“… Pensándolo bien, olvídese de la carta. No es más que una nota para mi amigo Sam Jones pidiéndole prestados dos dólares. Pero el pobre de Sam debe de tener sus propios problemas. No creo que pueda prestármelos. Y, además, no creo que estuviese muy dispuesto a darme la pasta aunque la tuviera. Un poco rácano, así es él. Si pensara que estoy pasando hambre no creo que me dejara ni cinco centavos. De hecho no me los daría aunque estuviese muriéndome de hambre. Y se dice un amigo… ese cerdo capitalista y amarrado. Le demostraré con qué clase de hombre está tratando. Llévele una carta a esa serpiente y dígale que no aceptaré sus dos dólares. Y que si alguna vez se le ocurre pasar por aquí no le dejaré un hueso sano”.
En este país de discusiones vehementes que rara vez aportan ideas este fragmento de los hermanos Marx, en su tan característico como desopilante humor, nos ilustra sobre los procesos mentales de muchos de esos vehementes discutidores, quienes suelen proyectar sus prejuicios sobre X situación, asumirlos como verdaderos sin molestarse nunca en probarlos y adjetivarlos con sonora altisonancia (altisonancia que suele ser la amarga cara de esa falta de conceptos que suele ser su cruz). Ejemplos al uso, diríase casi un random pick de las páginas de opinión de la prensa local.
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