Soy un promotor del
cambio de la capital del Ecuador. El jurista de
renombre y curita ídem (además de Naipe Centralista), Juan Larrea Holguín, juzgó que la Ley
que el año 1830 determinó a Quito como capital del Estado del Ecuador es
probablemente la Ley ‘de mayor duración
hasta hoy en el país’ (1). El claro
y noble propósito de una ciudadanía ecuatoriana consciente debe ser la
derogatoria de esta casi bicentenaria Ley.
El Estado ecuatoriano
está exangüe, casi nadie sin sospecha confía en él. Es el ejemplo vivo de un
Estado fallido, capturado por una élite de oligofrénicos. Y Quito es la capital
que lo vuelve peor. Los otros días leí una frase de un escritor quiteño, Javier
Vásconez: ‘Toda ciudad podía ser el vagón
de un tren que te lleva a algún punto donde se concentra el delirio desconocido
que no te ofreció la ciudad anterior, pero Quito no lleva a ninguna parte,
siempre está en el mismo sitio para devorarte’. Solo añadiría que ese
proceder tan inmovilista como kafkiano llega a sus más altas cumbres en los
modos de la burocracia capitalina (todo
en diminutivo, todo mal). El que ha tratado con ellos, lo sabe. Esta
burocracia hace a Quito peor, manque tenga un lindo sol a veces.
Y esos modos de la
burocracia no van a cambiar, porque son los mismos desde la colonia. Las formas
cambian, pero la sustancia es la misma en la ciudad más gatoparda de la América
ibérica. Hay que recordar que Quito, desde el siglo XVI, fue la capital de una
audiencia, es decir, un gran juzgado de un territorio americano. Tenía la
Audiencia de Quito un juez-presidente y unos jueces llamados oidores, que eran
cuatro, además de una pequeña burocracia. Quito era un juzgado intermedio, pues
se podía apelar su decisión a una Audiencia superior situada en la capital del
Virreinato del que la Audiencia de Quito era parte (en veces Lima, en veces
Drogotá –en tiempos coloniales llamada Santa Fé). En definitiva, era un juzgado
de segunda, en un territorio lejano y empobrecido, con una vida muy parroquial
y pía al menos en las formas (hay quienes dicen que era un puterío, v. ‘Tres descripciones de Quito y una explicación ausente’), pero a final de cuentas un
sitio al que cualquier burócrata sensato preferiría no ir. Y los que llegaban,
pues rebosaban en corrupción y que sea quien lo cuente el obispo ibarreño pero muy
darling de Quito, Federico González Suárez,
quien describió los modos burocráticos de la capital audiencial de manera severa
y sacerdotal: ‘Por una especie de
fatalidad hasta los hombres buenos y mejor intencionados, cuando venían a Quito
investidos de autoridad, se dañaban’. Y por dañarse quiere decir que se
daba fácil en la franciscana ciudad ‘cierta
impunidad, muy perjudicial para la moral y las buenas costumbres’ así como
también resaltaba este curita insigne e historiador ídem que ‘la adulación servil, la rastrera lisonja y
el disimulo interesado no tardaban en hacer comprender a los Presidentes [de
la Audiencia, N. del A.] que vivían en un
país, donde, sin obstáculo alguno, podían dar rienda suelta a sus malas
pasiones’ (2).
Se le suma Internet y
tres pendejadas y estas palabras de González Suárez siguen funcionando muy bien
para Quito-capital en lo que va del siglo XXI. Todos sabemos que el Estado del
Ecuador no funciona, que es una trampa (de grasa) perversa y aporofóbica, y
que, Quito, la carita de Dios y el corazón administrativo del Ecuador, en su
calidad de músculo corazón ya está exangüe (si el Metro era su stent, pues no está funcionando) y ya no
da para más (3). Si se lo quiere
salvar al paciente Ecuador, se necesita un trasplante de corazón. Es un deber
cívico crear una Brasilia ecuatorial, una ciudad inteligente y con perspectiva de
futuro, revés de Quito.
Quito debe ser una linda
futura ‘Ciudad Histórica del Ecuador’. Pero administrativamente, es hora de
admitirlo, ya no tiene corazón.
(1) Larrea
Holguín, Juan, ‘El espíritu jurídico de
la República (1830-1895)’ (pp. 215-225), en: AA.VV. [Dir. Juan Salvat &
Eduardo Crespo], ‘Historia del Ecuador’, Salvat Editores Ecuatoriana, Vol. 6,
Barcelona, 1980, p. 220.
(2) De la Torre
Reyes, Carlos (ed.) 1995, ‘Escritos de
González Suárez’, Banco Central del Ecuador, Quito [Colección de Escritores
Ecuatorianos, Vol. 4], pp. 214-215.
(3) Parece
unánime en la intelligentsia quiteña
la creencia de que Quito es una ciudad a la deriva. Uno de los pocos, o el
único que había llegado a decir en público que Quito era una ‘ciudad cosmopolita y firmemente encaminada
en el siglo XXI’ (humorada involuntaria que mereció una respuesta con Sofocleto) fue Roberto Aguilar, pero en una reciente columna en Expreso
abjuró de su antigua fantasía y puso en evidencia que Quito es una ciudad de
mojones en la marea y mijines mareados.
1 comentarios:
Quito es una ciudad señorial: es decir 4 señores de rancio abolengo (aunque no visiten a la abuela Rosa Zhanay) que miran con desdén al chagra (aunque sus padres sean ibarreños, riobambeños, lojanos, o -dios les libre- monos) y para los cuales su principal orgullo es ser a la vez "la ciudad española en el Ande" y "luz de América".
Un potencia artificial cuyo mayor recurso (reniego del vocablo "asset" como los anglófilos de mis paisanos) es ser quienes poseen los sellos. Más que un juez, yo diría un Notario con ínfulas (de esos que hay en nuestros pueblos).
Gracias por el artículo de hoy, ya va siendo hora de dedicarle unas cuantas líneas a la administración de la Espartana y al tan "Sarmiento es pueblo".
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