Mostrando entradas con la etiqueta Guerras. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Guerras. Mostrar todas las entradas

1832

14 de febrero de 2025

            Publicado en diario Expreso el viernes 14 de febrero de 2025.

Aquel año 1832 el naciente Estado del Ecuador sufrió una pérdida territorial muy importante a manos de Colombia. El 8 de diciembre de 1832 ocurrió la firma del Tratado de Pasto, que el gobierno del presidente venezolano del Estado ecuatoriano, el general Juan José Flores, fue orillado a firmar tras su derrota en el campo de batalla. Desde la perspectiva de Colombia (Estado que por aquel entonces se llamaba “Nueva Granada”), la suscripción del Tratado de Pasto significó el respeto irrestricto a los límites establecidos entre los distritos que conformaron la República de Colombia por la Ley de División Territorial del 25 de junio de 1824.

Para la Nueva Granada, el Estado del Ecuador era un desprendimiento de la Gran Colombia (así la conoce la posteridad) y, tras la independencia del Estado del Ecuador en 1830 (en tanto fue el Distrito del Sur de Colombia, desde su anexión en 1822 hasta su secesión en 1830), el nuevo Estado debía someterse a los límites establecidos por la ley de Colombia mientras el Ecuador había sido parte de ella. 

Pero desde la perspectiva del Estado del Ecuador, la suscripción del Tratado de Pasto en 1832 cortó de una manera definitiva los vínculos de Quito, la capital del naciente Estado, principalmente con los territorios de Pasto y Popayán con los que ella había mantenido importantes vínculos económicos, administrativos y familiares por siglos, durante los tiempos de la monarquía española.

Aquel año 1832 se perdió mucho territorio frente a Colombia. Y unos 110 años después, en enero de 1942, se perdió mucho territorio frente al Perú, tras la firma del Protocolo de Río de Janeiro. Pero esa es otra historia.

Por estas pérdidas por doquier es que decía el presidente Carlos Arroyo del Río en su libro “La pendiente del sacrificio”, escrito para justificar su actuación en la pérdida de territorio de 1942, que el único punto cardinal con el que el Estado del Ecuador podría afirmar que no había perdido territorio era al Oeste, con el Océano Pacífico. Y ni siquiera esto es cierto, porque el mar gana territorio a las playas del Ecuador, año a año. 

Pero en el fondo lleva la razón Carlos Arroyo del Río: las pérdidas al Oeste son negligibles frente a las pérdidas territoriales producto de las guerras contra los vecinos del Norte y del Sur, que han mermado millones de kilómetros de territorio al Ecuador y que lo terminaron por privar de su vecindad con el Brasil.

Pero aquel 1832 también trajo una buena noticia: ocurrió la única anexión territorial que ha tenido el Estado del Ecuador en su historia. En 1832, el militar ecuatoriano Ignacio Hernández viajó a las Galápagos para tomar posesión del archipiélago a nombre del gobierno (por aquel entonces se lo denominó “Archipiélago de Colón”). Ocurrió el 12 de febrero y se hizo a instancias de José de Villamil, que se convirtió en el primer gobernador de este nuevo territorio. 

En aquella época, al archipiélago se lo reputaba de casi nulo valor, por lo que el resto de países lo dejaron al Ecuador en paz con su expansión. Fueron anexados 8.010 kilómetros cuadrados, que pasados los años demostraron ser un paraíso.

Ocurrió en 1832, y es la única anexión territorial de un Estado que ha perdido tanto. 

Hegel y el Ecuador y Colombia

14 de noviembre de 2018


Un día como hoy pero del año 1831 y en Berlín la quedó Hegel, el autor de la Fenomenología del Espíritu y de Principios de la Filosofía del Derecho y demás sarasa, quien pensaba Sudamérica en perspectivas siempre negativas, “todas ellas despectivas y [que] hablan de un continente, en pañales, impotente, que sólo atina a reproducir lo europeo y que, al parecer, no tiene redención posible”.

Acaso Hegel pudo conocer en su último año de vida la noticia de la creación de una nueva república sudamericana con el pintoresco nombre de “del Ecuador”, vinculando así un territorio de América a “La Línea” que visitó su compatriota Alexander von Humboldt a inicios del siglo, cuando es fama que se empomaba al héroe andino par excellence, Carlos Montúfar.

Pero sería una imprecisión histórica decir que Hegel pudo conocer a la “República del Ecuador”: en rigor, un anacronismo. La República del Ecuador, con este nombre, existe desde la Convención de Ambato en 1835; hasta ese año este territorio ostentó la timorata denominación “Estado del Ecuador en la República de Colombia”. De esto, a lo más, es de lo que pudo enterarse el filósofo alemán antes de petatearse en Berlín: que en algún lugar de la costa Pacífica de Sudamérica, a la República de Colombia uno de sus Distritos (el del Sur) se le convirtió en un Estado que buscaba administrarse de manera independiente. Invariablemente, si Hegel se enteró de esto, habrá pensado que esa era una escaramuza insignificante para La Historia, una más de estas irrelevancias sudamericanas a lo sumo pintorescas.

Y la historia es más o menos como sigue: Una vez muerto Simón Bolívar (casi un año antes que Hegel, en diciembre de 1830), a Colombia no le importó que el Distrito del Sur se maneje por cuenta propia siempre que el territorio al norte del Río Carchi se quede con ellos: “Ud. se va, pero me lo deja a Pasto quietito, ¿oyó?”. Y Ecuador resistió un tiempo a esta admonición colombiana, pero se armó la casa de putas y en 1832 hubo guerra con Colombia, en la que el general neogranadino José María Obando (el acusado como asesino de Sucre) venció al general venezolano Juan José Flores, que fue el primer presidente del Estado del Ecuador y a quien no le quedó de otra que reconocer la pérdida para este naciente Estado, desde entonces y para siempre, de los territorios de la Audiencia de Quito situados al norte del Río Carchi. Por la espada, Pasto y Popayán se quedaron en Colombia.  

Pero si se enteró de algo, no se habrá enterado el viejo Hegel de tanto detalle, ni menos de la guerra entre la República de Colombia y uno de sus Estados constitutivos (?) porque ya la había quedado para 1832 (la guerra empezó en febrero y concluyó en diciembre). Si algo supo Hegel, uno de sus comentarios pudo ser, o “Qué payasada” o “Qué van a saber estos famélicos del cerebro de república e igualdad, son todos unos muertos” (obvio, dichos en grave y ríspido alemán), o cualquier otro de los productos de sus honduras filosóficas y sus sesgos racistas. 

Con todo, la República del Ecuador únicamente ha crecido y se ha desarrollado para darle la razón a este alemán muerto antes de que nos llamemos República del Ecuador.