Guayaquil, una historia de dos ciudades

4 de febrero de 2021

El año 1693, el continente americano era todo monárquico, puesto que su inmenso territorio era por entero posesión de reinos europeos (1). El rey inglés era un neerlandés de la Casa de Nassau, nacido en La Haya, Guillermo III, reciente triunfador en ‘La Revolución Gloriosa’. El rey francés, un Borbón, era el célebre ‘Rey Sol’, Luis XIV. El rey de los españoles era un imbécil de la familia Habsburgo, Carlos II. Sus posesiones en América eran las más grandes de todos los reinos, porque los españoles habían llegado primero, en 1492.

 

Ese 1693, Guayaquil, una pequeña ciudad española desbordándose en un cerro al fondo del golfo en el Pacífico Sur que lleva su nombre, obtuvo de su jefe administrativo, el Virrey del Perú, el permiso para mudarse del cerro a la sabana adyacente, petición que se había originado en un cabildo abierto de la ciudad celebrado el 11 de julio de 1688. Los recurrentes incendios y los ataques de corsarios y piratas decidieron la mudanza.

 

Por este permiso del Virrey se mudaron a lo que se conocía como ‘sabaneta’ las autoridades políticas (el Corregidor en 1693, el Cabildo en 1696), los vecinos más adinerados, los grupos religiosos (salvo los dominicos), la iglesia parroquial y el Santísimo Sacramento. Este nuevo emplazamiento empezó a ser conocido como Ciudad Nueva, y por oposición, a la ciudad que se quedó arrumbada en el cerro se la empezó a llamar Ciudad Vieja. Hacia 1699, en lo principal, el proceso de mudanza había concluido. Carlos II seguía, todavía, siendo el rey de los españoles.

 

Al año siguiente, 1700, Carlos II palmó, sin descendencia. Su muerte desencadenó lo que se conoce como ‘Guerra de Sucesión’, que es el pasar el reino de España de estar entre las posesiones de los Habsburgo, una familia austríaca, a las de la familia Borbón, de la vecina y poderosa Francia. Hubo resistencia a este cambio de dinastía: Valencia y Aragón cayeron en 1707 tras la batalla de Almanza (2); Cataluña cayó en 1714. En medio de estos años, en 1710, por gestión del Corregidor Jerónimo de Boza, Guayaquil empezó la construcción de un puente de madera de 800 varas de largo y 2 de ancho, que unió a la Ciudad Vieja con la Ciudad Nueva atravesando los cinco esteros que había del cerro a la sabaneta, es decir, de Norte a Sur: Villamar, Junco, Campos, Morillo y Lázaro. 800 varas castellanas, o de Burgos, equivalen a unos 664 de nuestros modernos metros (3).

 

Puente de las 800 varas. Detalle del plano de Ramón García de León [1772].

A consecuencia de la mudanza, Ciudad Vieja se depauperó. En palabras de Laviana Cuetos, en su libro Guayaquil en el siglo XVIII. Recursos naturales y desarrollo económico:

 

‘Ciudad Vieja, con un trazado irregular propio del terreno ondulado en que se asentaba, sufre un típico fenómeno de degradación perdiendo importancia a medida que Ciudad Nueva la adquiría y se iban trasladando a ella la mayoría de los vecinos. De esta manera en la segunda mitad del siglo ya la mayor parte del vecindario de la antigua ciudad era de negros y mulatos –artesanos, pescadores y jornaleros en su mayoría-, encontrándose la «gente distinguida» en Ciudad Nueva’ (4)

 

Por su parte, la llegada de los Borbones a reinar en España, con sus reformas económicas, benefició a Guayaquil a partir de 1770:

 

“En el último tercio del siglo XVIII, el cacao de Guayaquil comenzó a competir con el de Venezuela en el mercado mexicano; era más barato y estaba menos expuesto a los ataques de los ingleses, ya que tomaba la ruta del Pacífico. La región de Guayaquil conoció entonces un gran desarrollo” (5).

