Publicado en diario El Telégrafo el 11 de julio del 2014.
A fines del mes de junio,
239 establecimientos de la cadena australiana de supermercados Woolworths (conocidos coloquialmente
como Woolies) colocaron carteles con
la frase “Happy Ramadan” y algunos ofrecieron
nueces y frutos secos a su clientela. Los establecimientos de Woolworths que hicieron esto fueron aquellos
situados en lugares de numerosa población musulmana. Se trata, por supuesto, de
una estrategia comercial de esta cadena de supermercados para captar clientela
en la comunidad musulmana durante el mes que dura el Ramadán (este año, desde
el 28 de junio hasta el 27 de julio).
Ha sido interesante observar
la reacción de algunas personas ante la postura de Woolies. En la página de Facebook
de esta cadena de supermercados, varios de sus clientes manifestaron sus críticas.
Por ejemplo, hubo una persona que dijo que se sentía ofendida “como australiana
y como mujer”; otra, que amenazó con boicotear los establecimientos donde
estuvieran esos carteles; otra más, que acusaba a Woolworths de “alcahuetear a una minoría”. Un blog conservador, sin
más, acusó a Woolies de “promover el
terrorismo islámico” (?). En realidad, no se entiende como el hecho de colocar
carteles con una frase que incluye la palabra “Happy” y ofrecer frutos secos pueda resultar en un daño o en alguna
afectación a alguien, al punto de provocarle a esa persona reacciones como las ya
citadas. Ciertamente, lo que demuestran este tipo de reacciones son las
dificultades que enfrenta la tolerancia religiosa.
En mi caso, le tengo
simpatía a lo hecho por Woolworths.
Persiguió su propio interés (el vender más productos) a través de enviar un
mensaje positivo y de reconocimiento de la diversidad existente en el
territorio. Lo hizo donde podía tener éxito (no tiene sentido desear un “Happy Ramadan” donde no existe una
comunidad que lo conmemora) y lo hizo sin ofender a nadie. Cuando le
preguntaron al vocero de Woolworths
sobre este asunto, respondió que la cadena celebra “tantas festividades
internacionales como es posible para respaldar la diversidad de la población australiana”.
Según afirmó, esto incluye el Diwali (festividad hindú), el Año Nuevo Lunar (festividad
china) y la Pascua (festividad judía).
La base de la tolerancia
está en el reconocimiento del otro; es más difícil respetar lo que no se conoce.
El secretario del Concejo Islámico del estado de Victoria (al sureste de
Australia, capital Melbourne) opinó que las personas que se oponían a lo hecho
por Woolworths lo hacían por su
ignorancia del Islam y por miedos insustanciales. Es difícil no coincidir con
su opinión. Es absurdo que sean tantas las personas en el mundo occidental que desprecian
a los creyentes en el Islam porque los asocian con acciones violentas (por
ejemplo, con los musulmanes que salieron a quemar embajadas de Dinamarca porque
en dicho país se publicó una caricatura de Mahoma). En ese caso, lo que esas
personas desprecian es el “muñeco de paja” que se han inventado para justificar
sus miedos y su ignorancia. Juzgar a los creyentes en una religión por los
actos cometidos por unos cuantos radicales es una manera muy torpe de pensar.
Es tomar la parte por el todo, es reemplazar la complejidad de la discusión por
la simpleza de los prejuicios.
El Islam es la religión
más practicada en el mundo. Sí, incluso por encima del catolicismo. Se calcula
que hay cerca de 1.600 millones de personas creyentes en el Islam (22% de la
población mundial); católicos, hay 1.228 millones (17%). Los musulmanes que
salieron a las calles a quemar embajadas en aquella ocasión, por ejemplo, no superaban
unos pocos miles. Eso es menos del 0.001% de creyentes en el Islam. ¿Se puede juzgar
a todo el resto, por ese número mínimo (y reprochable) de violentos? ¿Se puede
meter a todos en el mismo saco y omitir el reconocimiento de otras varias
formas de practicar el Islam que involucran la compasión, la paz y el amor?
El error de esta forma de
razonar es criticar lo que se no se conoce a fondo. Mucha gente que tiene una
opinión negativa sobre otros es porque nunca jamás ha tratado de conocer a aquellos
que critica. Se conforman con unas ideas preconcebidas sobre lo que el otro es:
el esfuerzo y la honestidad intelectual de conocer a los demás (a la casi
infinita diversidad que implican los otros, para bien o para mal) es algo que
está fuera de sus capacidades. Así se ha justificado (y se sigue justificando,
por supuesto) la discriminación a homosexuales, negros o musulmanes. Y la lista
es larga, y contiene muchas peores expresiones que las citadas unas líneas más
arriba.
El escritor español Miguel
de Unamuno tenía una frase certera para describir la cura que requiere la gente
discriminadora: “el fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”. La
interacción con las ideas y con la realidad de los otros es la mejor manera de
reconocer y apreciar la diversidad que en el mundo existe y de generar empatía
frente a lo que otras personas viven y experimentan, de las que tanto puede
aprenderse.
En Guayaquil había una única
mezquita, situada en Urdesa, frente a la casa en la que se organizó el
Inmundicipio unos tres años atrás. La mezquita se llamaba “Jesús”, porque Jesús
es uno de los profetas del Islam. Creo que ya no siguen allí, pero dondequiera
que estén, Feliz Ramadán a ellos, también.
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