Leído en Historia de Buenos Aires, de Carmen Bernand (Pág. 244-245):
“Precisamente en esa esquina [Corrientes y Esmeralda], que simboliza los múltiples aportes de la inmigración, Raúl Scalabrini Ortiz ubica al porteño arquetípico de esos años [década de 1920], híbrido del gaucho, el indio, el patricio y el “cocoliche”. Lo describe como un ser impulsivo, animado por emociones que recaen rápido, fiel a las amistades masculinas, pero desconfiado para con las mujeres y toda manifestación de ternura, que se apura por ocultar haciendo gala de cinismo. El título del ensayo que le consagra, El hombre que está solo y espera, condensa todos esos rasgos aportando una tonalidad “beckettiana” anticipada. Otros escritores observan esa tendencia a la angustia existencial del comportamiento porteño. Así, Erdosain, el antihéroe de Roberto Artl, arrastra su aburrimiento y su desamparo por las calles de Buenos Aires, “su vida sangra”, así como la del “Rufián melancólico” y suicida. Esa insatisfacción impacta también al filósofo español Ortega y Gasset, de paso por Buenos Aires. Más allá de los estereotipos, esos rasgos –que sin duda resultan de una superposición de desarraigos sucesivos- explican ciertamente la extraordinaria difusión del psicoanálisis en Buenos Aires, a partir de la Segunda Guerra Mundial”.
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