“Recuerdos de Marx”, de Paul
Lafargue [Die Neue Zeit, Vol. 1,
1890-1891]:
“El
cerebro de Marx estaba armado de un acervo increíble de datos de la historia y
las ciencias naturales, así como de las teorías filosóficas. Tenía una
capacidad notable para utilizar el conocimiento y las observaciones acumuladas
durante años de trabajo intelectual. Podía interrogársele en cualquier momento,
sobre cualquier tema, y obtenerse la respuesta más detallada que podría
desearse, acompañada siempre de reflexiones filosóficas de aplicación general.
Su cerebro era como un guerrero acampado, listo para lanzarse a cualquier
esfera de pensamiento.
[…]
Yo trabajé
con Marx; sólo era el escribano al que dictaba, pero esto me dio la oportunidad
de observar su manera de pensar y de escribir. El trabajo era fácil para él y
al mismo tiempo difícil. Fácil porque su mente no encontraba dificultades para
abarcar los hechos y las consideraciones importantes en su totalidad. Pero esa
misma totalidad hacía de la exposición de sus ideas una cuestión de largo y
arduo trabajo.
[…]
No solo
veía la superficie, sino lo que estaba por debajo de ésta. Examinaba todas las
partes integrantes en su acción y reacción mutuas; aislaba cada una de estas
partes y rastreaba la historia de su desarrollo. Luego pasaba del objeto a su
ambiente y observaba la reacción del uno sobre el otro. Buscaba el origen del
objeto, los cambios, evoluciones y revoluciones que había atravesado y procedía
finalmente a sus efectos más remotos. No veía una cosa singularmente, en sí y
para sí, aislada de su entorno: veía un mundo muy complejo en continuo
movimiento”.
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