Cocaína (1 poema, 1 prosa, Herbert)

30 de octubre de 2009

Tengo que admitir que hace tiempo que no tengo mucha ocasión de leer otros libros que no sean aquellos relacionados, en particular, con el derecho y la política. Sea por trabajo o por vocación, son esos los libros a cuya lectura suelo abocarme de manera cotidiana, con casi nunca exento placer. Mis raptos literarios suelen ser escasos: la mayoría de las veces se reducen a relecturas o lecturas parciales de poemas, cuentos y crónicas (un género que me gusta mucho, que se lo cultiva bien en revistas como Soho y Gatopardo y en el que el ecuatoriano Juan Fernando Andrade destaca con sencilla lucidez).

Los aviones suelen funcionar como espacios de tiempo muerto que sobrevuelan el espacio a alta velocidad para permitirnos la delicia de recorrer las páginas de un libro a lenta morosidad con el propósito de olvidarnos de ese tiempo muerto y adentrarnos en nuevas posibilidades literarias o revisitar las adquiridas. Mario Vargas Llosa ha escrito unas líneas interesantes al respecto en la entrada Avión de su exquisito Diccionario del amante de América latina, en la que ha declarado, en primera persona, que encontró para su miedo a los aviones un remedio que “nunca me ha fallado, a condición de elegir, en cada vuelo, una obra maestra cuyo hechizo, además de fulminante, se prolongue exactamente el tiempo que estoy desafiando la ley de gravedad. Desde luego, no es nada fácil elegir la obra adecuada, en términos de calidad y duración, para cada recorrido. […] Hago una lista (en señal de gratitud) de estos serviciales amigos, que, en mis últimos exitosos empeños de emular a Ícaro, me ayudaron a vencer el miedo al avión: Bartleby y Benito Cereno, de Melville; Otra vuelta de tuerca, de Henry James; El perseguidor, de Julio Cortázar; Dr Jekyll y Mr. Hyde, de R. L. Stevenson; El viejo y el mar, de Hemingway; The monkey, de Isak Dinesen; Pedro Páramo, de Rulfo; Obras completas y otros cuentos, de Monterroso; Una rosa para Emily y El oso, de Faulkner, y Orlando, de Virginia Woolf. Afortunadamente para mí, la farmacia literaria tienen reservas inagotables de estos especímenes, de modo que tengo viajes aéreos (y buenas lecturas) para rato”. A mí, mi último vuelo me permitió una lectura, digamos, más modesta en el nombre pero no menos placentera que la que a mí me han deparado algunos de esos grandes títulos de la literatura universal a los que se refiere Vargas Llosa. Ese nombre modesto es el del mexicano Julián Herbert (Acapulco, 1971) y su título (tendente al escándalo para los pacatos de siempre) es Cocaína (Manual de usuario).

No tengo la intención de hacer una crónica literaria (el tiempo no me da para esa tarea) que algunos han realizado por acá y por acá; ni tampoco de presentarles, de manera general, al autor (quien puede presentarse solo, por acá). Solo diré que un tipo cuyo obra Javier Rodríguez Marcos ha podido presentar en términos de “la obra de alguien que en el escuela traducía a Ovidio y en casa aprendía a tocar con la guitarra las canciones de Nirvana. Visto lo visto, el latín de Seattle da grandes resultados”, difícilmente podría decepcionarme. Leído lo leído, en su crudeza de junkie y en la fiera desnuda de su lenguaje en el que caben todos los decepcionados del mundo, no cupo nunca la decepción, if you know what I mean. Dos abrebocas, next:

Intermitencias del True West (I)
Zapatistas en el baño de mi casa

Oh nena no sabes que noche terrible
yo estaba feliz pensando en ti
escribiendo un poema sobre la primavera
un amigo se acerca y me pide que hospede a
3 ó 4 zapatistas que están en la ciudad
oh mi amor dije que sí gustoso
todavía pensando en ti
todavía escribiendo mi poema
no sabía no no sabía
que me estaba metiendo con el méxico bronco

dieron una conferencia y pude dormir a gusto
pero luego al hospedarlos descubrí que me engañaban
no eran 3
sino 10
y ninguno guerrillero
sus profesiones eso sí me resultaron muy extrañas
4 punks
1 vendedor de camisetas
2 marxistas ortodoxos infiltrados en telmex
2 europeos mohosos pero de muy buenas familias
y el décimo se me hace que había sido boxeador
porque ya briago le dio por descontar al respetable

pero lo más triste baby
ah honey
es que todos vivían en Monterrey
sólo habían ido a Chiapas a
mirar una cascada

Apenas instalados pidieron de cenar
sin importarles que yo pensara en ti
que todavía no terminara mi poema
me miraron con desprecio me llamaron
individualista
luego pusieron un caset de def con dos
otro de los Ramones
y cantaron como si vomitaran

