Publicado en diario Expreso el 1 de diciembre de 2023.
En manuales de historia constitucional ecuatoriana se puede hallar el siguiente anacronismo: la primera Constitución del Ecuador fue la quiteña de 1812. Ello es un imposible lógico, porque en 1812 un territorio llamado Ecuador no existía.
Para explicar este anacronismo es necesario que se entienda el contexto. El Quito insurgente empezó el 10 de agosto de 1809 y culminó el 1 de diciembre de 1812 con el fusilamiento de los últimos patriotas a la vera de la laguna de Yahuarcocha. Este Quito jamás pretendió que el pacto constitucional que redactó durante su período de insurgencia, a inicios de 1812, se aplique en otra parte como no sea el territorio de su provincia, con exclusión del territorio de las provincias vecinas (Popayán, Cuenca, Guayaquil).
Entonces, dado el imposible lógico de ser una Constitución ecuatoriana, hay que precisar lo que sí fue: una Constitución para la provincia española de Quito, ascendida a Estado. Véase a este respecto su artículo 1: “Las ocho Provincias libres representadas en este Congreso, y unidas indisolublemente desde ahora más que nunca, formarán para siempre el Estado de Quito”. Estas provincias, todas andinas y unidas “más que nunca” y “para siempre”, se extendían desde Otavalo en el Norte hasta Riobamba en el Sur. Tal ámbito territorial, curiosamente, se corresponde con el territorio que quedó de la que fue la provincia española de Quito, tras la firma del Tratado de Pasto de 1832.
Dicho territorio tiene una explicación histórica. En agosto de 1809, la insurgencia quiteña buscó que las provincias vecinas se integren a la provincia de Quito y la reconozcan como la cabeza administrativa de un extenso territorio. Las provincias vecinas resistieron tal pretensión quiteña y el episodio terminó en la matanza de los líderes de la insurgencia y de cientos de otras personas el 2 de agosto de 1810. Al poco tiempo, Quito se cortó sola y no buscaría más integrar otros territorios al suyo. De alguna manera, la Constitución de 1812 es un reconocimiento de la derrota de 1809-1810.
Es un hecho que la Constitución de Quito no pensó a este nuevo Estado como un Estado independiente. Como evidencia consta su artículo 5, que se redactó “[e]n prueba de su antiguo amor, y fidelidad constante a sus antiguos Reyes” y donde se reconoce a Fernando VII, rey de España, como “su Monarca”, siempre que se libere de la dominación francesa (lo que finalmente ocurrió en 1814). Es decir, no fue (ni podía ser) ecuatoriana, ni tampoco fue la Constitución de un Estado desligado de España.
Y como dato anecdótico, la mentada Constitución fue un fracaso. Lo explica bien el historiador quiteño Carlos de la Torre: “Desgraciadamente, las funciones del Congreso [de 1812] se entorpecieron debido a la rivalidad entre sanchistas y montufaristas que en esta época llegó a extremos de increíble hostilidad, hasta tal punto que el bando encabezado por Villa Orellana se separó [y] los sanchistas abandonar[o]n la Capital el 24 de febrero y constituyer[o]n un cuerpo soberano disidente en Latacunga”. Así, la unión “más que nunca” y “para siempre” no duró ni las sesiones del Congreso que produjo la Constitución.
Ni ecuatoriana, ni independiente de España, ni tan siquiera funcionó.
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