El azar de un nombre

3 de noviembre de 2015


Publicado en diario El telégrafo el 3 de noviembre de 2015 como "En la urbe prevaleció el nombre indígena, Guayaquil, antes que el hispánico Santiago".

El interés de las autoridades políticas (nacionales y locales) por el pasado indígena de Guayaquil se reduce casi de manera exclusiva a su uso como recurso para la oratoria pomposa.  Por esta razón, lo que se conoce de los pueblos aborígenes que poblaron los territorios en los que se asentó la ciudad de Santiago (durante sus varios traslados por la cuenca del Guayas) ha tenido más de invención fabulosa que de rigor histórico.

Tres son los pueblos aborígenes que tuvieron parte en la fundación de Guayaquil: los huancavilcas, los chonos y los punáes.  Para el guayaquileño en general, sin embargo, esta participación resulta desconocida o, peor aún, infantilizada por fábulas como la de ‘Guayas y Quil’ (a la que el municipio hoy le construye un nuevo monumento) (1).  Ello, a pesar de existir evidencia sobre esta participación en crónicas y documentos del período de conquista, así como en modernos estudios históricos sobre la fundación de la ciudad.  De hecho, en la evidencia del período de conquista se demuestra que los huancavilcas eran “indios de paz” (así fueron descritos por el capitán Diego de Urbina, uno de los primeros alcaldes de la ciudad, en su carta al Rey de España fechada en mayo de 1543) mientras que los chonos eran considerados belicosos y guerreros.  Pero para la fábula oficial y útil a la retórica política, los huancavilcas son el pueblo aguerrido y los chonos, un pueblo olvidado.

Los modernos estudios históricos sobre la fundación de Guayaquil han permitido aclarar la confusión sobre su “proceso fundacional” empezado en 1534 y culminado en 1547, el año de su asentamiento definitivo.  Es importante que estos estudios se reconozcan y valoren, pues es el rigor histórico el que debe prevalecer por sobre las fábulas convenientes a los políticos, por mucho que a éstos les pese.  A partir de esta idea, el presente artículo busca satisfacer dos propósitos: el primero, destacar la curiosa paradoja de que a pesar del desconocimiento generalizado de su pasado indígena, haya sido un nombre indígena el que terminó por identificar a la ciudad; el segundo, resaltar la obra de Miguel Aspiazu Carbo (1905-1991) cuyo libro Las fundaciones de Guayaquil, publicado en 1955, fue el punto de partida para pensar la fundación de Guayaquil con seriedad documental.  Los trabajos posteriores de Dora León Borja de Szászdi y Adam Szászdi y de Julio Estrada Ycaza completaron y profundizaron el camino que Aspiazu señaló.      

Para los propósitos de este artículo es necesario comprender cómo construyó Miguel Aspiazu Carbo su argumentación.  En el prólogo escrito para el ‘Acta de Fundación de la Ciudad de Santiago de Guayaquil (Santiago de la Provincia de Quito) 15 de agosto de 1534’, publicada en los Cuadernos de Historia y Arqueología de la Casa de la Cultura en julio de 1970, este autor explicó de una manera sucinta las razones por las que él entendió que existía identidad entre la ciudad de Santiago de Quito fundada en 1534 y la ciudad de Santiago de Guayaquil que en 1547 se asentó de manera definitiva en el Cerrito Verde (hoy Cerro Santa Ana).

En resumen, el razonamiento de Aspiazu se originó en documentos que constan en el tomo I del Libro Primero de Cabildos (conocido como “Libro Verde”) que publicó el Archivo Municipal de la ciudad capital con ocasión de los cuatrocientos años de su fundación.  Aspiazu hizo una atenta lectura del acta de fundación de la ciudad de Santiago de Quito (hecha por el capitán Diego de Almagro el 15 de agosto de 1534 en Cicalpa, cerca de la actual Riobamba) así como de la provisión de Francisco Pizarro del 22 de enero de 1535 en la que esta autoridad confirmó los cargos de aquellos a los que Almagro había designado como alcaldes y regidores tanto de la ciudad de Santiago de Quito como de la villa de San Francisco de Quito (fundada el 28 de agosto de 1534 por el mismo Almagro, en el mismo asiento de la ciudad de Santiago).  De esta lectura, Aspiazu concluyó que “no por haberse fundado el Cabildo de la villa de San Francisco de Quito había dejado de existir el de la ciudad de Santiago de Quito”, pues es obvio que si esto fuera así, no tendría sentido el que Pizarro confirmase alcaldes y regidores para ambos lugares, la ciudad de Santiago de Quito y la villa de San Francisco de Quito.  En ambos casos, el término “Quito” se refiere a la región, no a la ciudad que hoy es la capital del Ecuador.