 

El año que el primer territorio americano declaró su independencia de un reino europeo, 1776 (cuando una Yunái de trece estados atlánticos lo hizo de la Pérfida Albión), Guayaquil concluyó la construcción de una calzada de piedra para reemplazar el puente de madera de 800 varas en cumplimiento de una orden dictada por el Cabildo un par de años atrás. Los cinco esteros siguieron abiertos y se salvaban por sendos puentes de madera.

 

En octubre de 1820, cuando la propia ciudad de Guayaquil declaró su independencia de un reino europeo, era ya una ciudad muy distinta a cómo había empezado a ser desde la última década del 1600: desde 1738 se empezó a poblar el barrio del Bajo, ‘que constituyó una especie de suburbio habitado por indígenas y gentes pobres’ en los alrededores del puente de las ochocientos varas (Laviana Cuetos, p. 35). También surgió el barrio del Astillero, que fue la prolongación de la Ciudad Nueva hacia el Sur. Más adelante, se formaron el barrio de Las Peñas en el cerro Santa Ana (antes de ser un barrio aniñado, ‘habitado principalmente por pescadores’ –Laviana Cuetos, p. 33), una extensión del barrio del Astillero que siguió al Sur pasando el estero de San Carlos (hoy avenida Olmedo) y el barrio de la Sabana, que fue la prolongación del barrio del Bajo por detrás de la Ciudad Nueva.

 

En 1820, cuando nació a la vida política sudamericana una efímera república en la Provincia de Guayaquil, entre la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva, con todos sus barrios, se habrán contado unos 18.000 habitantes. Cuando a fines del siglo XVII se la partió a Guayaquil en dos ciudades, ella tenía alrededor de 3.000 o 4.000 habitantes. De un villorrio huidizo de un cerro, Guayaquil durante el tramo final del siglo XVIII se convirtió en una ciudad-puerto muy pujante.

 

Como todas las cosas, casi toda memoria física del Guayaquil de las ciudades Vieja y Nueva concluyó en cenizas tras el Incendio Grande del 5-6 de octubre de 1896, e igual ya quedaba muy poco de ello. Por cierto, dicho incendio borró totalmente el antiguo barrio del Bajo.

 

Y lo que de las ciudades Vieja y Nueva no borró el fuego, lo terminó de borrar el crecimiento urbano ya en la década del veinte del siglo pasado, hará casi 100 años, cuando en Guayaquil vivían unas 90.000 personas. Así, la historia del Guayaquil de Ciudad Vieja y Ciudad Nueva, empezada en la última década del siglo XVII, concluyó con la eliminación de todo registro físico de ellas en la década del veinte del siglo XX. Pero el crecimiento de la ciudad siguió, y aunque de forma diferente, Guayaquil ha vuelto a ser una ciudad partida en dos, v. ‘Monte Sinaí’ y ‘Guayaquil, el modelo que tocó fin’.

 

Parece que el triste destino de esta ciudad es borrar su memoria y no quererse a sí misma.    

 

(1) Al menos nominalmente, porque hubo sectores de América que nunca fueron dominados por los europeos, v. ‘Esmeraldas no way’.

(2) La batalla de Almanza es cosa curiosa, porque enfrentó como jefes de los ejércitos a un inglés y a un francés en el territorio español. Su símil, en el Ecuador, sería la batalla de Miñarica, en la que, como jefes de los ejércitos, se enfrentó un venezolano contra un novogranadino en el territorio ecuatoriano. Sobre el orgullo de los fueros de Aragón, v. ‘Juan Lanuza V y los fueros de Aragón’.

(3) Cinco puentes para atravesar los esteros se habían empezado a construir desde 1705.

(4) Laviana Cuetos, María Luisa, ‘Guayaquil en el siglo XVIII. Recursos naturales y desarrollo económico’, Archivo Histórico del Guayas, Guayaquil, s/f [Primera edición: 1987], p. 32.

(5) Pérez, Joseph, 'Historia de España', Editorial Crítica, Barcelona, 2014 [Primera edición: 2000], p. 350.

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