Convencido de que no se apiadarían cociné para ellos
1 kilo de huevo 6 tomates 20 chiles 80 tortillas 2 bolsitas
de frijoles
Ellos me apresuraban
sus ojos relampagueaban
varios litros de tonayan escurrían de sus labios
la casa apestaba como un temazcal de mezcal

Pasé la noche en vela

sorbiendo coca colas

sin poder orinar pues siempre había
(siemprehabíasiemprehabía)

zapatistas en el baño de mi casa
zapatistas en el baño de mi casa

Luego de discutir
de golpearse
de hablar mal del gobierno
de censurar a marcos
de alabar la dictadura proletaria de la esquina
luego de cabecear de vomitar regurgitar de carraspear de
abofetearse
nuevamente
mutuamente hasta la sangre
hasta los belfos
luego de asegurarme que zapata había sido
maricón
se fueron por fin con esa cruda
que sólo da a las diez de la mañana
se fueron dejando como única prenda
como único recuerdo
un caset de los Violent Femmes

En cuanto desaparecieron
como si todo fuera magia
o todo fuera un viejo sueño
se esparció la primavera sobre el tufo de la cruda
varitas de nardo creciendo en tus fotos
flores en tu cabello guacareado
sentí unas ganas locas de declamar poesía
y eso que aún me faltaba lo más bello
Oh honey
llegaste pisando los talones de la primavera
con la propiedad privada de tus pechos chiquitos
con el imperialismo a cuadros de tu blusa verde
hey dear –estabas lista
para pasar a la catafixia y –mientras te desnudabas
perdoné mentalmente a los explotadores que se comieron
mi comida
que vomitaron en mis muebles y me dieron
a cambio
nomás este caset
de pronto supe que nunca voy a rebelarme
No sé quien soy
soy tan voluble
me conformo con un trago
una cuenta de vidrio y un caset
me conformo con un pase
una blusa tirada y un caset

Y por eso te digo:
pásame el espejito para verme de cerca
porque ya no distingo donde está el bien
dónde está el mal

Estamos bateando basura

No importa si eres sacerdote, borracho, maricón o policía. No importa si vives en la Del Valle, en Hong Kong, en Las Gradas o en la Luna. No importa si tu hobby es escribir discursos, matar árabes, pescar ostiones en Guaymas, limpiar baños en Durango o fornicar en los hoteles de Calzada de Tlalpan con muchachas chaparritas. Hay algo en lo que estoy totalmente de acuerdo contigo: lo que más abunda en la atmósfera es oxígeno e hijos de puta. Y no lo digo para complacerte, no, ni mucho menos para hacerte creer que tú y yo somos mejores, nada de eso: estoy hablando completamente en serio. Ahora que, tú bien sabes, de vez en cuando aparecen personas luminosas.

Hay una vecindad a donde voy a conectar de vez en cuando. El cuarto del Bueno está al fondo. Es una habitación destartalada: apenas una cama, pósters de desnudos, una gramera, bolsas de polvo y piedra y, me imagino que debajo del colchón, más dinero del que a ti y a mí nos pagan por trabajar durante meses. Para llegar a ese cuarto es necesario atravesar un pasillo. En él te encuentras chavitos jugando fútbol, señoras tendiendo la ropa, muchachas de dieciséis paradas junto a las puertas laterales repasando catálogos de Avon. Ya sabes, all that crap que luego sale con cámara movida y grano abierto en ese dizque Nuevo Cine Mexicano.

Al fondo del pasillo, junto a la puerta donde despacha el Bueno, está sentado don Chago. Siempre trae puesto su overol de barrendero municipal, aunque se le nota en la manera de moverse que ya se jubiló. Sostiene junto a la oreja un radio de pilas del que surge la voz esquizofrénica de un cronista deportivo.
- Quihubo don Chago, ¿cómo le va?
Se seca el sudor con un paliacate rojo y contesta:
- Aquí nomás, como siempre: bateando pura pinchi basura.
Nunca me animo a preguntarle si lo dice por alguien en particular. Mejor así: me doy un pase, luego otro, y ya siento en la piel cómo los jardineros se atragantan de hits, el Houston Jiménez estruja entre sus dedos un vaso desechable, don Chago se pasa por el rostro un pañuelo humedecido y mira su radio de pilas con rencor, las muchachas hacen cuentas severas y aún así no completan para el esmalte o la caja de sombras.

Ponchados cada noche. Compartiendo la derrota.

1 comentarios:

amanda dijo...

Como dice el gran Borges: " La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido".
Se comparte de la lista algunos, el miedo que siempre es pregunta con Orlando se convierte en chiste.
Se notan tus cumplidos porque en las edades crecen los gustos.

La recomendaciòn parece un arma digna de adquisiciòn urgente.