Matilde Hidalgo y el Código Civil

14 de junio de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 14 de junio de 2024.

La Constitución que se aprobó en febrero de 1884 fue la décima del Estado del Ecuador y tiene un rasgo singular: fue la primera que eliminó todo tipo de restricción de acceso a los cargos públicos en razón de la condición económica, pero fue la primera y única que puso una restricción de acceso a los cargos públicos en razón del sexo. 

El artículo 9 de la Constitución de 1884 estableció que eran “ciudadanos los ecuatorianos varones que sepan leer y escribir, y hayan cumplido veintiún años o sean o hubieren sido casados”. De acuerdo con esta Constitución, para ser elector y para el ejercicio de todo cargo público se debía ser ciudadano. La consecuencia obvia: ninguna mujer podía participar en la esfera pública.

En los debates de la asamblea constitucional que produjo la Constitución de 1884 se discutió sobre la palabra “ciudadano”. Un diputado conservador, de apellido Caamaño, representante de la provincia de Pichincha, entendía que era natural que el término “ciudadano” se refiera de manera exclusiva a los varones, porque “la costumbre hace ley, y es costumbre que los varones ejerzan la ciudadanía puesto que la mujer jamás lo ha pretendido”. 

Por contraste, un liberal apellido Borja, diputado por la provincia de León (hoy Cotopaxi), apeló a la gramática pues juzgó necesario el que “comprendiéndose a las mujeres en la denominación de ecuatorianos, debía decirse expresamente que son ciudadanos todo ecuatoriano Varón que sepa leer y escribir”. Para él, palabras tales como hombre, persona, niño, adulto y ciudadano se aplicaban a los seres humanos con independencia de su sexo (y así lo estipula a día de hoy el Código Civil en su artículo 20). 

El diputado Borja era un prestigioso jurisconsulto y su postura fue la triunfadora. Se dice que esta Constitución de 1884 fue, en gran medida, su hechura. De las diez constituciones que estuvieron en vigor durante el siglo XIX, esta de 1884 fue la única en vigor por dos períodos presidenciales completos (José María Caamaño y Antonio Flores). Duró hasta que triunfó la revolución liberal en 1895 y se aprobó una nueva Constitución.  

Ni la Constitución de 1897 ni la de 1906 (ambas del período liberal) contemplaron la palabra “varones” en su consideración de “ciudadano”. En ellas se omitió la especificidad que había dispuesto el jurisconsulto Borja en la Constitución de 1884.

Bajo el imperio de la Constitución de 1906, Matilde Hidalgo acudió a inscribirse para votar en unas elecciones a representantes en el Congreso a celebrarse en mayo de 1924. La ausencia en la norma de la palabra “varones” para caracterizar el concepto de “ciudadano” era la base de su argumento de no existencia de un impedimento de orden legal para que una mujer ejerza el derecho al sufragio. 

Su argumento triunfó y pudo votar en las elecciones de mayo de 1924. Pero la última palabra acerca de la legalidad de su acto la tuvo el Consejo de Estado. El 9 de junio, de forma unánime, dicho órgano resolvió que en materia de derechos políticos “no cabe hacer distinciones de sexo, pues no las ha hecho el legislador; y que su ejercicio corresponde a los ecuatorianos varones como a las mujeres”.

Triunfo completo de la tesis de Matilde Hidalgo (y del Código Civil).

Superpoder en burra

9 de junio de 2024

El superpoder del expresidente Rafael Correa es tal que el efecto de usar él unas comillas provocó que otro escriba un artículo… que el expresidente no leyó.

Mira a todas partes, pero a algunas partes mira menos.

El “influjo psíquico” es el superpoder. Aplicado (interpretado de manera aleve, grotesca) en un sistema de justicia, ello es un abuso, cuando no una estupidez; pero aplicado a la creación de un artículo que no se leyó es un desperdicio. Algo se pudo aprender, pues como decía el filósofo Karl Popper: “la verdadera ignorancia no es no tener conocimientos, sino rehusarse a adquirirlos”.

El tuit que viaja en burra.

