Publicado
en diario Expreso el 18 de febrero de 2022.
Esta columna de opinión
cuyo primer artículo es éste que Ud. lee, como su nombre lo indica, versará
sobre la historia del Ecuador. Su propósito es contar una historia del Ecuador que
sea diferente (alternativa, e incluso contraria) a la historia oficial,
reinterpretando los hechos que dieron origen a esta amalgama de antiguas provincias
españolas que se convirtieron en un Estado independiente el año 1830 y
recordando episodios que en la historia oficial se los suele ningunear. Creo
que este propósito de contar una historia ecuatoriana que difiera de la oficial
merece una explicación.
En principio, el propósito
mencionado se debe a un desencanto personal por el tiempo presente. Considero
que el Ecuador atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia: es un
país claramente disfuncional, en el que sus autoridades son incapaces de hacer
cumplir las leyes (salvo que se trate de perseguir -con saña- a sus rivales
políticos), en el que la población desconfía de las autoridades y donde la
corrupción campea a sus anchas. El resultado de esta mezcla de ineficacia,
desconfianza y corrupción es un Estado disfuncional y discriminador en un país
pobre, desigual y violento.
Pero, sobre todo, el
propósito mencionado de contar una historia ecuatoriana diferente a la oficial busca
una explicación a esta deriva que nos ha conducido a la espantosa situación
actual. En las circunstancias actuales, elegir a una persona u otra para el
ejercicio de un cargo público en el Ecuador resulta irrelevante, porque el
sistema político y electoral es el que está corrompido. De igual forma, el
culpar a una persona u otra de la situación actual del Ecuador es equivocar el
punto (es cometer el facilismo de endilgar la culpa a un chivo expiatorio).
Así, la explicación que
busco ensayar en esta columna de opinión no pasa por formular un análisis acerca
de la coyuntura que vivimos; por el contrario, la explicación que propongo se
relaciona con las condiciones estructurales (sometidas a los rigores de la
geografía, la historia y la cultura) que se produjeron a raíz de la conquista, la
colonización y la formación de una república independiente en esta porción del
territorio sudamericano y de cómo ellas siguen influyendo en la forma cómo en
el Ecuador actuamos en la esfera pública.
El pasado pesa y
condiciona nuestra conducta como sociedad. De allí la necesidad de revisitarlo
y reinterpretarlo, para aprender de él y corregir lo que haga falta que se
corrija para intentar un camino al desarrollo.
En resumidas cuentas, ahora
la República del Ecuador es un Estado fallido. Así lo evidencia la forma cómo
nos comportamos en la esfera pública y así lo evidencia la notoria incapacidad
del Estado para satisfacer los fines mínimos que se supone que todo Estado debe
procurar a sus habitantes, esto es, seguridad y un mínimo de bienestar
(educación y salud). Asumiendo este triste hecho, el propósito de esta columna de
opinión debería quedar meridianamente claro: es una propuesta de indagación en
la historia del Ecuador para comprender el cómo y el porqué hemos llegado a ser
este Estado fallido que actualmente somos y bosquejar alternativas para,
eventualmente, poder dejar de serlo.
1 comentarios:
Gracias Xavier por ofrecernos un enfoque distinto de nuestra triste y corrupta historia nacional.
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