Al filósofo inglés Bertrand
Russell (un crack, autor de este clásico) le hicieron la siguiente pregunta: “usted ha hablado del
nacionalismo. ¿Puede darnos un ejemplo?”. Russell se despachó la siguiente
respuesta:
“Sí. Una
encantadora joven ecuatoriana asistía a una reunión de las Naciones Unidas.
Adoraba montar en bicicleta y le sucedió en una ocasión que, en una pendiente
muy pronunciada, perdió el control de su aparato. Podía haberse matado. Mi
amigo Gilbert Murray le pregunta: ‘¿No tuvo miedo cuando la bicicleta rodaba cuesta
abajo?’ ¿Sabe lo que ella respondió? ‘¡Oh, no! Me dije: ¡Acuérdate que eres una
ecuatoriana!’… He hecho reír a todo el mundo con esta historia”*.
El mensaje de Russell es
que si incluso una nada como el Ecuador**
te puede hacer sentir superpoderes, ese es el ejemplo más extremo del nacionalismo. Un puro acto de fe.
* Adoum,
Jorge Enrique, ‘Ecuador: señas
particulares’, Eskeletra Editorial, Quito, 2000, sexta edición, p. 134.
**
En rigor, la historia de la humanidad puede contarse sin que el Ecuador conste ni
en un pie de página. Que en el cuento de Russell “todo el mundo” se haya
carcajeado, sólo lo confirma.
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