Otra forma de decir Jalisco es decir “vuelve la burra al trigo”. En este caso, trigo son aquella leninmorenada de la nomenclatura como un dogma y la falacia de apelación a la burla. Pero de discutir los argumentos, pues naranjas. Que si el tránsito de monarquía a dictadura, que si el Colegio Electoral y el autogobierno, que si la independencia de poderes y la milicia… Tantas cosas para hablar sobre Guayaquil, pero el fetiche de la falacia es hablar de París. Ah, le fou.

Por lo menos ahora está claro que, para el expresidente Correa, la fulminante sanción a Antonieta Palacios fue una “injusticia”. Pero qué barata la sacan los autores de la injusticia, pues para ellos no hay ninguna palabra, nadita acerca de lo poco académicos y muy ociosos que han sido (la fulminante sanción a Antonieta fue su primera resolución del año -a mediados de su quinto mes). Esta acusada deferencia en un escenario tan papayero para el chascarrillo hiriente, especialidad de la Casa Correa, realmente no se entiende. (¿Espíritu de cuerpo con esta variante de las momias cocteleras?)

En lo que sí estoy de acuerdo: Jalisco lo venció. Se llegó a él en burra.

Naturgemälde

7 de junio de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 7 de junio de 2024.

La palabra que titula esta columna es alemana y, por ende, algo jodida. O como en este caso, intraducible. Pero dejemos a una de la tierra de los teutones que nos la explique: “una palabra alemana intraducible que puede significar una ‘pintura de la naturaleza’ pero que al mismo tiempo entraña una sensación de unidad o integridad”. La explicadora es Andrea Wulf, y ella es la autora de un libro extraordinario: ‘La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt’.

El libro de Andrea Wulf es una biografía de este viajero y científico alemán cuya vida resultó marcada por el recorrido que hizo por el hemisferio Sur a inicios del siglo XIX. En esencia, ella lo considera a Humboldt el “padre fundador” de la idea de ecosistema.

La genialidad de Humboldt fue ir a contracorriente. En una época en que la ciencia insistía en la especialización de los saberes, él aspiraba a observar las conexiones entre las cosas. El momento cumbre de esta mente poderosa fue durante su escalada del volcán Chimborazo, en compañía de Carlos Montúfar, Aimé Bonpland y José, su criado (no olvidar que este es un viaje de burgueses). 

El ascenso de Humboldt a la montaña más cercana al Sol ocurrió el 23 de junio de 1802. No llegaron a la cima, pero alcanzaron unos respetables 5.917 metros, con equipo e instrumentos rudimentarios. De todas maneras, aquella altitud antes no había sido alcanzada por nadie (o al menos por un occidental, porque la etnia Sherpa…). Y fue allí, en esas alturas del Chimborazo y oteando un horizonte inmenso, que Alexander von Humboldt, nacido en Berlín el 14 de septiembre de 1769, concibió la idea del Naturgemälde.

En su biografía de este hombre extraordinario, Andrea Wulf explica el significado de haber concebido dicha idea: “La naturaleza, comprendió, era un entramado de vida y una fuerza global. Fue, como dijo después un colega, el primero que entendió que todo estaba entrelazado con ‘mil hilos’. Esta nueva noción de naturaleza iba a transformar la forma de entender el mundo”.

En el territorio de las provincias del Reino de España que algunos años después se unirán para conformar el Estado del Ecuador, Humboldt conoció varias ciudades (Quito, Riobamba, Cuenca, entre otras) y ascendió a varias de sus montañas. Fue él quien bautizó al callejón interandino como “avenida de los volcanes”. 

El 17 de febrero de 1803 Humboldt y su comitiva zarparon desde el puerto de Guayaquil con destino a México. Nuestra ciudad fue la última en el hemisferio Sur en la que estuvo Alexander von Humboldt. Mientras se alejaba de ella, él miraba por el telescopio y “veía que las constelaciones del cielo austral iban desapareciendo poco a poco”. Cruzó la línea imaginaria del ecuador el 26 de febrero de 1803. Nunca más (murió en Berlín, el 6 de mayo de 1859, a los 89 años) volvió al hemisferio Sur.

