El saqueo de la imaginación

18 de octubre de 2009

Tina Zerega fue quien publicó en este diario, el 29 de julio pasado, una columna titulada A la altura en la que sostuvo que “de la denominada ‘guerra de los medios’, me asusta la facilidad con que circulan significantes como guerra, dictadura, totalitarismo. Si gastamos los significantes, no tendremos palabras para nombrar las situaciones cuando verdaderamente sucedan. Cualquier conocimiento básico de historia permite sustentar esta idea”. Precisamente ese es el núcleo del argumento que desarrolla Irene Lozano en el libro del cual he tomado prestado el título para titular, a su vez, esta columna y en el que Irene Lozano sostiene, con sobrados argumentos y ejemplos históricos y actuales, que “el uso y el abuso de las palabras en el lenguaje político y periodístico ha supuesto un auténtico saqueo de la imaginación”.

En los medios de comunicación de este país no resulta extraño el uso y abuso de las palabras que saquean la imaginación. De manera habitual, el periodismo local no suele respetar la máxima de Voltaire de precisar los términos para empezar el debate, ni de utilizarlos de una manera que no se desgasten.

Así, suelen ensayarse vehementes discusiones que aportan escasas ideas para el debate, usualmente centradas en el mensajero (propicios ejemplos de falacia ad hominen) y no en el mensaje, o lo que es lo mismo, centradas en lo que resulta irrelevante y no en una discusión real que proponga y fundamente argumentos. Puede que, de manera lamentable, no deba resultarnos extraño en esta época de profusa información pero poco conocimiento, las discusiones (como parece probarlo con sobra de merecimientos el periodismo ecuatoriano) de copiosos y altisonantes adjetivos pero de paupérrima sustancia.

Este diagnóstico de saqueo de la imaginación, si es acertado, es altamente preocupante. Lo es, porque como lo advirtió Alasdair MacIntyer, “alterar los conceptos, ya sea modificando los existentes, inventando otros nuevos o destruyendo los viejos, es alterar el comportamiento”. Ese es el efecto que provoca, no inmediato pero sí de persistente erosión, el abusar de las palabras. De allí que haya que respetarlas, tanto para seguir el sensato consejo que propone Tina Zerega en su columna de hacerlo para mantener la credibilidad de quienes escriben (puede recordarse, al efecto, el cuento infantil ruso Pedro y el lobo) como también porque como lo advirtió Marcel Proust en su célebre En busca del tiempo perdido (El tiempo recobrado): “Siempre he tenido una alta consideración por aquellos que defienden la gramática o la lógica. Cincuenta años después se da uno cuenta de que ha conjurado grandes peligros”. Así, por razones de presente y de futuro, debemos tratar de evitar este persistente saqueo de la imaginación, aquel que tanto critica Irene Lozano en su libro, el que (ya fue dicho) presta tanto el título como algunas ideas que han permitido desarrollar esta columna.

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