Entendamos, primero, que
el problema con la decisión de la red de farmacias Fybeca de no vender la
pastilla del día después es de índole moral.
La mencionada pastilla es un producto de medicina, y esta red de farmacias, muy
esperablemente, se dedica a la venta de fármacos. ¿Tiene que tenerlos todos a
disposición? No, tiene una amplia libertad para disponer de su oferta. El
problema, en este caso, no es que por razones de mercado no tenga X producto,
sino que ese X producto está excluido
de la venta por otras razones. En este caso, su razón para excluirlo es de
índole moral: por su moral basada en
su religión.
¿Qué es lo que prohíbe la
moral de Fybeca? En concreto, el acceso de los consumidores a una pastilla. Una
que debe ser muy importante, porque no en vano se excluye del mercado algo que
no tendría mala venta para privilegiar su postura moral. Pierde dinero (poco,
en el contexto de sus pingües ganancias) por ser una farmacia que defiende la
moral. Lo grave de impedir el acceso a esa pastilla es que contraviene las
recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de que medicamentos
esenciales, entre ellos la anticoncepción oral de emergencia, deben estar a
disposición de la población. Es también una política de Estado, como puede
observarse en este comunicado del Ministerio de Salud Pública, firmado por la
Ministra Verónica Espinosa:
Bien parada, la Ministra. |
Para mí, la decisión de no
comprar en Fybeca (y su red asociada Sana Sana) hasta que revise su política con
respecto a este tema de salud sexual y reproductiva, es sencilla de tomar. Si
un establecimiento da un buen trato, cuenta con la seguridad de mi regreso; si
da un trato malo, nunca vuelvo: así ha sido, desde chiquito. Y este es, para
mí, el equivalente a un “trato malo”: una empresa farmacéutica renuente a cumplir
con los estándares de la Organización Mundial de la Salud, da un “trato malo”.
Pone en dificultades (no insalvables, es cierto, pero jode al fin y al cabo) a
mujeres en asuntos de salud pública. Eso, desde mi punto de vista, es ofrecer
un “trato malo” a la sociedad en la que está inserta esta empresa, que es el segundo
grupo de farmacias más grande del Ecuador. Y mucho más con las cifras vergonzosas
que tenemos en materia de embarazo de adolescentes en este pequeño país
de remilgos hipócritas.
La Ley no dispone una
obligación en cabeza de Fybeca para tener en venta la pastilla del día después.
Esta no es una lucha legal.
Es una lucha en
desigualdad de condiciones entre dos fuerzas del mercado: una empresa que
factura 490 millones anuales versus sus consumidores. Sin nosotros, la empresa
no es nada. Pero atomizados, los consumidores no somos nada frente a ella. Es
manido, pero real: únicamente nuestra unión hará la fuerza.
Esta unión (esta fuerza)
sería un creciente montón de decisiones individuales, elocuentes o silentes, de
que así como la red de farmacias Fybeca y Sana Sana colocan su moral por encima
de las recomendaciones de la OMS y de las políticas públicas del Estado, los
consumidores que pensamos que el respeto a esos estándares internacionales y
nacionales es un requisito para comprar en dichos establecimientos, nos
comprometemos a no comprar en ellos nunca más, a optar por otras alternativas
en el mercado. Es decir, juzgar a Fybeca (y por extensión, a Sana Sana) como
ellos se atreven a juzgarnos a nosotros: seremos fuertes, si somos muchos los comprometidos
a someter a estas farmacias a nuestros estándares morales. Tenemos cómo
justificar nuestra acción: será nuestro esfuerzo por civilizarlas.
Porque si por una decisión
generalizada de unos consumidores dispuestos a sujetar a altos estándares
morales a una corporación que factura 490 millones de dólares al año, las
ventas de ella se llegaran a reducir en un porcentaje que preocupe a sus
administradores y dueños, su moral arderá en las brazas de la economía, como
suele suceder cuando el ideal de las empresas (máquinas para hacer billete, al
fin y al cabo) hace crash bum bang
con la realidad de los números.
Y la realidad podría ser:
si nos comprometemos como consumidores, le torcemos la voluntad a la pinche
Fybeca, a la que buena falta le hace un baño de Siglo XXI.
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