Es la última noche del año y Guayaquil tiene toque de queda a las 10h00 pm. Se supone que rige una prohibición de quema de los años viejos, pero la alcaldesa Cynthia Viteri ha reconocido las dificultades para controlar esta prohibición (‘Guayaquil reconoce limitación para controlar quema de monigotes’):
‘Es bastante difícil, vamos a hacer operativos. Nosotros solo tenemos 500 agentes que están divididos en toda la ciudad, para cerca de tres millones de personas, con 600.000 predios […] Nadie puede poner un agente atrás de tres millones de personas’.
Nadie podrá estar en las calles de Guayaquil este 31 a la medianoche. Pero es previsible que la prohibición tendrá una eficacia atenuada: no será como los demás 31 de diciembre, pero estaremos muy lejos de las calles desiertas por un toque de queda.
Porque si algo nos ha enseñado esta pandemia es que la ciudadanía de Guayaquil no tiene mucho respeto por las restricciones que dispongan las autoridades. En la peor época de la pandemia, cuando Guayaquil cosechó 15.000 muertos por encima de su promedio histórico, una Alcaldesa derrotada le reconoció a un entrevistador de una cadena internacional que en Guayaquil la desobediencia era generalizada y que ella no podía poner un policía detrás de cada desobediente.
Que es exactamente lo que ella ha dicho ahora y por eso a esta prohibición del 31 de diciembre se le puede augurar un gran fracaso.
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