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La Asamblea de Litardo, la criada de Paz

24 de octubre de 2019


Realmente siento un poco de pena por Litardo, el Presidente de la Asamblea Nacional. Es claro que él es una persona sin liderazgo, circunstancialmente al mando del Primer Poder del Estado, cargo que le quedó sobradamente ancho. Ha sido como agarrar al más flaquito de la clase y llevarlo a una competencia de fisicoculturismo, o enviar a un analfabeto a un concurso de Libro Leído, o mandar a competir los 100 metros planos a Lenin Moreno. Es seguro que ellos fracasarán, pues ninguno de ellos está capacitado para esa tarea. Tampoco lo ha estado Litardo.

Ahora bien, en el reino de los incapaces que es este Gobierno Nacional (v. “El Estado irresponsable”, para botón de muestra), Litardo debería recibir un bono por ser el que más. En casi un tercio de su período de dos años, el Ejecutivo ha remitido a la Asamblea de Litardo ocho proyectos de ley, de los que sólo se ha podido tramitar uno hasta su publicación en el Registro Oficial: los otros siete continúan en el limbo legislativo. Todo el trabajo de la Asamblea de Litardo se resume en esto: la afortunada nueva Ley que remitió el Ejecutivo (que fue la derogatoria del Impuesto Verde), otra ley derogatoria (a la Ley de Plusvalía) y dos leyes reformatorias (a la LOC y al COIP). Esto, en casi ocho meses de… ¿trabajo?.

La Asamblea de Litardo es tan Carabina de Ambrosio que no le funcionan siquiera algunas de sus Comisiones. En algún momento fueron tres de ellas, pero ahora le quedan: una disfuncional, que es la de Trabajadores, que sesiona pero que no llega a acuerdos sobre sus autoridades ni su agenda, y la ociosa de Gobiernos Autónomos, que está paralizada desde hace cinco meses “porque no se acepta a sus autoridades”. A ellas se las había acordado en un principio con Litardo, pero es claro que a él no le hacen caso.

Pensando en tanta nulidad, me vino a la cabeza esa anécdota que contó Octavio Paz de la vez que escuchó un ruido en un cuarto contiguo al suyo y preguntó en voz alta: “¿Quién anda por ahí?” Paz recibió por respuesta la voz de una criada recién llegada de su pueblo, que le contestó: “No es nadie, señor, soy yo”.

Porque es tan “nadie” Litardo, que hoy exhibe como positivo el que durante el estado de excepción, la Asamblea que él preside no haya hecho nada. Él dice que eso es un mérito, cuando en realidad es un claro reconocimiento de no tener agencia política, de carecer de voz propia y de ideales y derechos que defender (pues ultimadamente para eso se le paga). Su táctica fue, digamos, la del avestruz*. Ilustración:

Litardo, en toda su gloria.

A estas alturas, es claro que el único ideal de César Litardo es ser como la criada de Paz: quiere ser útil a los que sirve, pero sin hacerse notar. Y tampoco es que podría hacer otra cosa.

Y la Asamblea, mientras tanto, que se joda.

* En realidad, ningún avestruz hace eso, pero no descarto que el primus inter pares de los legisladores lo haya hecho.

Mecánica nacional

26 de septiembre de 2010


Una versión mexicana (1971) de La autopista del Sur, de Cortázar: El laberinto de la soledad en clave de humor y aplanado en multitudinaria carretera.

Una vez Argentina

22 de febrero de 2009

Se le atribuye a Octavio Paz aquella feliz humorada de que los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos. Sé (porque lo releí los otros días colgado en mi hamaca en el Inodoro Pereyra No 14) que Inodoro discute con su perro Mendieta acerca del ser argentino. El Negro Fontanarrosa, siempre genial, coloca el siguiente dialogo en sus bocas: “Inodoro: ‘… han forjáu un Ser Nacional, más buscáu que el Eslabón Perdido’. Mendieta: ‘Es que no somos el Ser Nacional. Somos el Ser Internacional’”.

Eso es cierto. El libro de Andrés Neuman, Una Vez Argentina, puede fungir de competente prueba de ese “Ser Internacional”. Neuman, descendiente de lituanos, polacos, españoles e italianos (pero, ¡cómo no?) advierte en el prefacio que “todos los personajes reales de esta novela aparecen como ficciones. Todas las invenciones que hay en ella quisieran parecer probables”. De esos personajes y sus probabilidades nos habla Neuman en su novela, y lo hace con maestría.