A partir de esta idea, Aspiazu intuyó que el Santiago de Guayaquil que creció en la ribera del Guayas era la continuación del Santiago de Quito que se fundó en las montañas serranas.  Para confirmar esta intuición, Aspiazu necesitaba, primero, la evidencia de la facultad para trasladar la ciudad de un sitio a otro y, segundo, la evidencia del uso de Santiago de Quito para identificar a la ciudad que se ubicó en la ribera del Guayas.  Aspiazu consiguió lo primero en el libro Cedulario del Perú publicado por el historiador peruano Raúl Porras Barrenechea en 1944, “en cuya página 163 del primer tomo consta la Cédula Real hecha en Toledo el 4 de mayo de 1534, por la que, a solicitud de Pizarro, expresamente se lo autoriza para que cada y cuando le pareciera que un pueblo fundado o que fundare se deba mudar de sitio lo pudiese mudar al sitio que le pareciese, con su nombre” (el libro se lo envió el propio Porras desde el Perú). 

Lo segundo, Aspiazu lo consiguió en el documento 451 de la colección Harkness (una colección de documentos relativos a la conquista del Perú que el millonario y filántropo estadounidense Edward Stephen Harkness donó a la Librería del Congreso de su país) en el que se publicó la copia de una provisión del Rey de España fechada en septiembre de 1540, en la que constaba el nombre de Santiago de Quito para identificar a la ciudad asentada en la ribera del Guayas.  El original reposaba en los archivos del Cabildo de la ciudad (años después perdidos por los incendios) y hasta allá viajó el escribano Sebastián Sánchez de Merlo para hacer la copia fiel de la provisión y asentó claramente en ella la fecha (29 de setiembre de 1541) y el lugar donde la realizó: la ciudad de Santiago de Quito, pues “era la ciudad de Santiago en la provincia de Quito, no en la de Chile o de Cuba o de Guatemala o de Compostela”, como bien precisa Aspiazu.

Es así que la ciudad que fue fundada con el nombre de Santiago en la provincia de Quito tuvo diversos nombres en sus primeros años, según el sitio de su asiento.  Aspiazu recordó los nombres de Santiago en Estero de Dimas, Santiago del río de Amay, Santiago de la Culata, hasta llegar a Santiago de Guayaquil.  Este autor atribuye el desuso del nombre Santiago a una razón práctica e imprevisible al momento de su fundación en 1534: “seguramente para evitar confusiones al haber surgido ya, más al sur del Pacífico, Santiago de Chile”.  Al día de hoy y desde hace siglos, nadie en Guayaquil se refiere a sí mismo como “santiaguino”, como sí lo hacen quienes habitan Santiago de Chile o de Cuba o del Estero.

Así, es obra del azar y curiosa paradoja el que una ciudad con tan escasa memoria de su pasado indígena haya perdido su nombre hispánico y haya terminado por ser conocida universalmente por un nombre indígena: el nombre de aquel que era cacique de estos territorios (Guayaquile) antes de que lleguen los españoles a ocuparlos por la fuerza.  Y es de justicia rendirle homenaje a Miguel Aspiazu Carbo, quien en una ciudad devota a las fábulas para explicarse su origen, se dedicó a obtener con esfuerzo, ingenio y rigor una explicación histórica razonable para dilucidar aquello que durante siglos se desconoció: la fundación de Santiago, la ciudad que se asentó en los territorios del cacique chono Guayaquile, de quien finalmente tomó su nombre.

(1) Sobre este monumento "a una fábula, con una ejecución tardía y pobre", v. El monumento a Guayas y Quil, Xavier Flores Aguirre, 11 de diciembre de 2015.

1 comentarios:

Andres dijo...

Tengo unas preguntas, que quizás ud podría convertir en un artículo,

-¿Cuál es la obsesión guayaquileña de reescribir su historia? ¿O no les gusta lo que encontraron?
- ¿Cuánto le ha costado al contribuyente esos intentos de establecer un pasado legendario?
- ¿Cuántas de las grandes familias guayaquileñas iniciaron como poco menos que filibusteros o mafiosos de poca monta? ¿Los patricios están conscientes de ello? ¿Cuál será su reacción si encuentran que la fortuna que posee tiene como origen oscuros negocios -invasiones o información privilegiada, bah, corrupción-?

Y finalmente ¿De dónde nace y se extiende el mito del Guayaquil peruanófilo?

Gran post.