Autopsia del fracaso

5 de julio de 2014

Publicado en diario El Telégrafo el 5 de julio del 2014.


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De los seis equipos sudamericanos que participaron en el mundial de fútbol de Brasil, la selección ecuatoriana fue el único que no consiguió su pase a los octavos de final. La razón de este fracaso es evidente: el equipo no jugó bien. No tuvo creación en el mediocampo, ni transición eficaz de la defensiva a la delantera (el pelotazo es la forma más torpe y primitiva de cumplir ese propósito y fue la alternativa adoptada por el combinado nacional) ni desborde por las puntas. Sus tres goles no fueron producto de creaciones colectivas (dos provinieron de cobros de pelota parada y el restante de la pesca de un rebote) y todos fueron obra de un único jugador. Y cuando más se necesitaban los goles, en el partido definitorio contra Francia, estos no aparecieron y ni cerca estuvo el equipo de hacerlos. En resumidas cuentas, tanto el contexto regional como el desempeño colectivo no permiten la duda: la participación de la selección nacional de fútbol en la cita mundialista fue un rotundo fracaso. Es mejor llamar a las cosas por su nombre, porque maquillarlas no contribuye a su superación.

Se puede explicar este fracaso en tres niveles de análisis. El primero, el desempeño de los jugadores. Es imposible dudar de su entrega personal (entre otras cosas, porque es una medida subjetiva) pero sí es posible juzgar la eficacia de esa entrega. En el particular caso de Énner Valencia, el resultado fue notable: él fue el autor de los tres goles de su equipo y su figura descollante, la que avivaba la esperanza de acceder a la siguiente fase. Juan Carlos Paredes jugó a buen nivel y hay que reconocer los esfuerzos exitosos de Alexander Domínguez para sacar invicta su valla en el partido contra Francia. Otros jugadores de quienes mucho se esperaba, en cambio, causaron una honda decepción: Felipe Caicedo, Jefferson Montero y, sobre todo, el capitán Antonio Valencia, de quien podría decirse que su mejor jugada fue, paradójicamente, la de su expulsión: el equipo fluyó mejor con su ausencia. Pero no es justo cargar las tintas en los jugadores. En buena medida, lo que ejecutaron en el terreno de juego fue producto de lo que propuso la dirección técnica.

Esto nos conduce al siguiente nivel de análisis, la dirección de Reinaldo Rueda. Las deficiencias de la selección en creación ofensiva son atribuibles a la pobreza de su planteamiento, mezquino y defensivo. No se puede entender, por ejemplo, que Rueda haya optado en el último partido el reemplazo de un mediocampista para colocar a un defensa, cuando lo que había que hacer era buscar una victoria o el equipo quedaba eliminado. Recién ingresó al delantero al minuto 89, cuando poco o nada podía hacerse; cuando, en efecto, ya nada se hizo. Pero también es cierto que echarle la culpa a Rueda tampoco es justo. Es un tipo de hondas limitaciones, que se apaña como puede. Y que no tiene, para apañarse, muchas alternativas. Esto nos lleva al tercer nivel de análisis: la dirigencia de la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF).

La FEF está presidida por Luis Chiriboga desde 1998, el mismo año en que este individuo terminó su período como diputado (1996-1998) del Partido Social Cristiano en el Congreso Nacional. Sobre el funcionamiento de la FEF bajo su presidencia, pesan varios cuestionamientos. Por ejemplo, los hechos por los que fue condenado Vinicio Luna levantaron graves sospechas sobre la transparencia en su manejo; las declaraciones de Hernán Darío Gómez (quien afirmó en una entrevista realizada en Colombia que en Ecuador se le imponía la convocatoria de ciertos jugadores) generan sospechas sobre la conducción misma del equipo. Esta práctica podría explicar el que para este mundial se haya convocado a Luis Fernando Saritama (cuyo representante es el hijo del presidente de la FEF) y podría explicar la presencia del mismo Reinaldo Rueda, quien compensaría sus visibles limitaciones con una adecuada ductilidad. Una ductilidad que resultaría conveniente a ciertos intereses creados dentro de la FEF, pero que sería un obstáculo para el anhelado éxito del combinado nacional.

Un estado de cosas así, solo garantiza el fracaso. Si se hace una comparación con lo sucedido en Colombia, un país cuya participación en esta copa del mundo ha rozado la excelencia, uno puede entender la razón del éxito del vecino país. Como lo contó Ramón Besa en un artículo publicado en el diario español El País: “Nada más firmar su contrato en enero de 2012, Pékerman mandó a los periodistas a la tribuna de prensa, a los directivos al palco y se encerró con sus futbolistas en la sala de juego. Ordenó la federación, cambió la manera de entrenar del equipo y el protocolo de las convocatorias, y le puso método al talento…”.


En Colombia, el resultado de trabajar con seriedad tiene su recompensa. En Ecuador, un escenario como ése (un director técnico competente, un proceso comprometido y serio) es cosa de ciencia ficción. Una dirigencia de 16 años en el poder solo puede asegurar la repetición de sus fracasos (no hay asombro en que su gran idea tras la eliminación del mundial sea, por supuesto, la continuidad de Rueda) en un proceso que, de tan agotado y cuestionado (al menos en el mundo de los hinchas que se expresan en las redes sociales, porque el periodismo deportivo ni se anima a arriesgarse), ya apesta a muerto.  

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