Y Humboldt nunca fue el mismo tras su visita a esta parte del mundo, pues como lo destaca su biógrafa Wulf, “sobre todo, se iba de Guayaquil con una nueva visión de la naturaleza. En sus baúles iba el dibujo del Chimborazo, el Naturgemälde. Este dibujo y las ideas que lo habían inspirado cambiarían la percepción del mundo natural que iban a tener las generaciones futuras”.

Correa y el pensamiento crítico

6 de junio de 2024

El expresidente Rafael Correa ha publicado un tuit en respuesta al artículo que publiqué en el portal La Contra y este blog acerca de la suspensión indefinida de una autoridad académica (la directora de la Academia Nacional de Historia capítulo Guayaquil, Antonieta Palacios) por parte del Directorio de la Academia Nacional de Historia del Ecuador. Sin fórmula de juicio, sin procedimiento ni razonamiento. Sin que parezca, ni por asomo, que una Academia no digo ya Nacional o de Historia haya actuado, porque lo hecho es propio de barbajanes.



Correa no se refirió de manera específica a ese tema (salvo que en las “indudables injusticias” la haya incluido sin referirlo, que es lo mismo que no haberlo hecho) pero sí se refirió a mis argumentos poniendo entre comillas la palabra argumentos, como si eso significara algo en el campo del pensamiento crítico. Y se nota su desgano, porque para su crítica recurre a una falacia de apelación a la burla, a fin de apoyar su conclusión preconcebida de que mis argumentos no merecen ser tomados en cuenta. Dice Correa que, según mis argumentos, deberíamos aceptar que la Comuna de París fue una república.

No conozco en detalle el caso de la Comuna de París y poco importa.

En lo que importa: las únicas ideas de Correa contra mis argumentos son el usar unas comillas y esta falacia. Para una persona como Correa, a la que sí considero y estimo como académica, esto me parece paupérrimo. Creo que él lo puede hacer mejor.

En tiempos de la campaña de Aquiles Álvarez, en una entrevista Correa dijo lo siguiente:



A este Correa del pensamiento crítico apelo.

Para hacer un verdadero ejercicio crítico, Correa debería empezar por reconocer que es muy pobre intelectualmente tomar una idea y apelar a la burla para desacreditarla. El ejercicio crítico deberá ser otro: contrastar un acontecimiento histórico concreto con la teoría política acerca de lo que significa ser una república. Ese ejercicio hice en mi artículo, que lo citó Correa, con relación específica a la república de Guayaquil. 

Así, si el académico Correa estuviera interesado en debatir, él trataría de demostrar que mis argumentos están equivocados. Específicamente, los que desarrollan estos dos puntos:

Punto 1.- Que el tránsito de un régimen monárquico (por definición el gobierno de uno -el rey) a un régimen electivo de autogobierno de un territorio por sus habitantes implica el tránsito de un régimen monárquico a un régimen republicano, siempre que se satisfagan las dos condiciones que se desarrollan en el siguiente punto.

Punto 2.- Que, tras la ruptura con la monarquía, se organice la población del territorio y, por canales institucionalizados, ella decida: 

2.1.- Designar a sus autoridades para la administración del territorio; 

2.2.- Designar a sus representantes para aprobar las normas de autogobierno que regirán la convivencia de la sociedad.

En el caso de Guayaquil (es irrelevante si en la Comuna de París u otro sitio) lo indicado en el punto 1 se cumple por el hecho mismo del 9 de octubre que significó, como se lee claramente en el Acta firmada ese día, el día “primero de su Independencia” y, por ende, significó una ruptura clara y terminante con el régimen monárquico.

En el caso de Guayaquil (es irrelevante si la Comuna de París o que sais-je) lo indicado en el punto 2 se cumple por la participación popular por canales institucionalizados para elegir a sus representantes, que se tradujo en la participación de 57 representantes provenientes de 27 pueblos de la provincia reunidos en un Colegio Electoral celebrado entre el 8 y el 11 de noviembre de 1820, en el que se eligieron los gobernantes del territorio (un triunvirato de gobierno compuesto por Olmedo, Roca y Ximena) y se aprobaron sus normas de autogobierno (el Reglamento Provisorio de Gobierno). 

