El panecillo y el realismo (mágico)

19 de diciembre de 2020

El Panecillo es un sitio emblemático de Quito, la capital del Ecuador. Allí, el 25 de mayo de 1822, a las dos de la tarde, se arrió la bandera española. O sea, esto:

 

 


Y en su lugar, se izó el tricolor colombiano y Quito dejó de ser parte de un reino europeo y pasó a integrar una naciente república sudamericana. Pero justo es decir que Quito no decidió adónde ir, pues a Quito la fueron a liberar porque era un bastión del realismo en Sudamérica. Y la calle que sube a la cima del Panecillo lo recuerda.

 

Porque, vaya cosa pa’ curiosa, el nombre de la calle que sube a la cima del sitio glorioso donde, simbólicamente, se clausuró el dominio español de estos territorios, no recuerda al general vencedor, el Narizotas Antonio José de Sucre, o a los firmantes del acta que formalizó la independencia de España, los militares Andrés de Santa Cruz y Antonio Morales. No recuerda, tampoco, el episodio libertario: no se llama Calle de la Independencia, o Calle de la Libertad. La calle se llama Melchor de Aymerich, que es llevar el nombre del general español que perdió en la batalla del Pichincha. El amor de Quito por el realismo ha sido tal, que en el recuerdo de sus calles pervive el derrotado. Qué vocación.

 

Trae tu ñata, Toño. La calle que alcanza la cima del Panecillo debería llevar su nombre.

Y ya es cosa del realismo, pero en este caso mágico, el que esta ciudad tan honda, profunda y tartufamente realista, se reivindique a sí misma como la cuna de la libertad de América, con el adefesio falaz aquel del 10 de agosto de 1809 (sobre esto, v. ‘El 10 de agosto de 1809: la celebración de una mentira’, ‘Lo contrarrevolucionario en la ‘Revolución del 10 de agosto’ (becoming a weirdo)’ y ‘10 de agosto: ‘post hoc, ergo propter hoc’’).

 

Esto ya debería resultar evidente, pues en Quito hasta la calle lo delata.

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