Las vergüenzas del futuro

27 de junio de 2019


Creo, por ejemplo, que se puede ser católico y no ser un pesado. Tener una postura como la que sostiene el columnista de diario El Universo, Alfonso Reece:

“Tampoco entiendo a los católicos que, en nombre de nuestra religión, se rasgan las vestiduras por la legalización del matrimonio homosexual civil. Todavía me acuerdo que en el catecismo me enseñaron bien clarito que quienes están casados solo por lo civil ‘no están casados’ para la Iglesia. Y es lógico, y teológico. Entonces, ¿cuál es el problema si cierto grupo de personas quieren tener uniones diferentes pero solo civiles, o sea que no tienen valor canónico alguno? Déjenles tener su fiestita en paz. Finalmente, cualquier legislación en esta materia tiene importancia relativa, porque Eros, el más poderoso de los dioses, se filtra por los resquicios de cualquier institucionalidad y se ríe de torquemadas y calvinos”*.

Realmente, cuando se lo piensa un poco, es que no se está atentando contra los derechos de los que no somos homosexuales cuando se les reconoce un derecho a los homosexuales: el matrimonio no es una torta, donde si uno come más, otro come menos. No es tampoco que se nos haya impuesto obligación alguna a los heterosexuales (una suerte de lotería que obligara a heterosexuales a casarse con homosexuales o, Jebú no lo quiera, a practicar esa pederastia tan sacerdotal): en nada nos afecta a los heterosexuales el que otras personas que no tiran como nosotros también puedan empezar a gozar de los dudosos beneficiosos que les pueda reportar la institución matrimonial.

En simple: el matrimonio es un derecho (reconocido en instrumentos internacionales, como la Convención Americana) y lo que se ha hecho en el Ecuador, vía una interpretación de la Constitución (basada, a su vez, en una interpretación de la Convención Americana) es ampliar el acceso a dicha institución jurídica, a fin de que se sumen a ella los que quieran, sin discriminación por su orientación sexual.

Así, el matrimonio es para quien lo desee, pues la reforma de la Corte Constitucional a nadie obliga a casarse. Y los que tienen ese espíritu de “torquemadas”, como descrito por Reece, si dejaran de ser metiches en la vida de los demás y se preocuparan por sí mismos, de seguro que contribuirían a mejorar el país (pues no joder, eso es ya una gran contribución).

Finalmente: luchar contra la ampliación de los derechos para otros no es luchar por una causa justa. Es ir a contramano de la historia (en este nuevo siglo, se ha adoptado ya el matrimonio igualitario en veintinueve países) y obtener un espacio seguro en la memoria de las generaciones futuras como las vergüenzas de sus familias.

Por ello, dejen de ser “torquemadas”. Es por el bien de su memoria.

* Alfonso Reece Dousdebés, ‘Torquemadas, erasmos, calvinos’, Diario El Universo, 24 de junio de 2019.

0 comentarios: