En el extraordinario libro
de Alain Musset ‘Ciudades nómadas del nuevo mundo’, este geógrafo francés se
refirió a la “fragilidad” de las ciudades fundadas en la América hispana. En
palabras de Musset:
“Durante todo el período colonial, los españoles instalados en el Nuevo Mundo tuvieron que enfrentar los ataques de numerosos enemigos: indígenas insumisos o comunidades rebeldes y aventureros llegados de Europa para reclamar su parte del botín americano, entre otros; sin embargo, los que provocaron los mayores desastres fueron principalmente los caprichos de la naturaleza, mal comprendida y mal manejada” (1).
Esta falta de comprensión
de cómo prevenir los daños que puede provocar la naturaleza (inundaciones,
erupciones volcánicas y terremotos) pasó factura en la historia colonial de
América latina. Según los cálculos de Musset, “más de 30 asentamientos fueron
trasladados durante la época de la Colonia por causa de un desastre natural
(inundaciones, erupciones volcánicas y, sobre todo, terremotos)”. Y añadió que
esta cantidad de los traslados “muestra la gran vulnerabilidad de las ciudades
españolas, construidas en el Nuevo Mundo” (2).
Este lastre colonial se
mantiene casi intacto. En un informe reciente de ONU Hábitat sobre el estado de
las ciudades en América latina, este organismo especializado de las Naciones
Unidas sostuvo que en nuestros países:
“Existe poca conciencia de cómo la urbanización mal pensada puede incrementar los factores de riesgo a desastres, con las consecuentes pérdidas materiales y humanas. Desafortunadamente, en muchos países de la región, se desconocen las medidas para reducir la vulnerabilidad, no se consideran o no se fiscalizan” (3).
Deficiencias en la
construcción como las descritas en el informe de ONU Hábitat están en la raíz
del desastre ocasionado por el terremoto del 16 de abril de 2016. Porque como
bien lo saben y lo comunican los expertos, “los terremotos no matan gente, pero
el colapso de los edificios sí” (4).
Evitar ese colapso es una decisión humana, demasiado humana.
Así, nuestras ciudades
seguirán siendo siempre “frágiles”, como lo han sido desde tiempos de su lejana
fundación, mientras desde la sociedad civil y el gobierno central se permita la
irresponsabilidad de las autoridades seccionales en la aplicación y el control de
las medidas necesarias para reducir, de una manera drástica, la vulnerabilidad de
nuestras construcciones ante la eventualidad de un terremoto. Si algo debemos
sacar en limpio, como sociedad, del desastre que ocasionó el terremoto del 16
de abril, eso debería ser la obligación civil de tomarnos en serio las prevenciones necesarias
para que un terremoto cause un mínimo de daños y, en la medida de lo posible,
no mate a nadie. Eso es cuestión de voluntad política, nada más (5).
(1) Musset,
Alain, ‘Ciudades nómadas del Nuevo Mundo’, Fondo de Cultura Económica, México, 2011
[Título original: ‘Villes nómades du
Nouveau Monde’, 2002], p. 212.
(2) Ibíd,
p. 213.
(3)
ONU Hábitat, ‘Estado de las ciudades de América latina y el Caribe 2012. Rumbo a una nueva transición urbana’, Programa de las Naciones Unidas para los
Asentamientos Humanos, Río de Janeiro, 2012, p. XIII.
(4) ‘Shigeru Ban en TED: los terremotos no matan gente, pero el colapso de los edificios sí’,
TED Talk, 11 de marzo de 2015 [Última visita, 27 de abril de 2016].
(5) La
normativa existe (la 'Norma Ecuatoriana de Construcción', aprobada por Acuerdo
Ministerial No 0047 del Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda el 10 de
enero de 2015); sólo hace falta voluntad política para su aplicación
eficaz.
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