Hegel y el Ecuador y Colombia

14 de noviembre de 2018


Un día como hoy pero del año 1831 y en Berlín la quedó Hegel, el autor de la Fenomenología del Espíritu y de Principios de la Filosofía del Derecho y demás sarasa, quien pensaba Sudamérica en perspectivas siempre negativas, “todas ellas despectivas y [que] hablan de un continente, en pañales, impotente, que sólo atina a reproducir lo europeo y que, al parecer, no tiene redención posible”.

Acaso Hegel pudo conocer en su último año de vida la noticia de la creación de una nueva república sudamericana con el pintoresco nombre de “del Ecuador”, vinculando así un territorio de América a “La Línea” que visitó su compatriota Alexander von Humboldt a inicios del siglo, cuando es fama que se empomaba al héroe andino par excellence, Carlos Montúfar.

Pero sería una imprecisión histórica decir que Hegel pudo conocer a la “República del Ecuador”: en rigor, un anacronismo. La República del Ecuador, con este nombre, existe desde la Convención de Ambato en 1835; hasta ese año este territorio ostentó la timorata denominación “Estado del Ecuador en la República de Colombia”. De esto, a lo más, es de lo que pudo enterarse el filósofo alemán antes de petatearse en Berlín: que en algún lugar de la costa Pacífica de Sudamérica, a la República de Colombia uno de sus Distritos (el del Sur) se le convirtió en un Estado que buscaba administrarse de manera independiente. Invariablemente, si Hegel se enteró de esto, habrá pensado que esa era una escaramuza insignificante para La Historia, una más de estas irrelevancias sudamericanas a lo sumo pintorescas.

Y la historia es más o menos como sigue: Una vez muerto Simón Bolívar (casi un año antes que Hegel, en diciembre de 1830), a Colombia no le importó que el Distrito del Sur se maneje por cuenta propia siempre que el territorio al norte del Río Carchi se quede con ellos: “Ud. se va, pero me lo deja a Pasto quietito, ¿oyó?”. Y Ecuador resistió un tiempo a esta admonición colombiana, pero se armó la casa de putas y en 1832 hubo guerra con Colombia, en la que el general neogranadino José María Obando (el acusado como asesino de Sucre) venció al general venezolano Juan José Flores, que fue el primer presidente del Estado del Ecuador y a quien no le quedó de otra que reconocer la pérdida para este naciente Estado, desde entonces y para siempre, de los territorios de la Audiencia de Quito situados al norte del Río Carchi. Por la espada, Pasto y Popayán se quedaron en Colombia.  

Pero si se enteró de algo, no se habrá enterado el viejo Hegel de tanto detalle, ni menos de la guerra entre la República de Colombia y uno de sus Estados constitutivos (?) porque ya la había quedado para 1832 (la guerra empezó en febrero y concluyó en diciembre). Si algo supo Hegel, uno de sus comentarios pudo ser, o “Qué payasada” o “Qué van a saber estos famélicos del cerebro de república e igualdad, son todos unos muertos” (obvio, dichos en grave y ríspido alemán), o cualquier otro de los productos de sus honduras filosóficas y sus sesgos racistas. 

Con todo, la República del Ecuador únicamente ha crecido y se ha desarrollado para darle la razón a este alemán muerto antes de que nos llamemos República del Ecuador.

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