El año 1925, el
Ejército ecuatoriano, en la primera de muchas intervenciones dirimentes (la
última, el 2005), destituyó al morlaco Gonzalo S. Córdova (la maldición azuaya), a raíz de lo cual gobernó el país primero un cuerpo colegiado de
siete personas, y después de cinco, pero dado que una invariable incapacidad de
alcanzar acuerdos mataba las buenas intenciones de estos colegiados, el
Ejército, en su pistolera sabiduría, decidió cortar por lo sano (?) y nombrar a un único Encargado.
Aquí es que entra Isidro
Ayora, uno de los presidentes más reformistas del siglo XX. Él fue el elegido
por el Ejército para dirigir los destinos del país como su Dictador, como lo
relató él mismo en un escrito publicado en 1926:
“Fui llamado a media
noche por un oficial que llegó a mi casa a notificarme que el Ejército quería
entregarme el poder, razón por la que urgía le acompañase. Dudé un instante por
cuanto la responsabilidad de ser Mandatario no puede ser producto de improvisaciones ni tampoco de presiones
políticas. Un gobernante debe tener la estatura moral para cumplir con su
misión por cuanto en sus manos está el destino de un país, no de un grupo que
lo presiona y obliga a tomar decisiones: quien
así lo hace no es digno de gobernar una república, ya que no tiene personalidad
ni carácter para dirigir la nación” (Fuente).
Es claro que esta
vara de Isidro Ayora para juzgar la responsabilidad inherente al cargo de
Presidente de la República es mucho más alta que la estatura moral a la que ha
podido elevarse Lenin Moreno en el desempeño del cargo, pues es evidente que ha
sido uno de los presidentes más pasivos e inútiles del siglo XX y lo que va del
XXI. El caso de Moreno es el directo resultado de ser un tipo indigno de
gobernar una república, sin personalidad ni carácter para ello.
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