El 28 de mayo

28 de mayo de 2021

Un día como hoy se recuerda a la ‘Revolución Gloriosa’, la que sacó al abogado guayaquileño Carlos Alberto Arroyo del Río de la Presidencia de la República. Ocurrió el año 1944, a escasos meses de que Arroyo del Río concluya legalmente su período y con esta interrupción ‘revolucionaria’ el Ecuador cumplió 20 años seguidos sin que un Presidente de la República llegue a concluir su período. El último en hacerlo había sido el abogado chanduyeño (?) José Luis Tamayo entre 1920 y 1924.

 

De Tamayo a Arroyo del Río fueron años de desastre institucional, pero un repaso de la historia daría cuenta de que este desastre institucional es común a todos los períodos de la historia del malhadado Ecuador. En el proemio de su libro ‘Por la pendiente del sacrificio’, una de las tantas víctimas del continuado desastre institucional ecuatoriano, Arroyo del Río, lo puso en evidencia con prosa lustrosa:

 

Desde 1830 en que nos separamos de la Gran Colombia y formamos un Estado independiente, hasta 1845, predominó la pugna entre los elementos extranjeros que rodeaban al General Juan José Flores, y los nativos del Ecuador que lo combatían, hasta que se produjo el 6 de Marzo de 1845. Desde este año hasta 1860, es el período de la dispersión de fuerzas locales que pugnaban, dentro de una nacionalidad que parecía hallarse en tropiezos para encontrar su camino. De 1861 a 1875, se extiende la era garciana, de lucha implacable entre el poder reaccionario y subyugante y el espíritu liberal que pagó sus rebeldías con el cadalso y el azote, hasta que se consumó el atentado del 6 de agosto. De 1875 a 1895, muerto ya García Moreno, brota la rivalidad, unas veces armadas y otras no, entre las tendencias liberales y conservadoras, que produce el desangre del país y lo mantiene en perenne agitación sin lograr consolidarse, a través de los regímenes, en ciertos períodos liberales como el de Veintimilla, y en otros conservadores como el de Caamaño y quienes le sucedieron, hasta que estalla el escándalo del alquiler de la bandera, que trajo al Liberalismo al Poder. Desde 1895 hasta 1925, se extiende, con ligeros paréntesis de tranquilidad o de fatiga, la etapa de la lucha, más o menos exteriorizada, entre los conservadores inconformes con la pérdida de su hegemonía, y los liberales que tratan de asegurar el predominio de sus ideas; de la contienda por la implantación de las reformas liberales y de las discrepancias en el seno del Partido Liberal, hábilmente azuzadas por sus adversarios, todo lo cual comprende los espeluznantes sucesos de diciembre de 1911, enero y marzo de 1912 que descargaron sobre la república escenas lamentables de terror, a las cuales siguieron períodos de prolongadas revueltas armadas, de crisis económicas y de hervores sociales, en medio de los que se llegó a julio de 1925. Desde este hasta nuestros días [año 1967, N. del A.], el período de los cuartelazos, de las ingerencias militares en el mando del país, atenuadas por breves etapas de esfuerzo civilista, pero coronado de dolor y bochorno con la felonía de mayo y el régimen que de ella provino, y con la hegemonía armada a la que se han procurado halagar con todo género de concesiones y de prebendas’*.

 

Arroyo del Río concluyó su recuento histórico con una pregunta lacerante: ‘Total: ¿cuándo ha gozado el país de un tiempo de paz suficiente, que le permitiera estructurarse, desarrollar sus instituciones, cimentar su progreso?’. La respuesta en 1967, a día de hoy y todos los días: Nunca.

 

La ‘felonía de mayo’ es lo que hoy 28 se conmemora. Arroyo del Río la describió como ‘la cuartelada del 28 de mayo –obra de deslealtad y concupiscencia de ciertos elementos militares en servicio activo conjurados con ambiciosos políticos que no supieron dar cauces a su movimiento y desembocaron en la más desconcertada tropelía gubernativa’. Arroyo del Río concluyó su proemio con una rotunda afirmación: ‘El tiempo se ha encargado de probar si la felonía del 28 de mayo de 1944, ha traído la felicidad para el país, en el orden social, económico y gubernativo’.

 

La respuesta obvia es que el tiempo probó que no. Fue una revolución sin gloria.

 

* Arroyo del Río, Carlos Alberto, ‘Por la pendiente del sacrificio’, Banco Central del Ecuador, Quito, 1999, p. 42-43. Todas las citas corresponden a ‘Cuestiones fundamentales. Proemio indispensable’, pp. 1-107.

0 comentarios: