Es asombroso cómo la clase
política gobernante del Ecuador muestra sus miserias de una forma tan grosera.
El “régimen de transición” que se aprobó el 4 de febrero de 2018 por la votación
popular expresada a favor de la Pregunta 3 y su Anexo en el Referéndum de ese día,
aprobó las reformas constitucionales al Consejo de Participación Ciudadana y
Control Social. Ese 4 de febrero fue el mejor día para el Gobierno de Lenin Moreno:
fue el día que el pueblo ecuatoriano aprobó su proyecto de Consulta Popular y Referéndum
de manera íntegra (un triunfo 10/10) y que venció a la propuesta contraria de
Rafael Correa, con lo cual (aunque el Gobierno le jugó sucio y con cancha
inclinada a Correa -como un informe de la OEA reconoce claramente) tuvo
la legitimidad para empezar la persecución en contra de Correa y de todo lo que
tenga tufo a “correísmo”, lo que enseguida puso en práctica.
Por el Referéndum del 4 de
febrero de 2018 se aprobaron las reformas a la Constitución relativas a este órgano
del Estado. El pueblo aprobó que termine el mandato de los consejeros en
funciones a febrero de 2018, pero NO para
eliminar después el órgano, sino para instalar un Consejo de Participación
Ciudadana y Control Social “en transición” que lo reemplace (que es el que está
actualmente en funciones, presidido por el Notario Cabrera de la Política,
ese casi nonagenario crack que ha
hecho en el gobierno lo contrario de lo que ha predicado en la academia,
pero que se la pasa de alivio por tener un estatus de anciano inimputable para
los medios de comunicación) y fijó el pueblo un plazo y una orden claras:
dispuso que el Consejo del Notario deberá ejercer sus funciones “de forma
improrrogable hasta que se instale el
nuevo Consejo”.
Es decir, tan sencillo
como esto: la voluntad popular expresada el 4 de febrero de 2018 dispuso que
haya un nuevo Consejo de
Participación Ciudadana y Control Social. Punto. ¿Entonces, por qué eliminarlo?
De hecho, la voluntad
popular decidió que se elija este “nuevo Consejo” y que se lo haga en ciertas
condiciones específicas por él decididas. Ese 4 de febrero, el pueblo
ecuatoriano reformó la Constitución, específicamente el artículo 207, para que en
adelante se elija a este nuevo Consejo por votación popular. El 207 quedó así: “Las
consejeras y consejeros serán elegidos
por sufragio universal, directo, libre y secreto cada cuatro años
coincidiendo con las elecciones a las autoridades de los gobiernos autónomos
descentralizados”.
Es en cumplimiento de este
cambio dispuesto por la voluntad del pueblo en las urnas que el Consejo
Nacional Electoral convocó a las primeras elecciones de este “nuevo Consejo”, que
se celebrarán este 24 de marzo, es decir, en diez días. Será la primera vez que
el pueblo podrá ejercer el derecho al voto para conformar este órgano, un derecho que se atribuyó a sí mismo por reforma de la Constitución.
Por eso es que la clase
política gobernante muestra sus miserias de una forma tan grosera. El pueblo
manifestó su voluntad de reforma y de continuidad de una institución, y ahora,
sus mismos promotores, después de obtener la aprobación popular el 4 de febrero
sólo para darse cuenta después de que su desgobierno de estos meses no resolvió
nada sino que agravó las cosas (razón por lo cual ya no cuenta con la aprobación
del pueblo: el 70 % está arrepentido de haberlo votado) buscan desconocer lo que el pueblo
aprobó el 4 de febrero, porque ya no les conviene. En vez de someter el juego
de la política al derecho, como se hace en países institucionalizados, quieren
someter todo a los juegos de la política, aunque ello implique torcer de manera
manifiesta y grosera la propia voluntad popular que a ellas los legitima. Es
una vulgar canallada.
Porque es tan descomunalmente
grande su doble rasero, que el discurso del Gobierno para apelar al voto
popular del 4 de febrero de 2018 era muy distinto al que hoy postula. Antes
postuló que las reformas para que la designación de sus integrantes eran para
que pase a ser un órgano democrático y popular, supuestamente para enfrentar al
futuro de una manera distinta, superadora de los vicios del pasado. Es así que de
acuerdo con la “Justificación” del Gobierno para que el pueblo apruebe el
Referéndum, este nuevo Consejo de Participación Ciudadana y Control Social que
se iba a aprobar el 4 de febrero era una forma de conservar este “hito transformador”
de la Constitución, del que se buscaba retomar “el espíritu del Consejo de
Participación Ciudadana y Control Social”. Para el Gobierno de esa época, si se
aprobaba esta reforma constitucional por votación popular, ello implicaba “la
aplicación del principio constitucional de progresividad de derechos” y una
mejora de “los elementos de control ciudadano” sobre la gestión del nuevo
Consejo. En esta “Justificación”, el Gobierno declaraba que la decisión que el
pueblo ecuatoriano adoptara en el Referéndum del 4 de febrero de 2018 sería la
decisión “adecuada”.
Toda esta palabrería, para
a las primeras de cambio, abandonar su propuesta sin pena ni gloria. Si hubieran querido
eliminar al Consejo de Participación debieron
consultarle al pueblo del Ecuador ese 4 de febrero si, en efecto, tenía la
voluntad de eliminar a este Consejo. Pero no lo hicieron, e hicieron algo muy distinto:
le preguntaron al pueblo ecuatoriano si querían que haya en adelante, con
voluntad de permanecer en el tiempo (porque no se hace una reforma
constitucional por las huevas, gente),
un nuevo Consejo reformado, a lo que el pueblo dijo que sí. Hoy quieren cagarse
en esa voluntad popular (a pesar de que es ella misma la que sirve de base para
todo el llamado “régimen de transición”, este fracaso coral que vivimos) pues ya
no les sirve a sus fines políticos. Temen no poder controlar a este nuevo
Consejo, así que mejor (para sus fines políticos) lo quieren eliminar. Aunque
eso implica ir en contra de la voluntad popular. Aunque eso implique hacer a última
hora, improvisadamente, lo que debieron hacer en otro momento. Aunque sobre
esto último, pues no es nada nuevo: forma ya parte de las tradiciones
institucionales incipientes de este fracasado “régimen de transición”.
Estas son las miserias de
nuestra clase política gobernante, expuestas de la forma más grosera: hay cómo leer
esta arremetida contra el nuevo Consejo de estos últimos días (el foro del CNE,
las opiniones del Notario, la acción de inconstitucionalidad por omisión de Rafael
Oyarte, el extemporáneo proyecto que presentó la desorientada Presidenta de la
Asamblea Nacional, etc.) como lo que es: una medida desesperada por su
incapacidad para gobernar. Es lo que hay, y tiene hondo tufo a hipocresía y
subdesarrollo.
Ese 4 de febrero, en el
Gobierno, fueron felices y tuvieron el favor popular, y en menos de catorce
meses de renta, lo han dilapidado. Hoy se sostienen por una mezcla mediocre de retaceo
y de prepotencia. En base a esta última, es que quieren cargarse lo mismo que
ellos pidieron al pueblo que exista, ese día en que fueron felices. Ese 4 de
febrero que ya parece tan lejano en el tiempo (pues el “régimen de transición”
ha sido voraginoso y traquetero).
Y en base a lo primero, el
retaceo, es que podrán comprar un poco más de tiempo. Pero no mucho más. Un
Presidente que no gobierna, simplemente, no podrá sostenerse.
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