Me interesa, en todo caso, destacar el escenario que influyó para que Neuman y su narrativa sean posibles. En la Argentina de mediados del siglo XIX se dictó una Constitución que, en palabras de Courtis y Abramovich, otorgó una importancia no menor “al aseguramiento de la educación primaria por parte de las provincias –dato que prefigura la importancia de las élites liberales locales otorgarán a la educación como factor de unidad nacional”; fue presidente Sarmiento, quien declaró "gobernar es poblar" y tradujo en hechos la importancia constitucional de la educación. La consecuencia, según el escritor Marcos Aguinis, fue que el sistema educativo “logró una disminución sostenida del monstruoso analfabetismo, aceleró la integración de la avalancha inmigratoria, estimuló el arraigo nacional y el sentimiento de patria. Expandió una base cultural común sobre la que era posible la creación, el respeto y saludables diferencias”.

Para esa misma época en Ecuador gobernó una de las pocas personas que en el siglo XIX se tomó en serio la Presidencia de la República: Gabriel García Moreno. También le concedió importancia a la educación, pero lejos de amalgamar una identidad de país (todavía hoy a retazos) la tiñó de ese fanatismo que tanto lo caracterizó. En materia educativa, en el país se aplicó el artículo 3 del Concordato: “La instrucción de la juventud en las universidades, facultades, escuelas públicas y privadas, será en todo conforme a la doctrina de la Religión Católica”. La consecuencia, según Osvaldo Hurtado, es que el pueblo “cae en el fatalismo, se considera impotente para transformar el mundo, se enajena de la realidad que le rodea y adopta actitudes contemplativas que mantienen estática a la sociedad y facilitan la explotación general”. Esa aciaga realidad no se disipa (digamos, Padre Arregui mediante, por ejemplo) todavía.

Quiero no omitir que la trascendencia cultural de Argentina no está en duda. Acaso este libro de Neuman lo pruebe, acaso sea obra de los constituyentes liberales del siglo XIX y de la férrea voluntad de un hombre. Nosotros, todavía, en otro borde.

Felinas reflexiones

18 de enero de 2009

La entrada “El Gato” provocó muchos e interesantes comentarios. Me impresiona cómo a partir de poco más de tres mil caracteres (incluidos espacios) se desarrollaron 37 páginas de ideas: disensos, acuerdos, premisas y conclusiones, pistas para continuar el debate. Trataré de resumir (con perdón) esas ideas en los siguientes términos:

El llamado “Proceso de Regeneración Urbana” que impone el Municipio local puede y debe mejorarse: la discusión estriba en qué sentidos puede hacerse esa mejora y qué procedimientos nos conducen a la misma. Se tiene la intuición de que profundizar el modelo actual que el Municipio local impone no nos conducirá a esa mejora. En realidad, si se lo analiza en detalle, al modelo del Municipio local pueden formulársele no escasas críticas: por impedir la apropiación ciudadana del espacio público, por practicar mecanismos de exclusión social (al amparo de un imaginario de tintes racistas, hagámonos cargo), por cometer violaciones a las libertades individuales (en particular mediante la aplicación de un estrecho canon moral en las llamadas “zonas regeneradas” por parte de guardias con escasa instrucción), por provocar una ciudadanía con vocación de turista de su propia urbe (que tiene miedo a la libertad de asumirse como cabal ciudadano de la misma).

De todas esas críticas, el Municipio local nunca acusa recibo (la frase de Nebot, dicha cuando el asunto de los informales, es elocuente al respecto: “Yo digo, y si quieren, ustedes escuchan”). A pesar de que el Municipio local ostenta un discurso débil (el Alcalde nunca se ha molestado en definir los dos puntales de su discurso -la libertad y la autonomía- y evoca vagas ideas de trabajo y de progreso para salir al paso de toda crítica que se le formule) y que quienes defienden su gestión suelen esgrimir argumentos huecos, como el falso dilema entre el caos roldosista y el orden socialcristiano (en el discurso, el roldosismo opera como “terrorismo del ornato”) o el que deba defenderse el modelo local por oposición al Gobierno central, el modelo goza de una alta aceptación. El que, en general, la prensa calle y sea “generosa” con el Municipio local se relaciona con esa alta aceptación.

Ante este escenario, se destacó la importancia de implementar un modelo que promueva la inclusión social, el autogobierno colectivo y el respeto a las libertades individuales (mínimos de una sociedad democrática). Se relevaron ciertas ideas al respecto: iniciativas de presupuesto participativo y de silla vacía, implementación de legislación de cabildo abierto (la legislación colombiana es interesante a este respecto), discusión del estatus de las Zonas Regeneradas para que se imponga en éstas el mínimo posible de restricciones y sólo siempre que éstas sean estrictamente necesarias y racionales, mejor legislación en materia de derechos individuales (como el derecho de reunión, por ejemplo).

Decía Paz de la poesía que “no es un decir: es un hacer”. Yo creo otro tanto de la crítica, a partir de la cual mucho se puede construir. Hagámosle.