Publicado en diario Expreso el viernes 1 de septiembre de 2023.
En su cuento El atroz redentor Lazarus Morell, Jorge Luis Borges ironizó que el ilustre obispo Bartolomé de las Casas “tuvo lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas”. A esta “curiosa variación de un filántropo” escribió Borges, “debemos infinitos hechos”, entre ellos, “el tamaño mitológico de Abraham Lincoln” y “la deplorable rumba El Manisero”. En lo que respecta a esta columna, ella busca explicar el razonamiento que hizo posible esta “curiosa variación”.
Bartolomé de las Casas (Sevilla, 1484-Madrid, 1566) vivió en tiempos en que las sociedades católicas estaban en permanente guerra con los infieles, es decir, con todos aquellos que no creían que Jesucristo era el salvador y el Papa su vicario en la Tierra, etc. Como producto de esta continuada guerra de signo religioso, la captura de un enemigo de la fe para convertirlo en esclavo era considerado un acto justo. Y también lo era si los europeos los compraban (para esta época, esto era comercio de los portugueses) siendo ellos ya esclavos. En una de estas dos categorías incurrían (supuestamente) todos los esclavos provenientes del África.
Así, la “curiosa variación” que Borges le atribuye a Bartolomé de las Casas es un asunto de justo título. La esclavitud, como la captura en una guerra o como la compra de alguien ya esclavizado, tenía un justo título. Pero lo mismo no podía predicarse de los indígenas de América, como bien lo advirtió de las Casas, pues ellos nunca habían tenido la posibilidad de conocer que Jesucristo era el salvador y el Papa su vicario en la Tierra, etc. Tampoco podía decirse que su relación con los europeos en América fuera el fruto de la compraventa de un ser humano previamente esclavizado. Los indígenas eran un caso aparte.
Bartolomé de las Casas había llegado a América en 1502. Por unos años fue conquistador, tan encomendero como el resto y dueño de un esclavo negro. Se ordenó como sacerdote en 1507. Entre 1516 y 1542 le dirigió varios memoriales al emperador Carlos V solicitándole que autorice la importación de esclavos a América para que realicen trabajos físicos extenuantes en las minas y plantaciones en reemplazo de unos indígenas menos dotados que ellos para tales propósitos.
Con el tiempo, el obispo de las Casas cambió de opinión: se dio cuenta (por conocer las historias de los esclavos, por leer las crónicas de los portugueses en África Occidental) que el justo título que debía tener un comerciante portugués para que la compraventa del esclavo sea legítima en América, rara vez ocurría. Los portugueses hacían gala de abusos y pillajes, y arrasaban a las comunidades en busca de africanos para capturar. Los europeos fueron tan brutales en América como en África.
Al final de sus días, el obispo de las Casas reconoció el error de su “curiosa variación”. En oposición a la idea de esclavizar a una porción de la humanidad, escribió: “Dios no hizo a uno esclavo de otro, sino que a todos concedió idéntico arbitrio; y la razón es que a una criatura racional no se la subordina a otra”.
Amén.
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