Si salió de la monarquía, para establecer sus propias autoridades y reglas de autogobierno, el territorio donde ocurrió aquello, merece el nombre de república. Esto, con independencia de la denominación que haya tenido u ostentado en aquellos tiempos.

Porque lo importante no es debatir acerca de una nomenclatura, eso es juzgar un libro por la portada, una leninmorenada. Lo importante (o debo decir: lo académico) sería investigar acerca de ese período específico de la historia, para entenderlo a profundidad (incluso si se trata de disminuirlo o negarlo). Porque para eso sirve la Academia, cuando es honesta en sus objetivos y rigurosa en sus procedimientos.

Es la hora de formularle al académico Correa un par de preguntas: 

PREGUNTA 1: ¿En serio una persona pensante se sitúa junto a una academia a la que no se le ha caído un argumento y pretende silenciar toda idea que no se ajuste a su relato histórico? 

No concibo a un académico consintiendo la acción censuradora de esta academia. El despido de Antonieta Palacios, fulminante y grotesco, como acto administrativo; la pretensión de que la única historia que vale es la que cuenta una historia falsa acerca del heroísmo de la ciudad capital, como desvarío conceptual. Asentados en Quito, estos “académicos” se sienten en la obligación de defender su relato del 10 de agosto heroico a trancas y barrancas, prescindiendo de argumentos. Sienten que la ofensa se dirige a la calle 10 de agosto, a su pedacito de historia a conservar, y por eso saltan de su modorra a defenderla.

Repito: Unos señores en Quito, que poca gente conoce y muy poco hacen, se creen en la potestad de decirle a otras personas que no viven en Quito cuál es el relato correcto y castigan o censuran a todo aquel que no se ajuste a dicho relato (relato que, en rigor, es la respuesta a la pregunta: ¿cuál es el relato que a Quito le conviene?). 

PREGUNTA 2: ¿Puede tener Guayaquil un relato propio, o tendrá siempre que someterse a los lineamientos históricos que quiere la Academia quiteña?

Lo hecho por la Academia Nacional de Historia del Ecuador es censurable, tanto por su resolución administrativa (la primera del año, casi a mitad del año: más que académicos, vagos) como por su pretensión de silenciar un debate. El deber de la academia nacional debería ser estimular a los distintos capítulos a contar las historias de los territorios que componen un Estado. Además, debería siempre defender su interpretación de la historia con argumentos, profundizando en el análisis, porque esto es lo propio de toda academia. 

Pero la Academia sita en Quito no hace eso: a ella la mueve ser la fiel guardiana de un relato. Uno que no cuente que Guayaquil fue república independiente, o que omita que Quito nunca lo fue.

La respuesta a esta segunda pregunta no puede ser otra que Guayaquil puede (tiene el deber cívico) de tener un relato propio. La única condición para ello es fundamentarlo.

El lado correcto (o debo decir: académico) de la historia

Hago notar que el lado correcto de la historia está en defender el pensamiento crítico, el libre debate de ideas. El expresidente Rafael Correa debería censurar la actuación de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, por arbitraria contra las autoridades del capítulo de su ciudad y, en especial, por su condición de académico, debería censurarlos, fuerte y claro, por pretender silenciar el libre debate de ideas. Y, además, debería aceptar que es razonable que se considere como república a un territorio libre e independiente que acogió a instituciones republicanas para su autogobierno. O mostrar que existen argumentos poderosos (no una méndiga apelación a la burla) para sostener que ello no es razonable. Pero si no los tiene, debería proceder como dijo que él hacía, según el vídeo que consta más arriba, y conceder la razón. 

Las ideas no son sagradas, ni las históricas ni ninguna otra: todas deben estar abiertas a debate y eso debería entenderlo esta academia barbajana en relación con la república de Guayaquil.

Y así debería también entenderlo Correa, a cuyo pensamiento crítico apelo. Ojalá que en esto no lo venza Jalisco.