cantidad de estadounidenses que observan los partidos de su liga de béisbol o del básquetbol de la NBA. El único deporte que supera en espectadores al fútbol durante la copa mundial es el football (deporte que en el mundo hispanoparlante conocemos como “fútbol americano”) cuyo última edición de su partido definitorio, el Superbowl, fue vista por aproximadamente 111.5 millones de personas.

Pero en el que es el tercer país más poblado del mundo (con más de 300 millones de habitantes) hay quienes no comparten ese entusiasmo. La columnista Ann Coulter (una conocida representante de la derecha estadounidense) escribió un agresivo artículo en el que afirmó que “cualquier creciente interés en el fútbol es un signo de la decadencia moral de la nación”. Sus argumentos eran, en esencia: 1) que a ninguna persona con abuelos nacidos en Estados Unidos le gusta el fútbol (por supuesto, cualquier soporte para esta temeraria afirmación era inexistente) por lo que se debe a las políticas migratorias que impulsó Ted Kennedy en 1965 el creciente éxito de este deporte (?); 2) que el fútbol no es un deporte que favorezca el éxito individual, cosa que según ella si hacen el béisbol con sus home-runs y el fútbol americano con sus touchdowns.

Me centraré únicamente en esta idea del “individualismo” del fútbol americano. No es solo que, contrario a lo que piensa Coulter, ese deporte es principalmente un juego en equipo sino que, en realidad, no existe nada más contrario a la ideología individualista que ella defiende como el adorado football de los estadounidenses. Tal como lo argumentó Bill Maher en su programa “Real time”, el deporte favorito de los estadounidenses es un deporte “socialista”. Sí, así de raro como suena: el deporte más exitoso en la nación más capitalista del mundo distribuye el dinero como lo haría un gobierno de izquierdas. La National Footbal League (NFL), entidad que organiza los campeonatos, toma el dinero de los clubes ricos para dárselo a los clubes pobres. El sistema de repartición se basa en los valores de equidad y de oportunidad, según los cuales el producto de lo que se obtenga por las regalías de los derechos de televisión se reparte de manera equitativa entre los 32 equipos participantes. Y aquel que resulta victorioso en el campeonato, para la siguiente edición, escoge de último en el draft (sistema de selección de jugadores). Eso es, tal como lo ironiza Maher, lo que los del partido republicano en Estados Unidos llamarían “castigar el éxito”. Este sistema de distribución es el que permite que un equipo como los Packers, de la ciudad de Green Bay, Wisconsin, con una población de tamaño similar a la de Babahoyo, puedan coronarse campeones del Superbowl, el evento deportivo más visto en todo el planeta. Lo que se promueve con ese sistema es la competencia en condiciones de equidad y de oportunidades para todos; su resultado es el éxito en términos de mercado.

Horror en la derecha: "They put it all in a big commie pot and split it 32 ways". Mayhem.

Escribo estas líneas apenas unas horas después de terminada la final del mundial de fútbol en que se consagró campeona la selección de Alemania, la primera selección europea que triunfó en un mundial organizado en territorio americano, la que más goles anotó en este mundial y la que humilló con un marcador inédito en semifinales mundialistas, al equipo pentacampeón y en su casa. Ninguna selección representó como Alemania lo que significa ser un equipo, pero en serio: el suyo fue el triunfo de un proceso sostenido de diez años, trabajado de manera meticulosa y que ha dado como resultado un fútbol veloz, preciso, vistoso y demoledor. Alemania es la prueba viva de que la planificación seria e inteligente arroja resultados exitosos. No era la alemana la selección por la que yo hinchaba, pero hay que reconocer la calidad de su sostenido esfuerzo y darle honor a quien honor merece. Fue el justo campeón del mundial.

Nunca está de más el ver cómo funciona un equipo. Aunque juegue ante nadie.

Uno observa estos dos ejemplos de éxito institucional (en la organización de un torneo de equipos y la formación de un equipo nacional) y piensa entonces en el fútbol ecuatoriano: si el tener un campeonato quebrado, con equipos incapaces de honrar lo que se le debe a sus jugadores y con rotundos fracasos en competencias internacionales como selección (Copa América, Copa Mundial) no nos dice nada y somos incapaces de obtener lecciones de ello, es porque como dijo el cineasta Tomás Gutiérrez Alea, “una de las señales del subdesarrollo es la incapacidad de relacionar una cosa con la otra”. Y así, sencilla y llanamente, no se va a ninguna parte.

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