Publicado
en GkillCity el 30 de septiembre de 2011.
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Robin
Williams declaró alguna vez que la cocaína era la manera que tenía Dios para
decirte que estás haciendo mucho billete. La cocaína está asociada con harto
billo y con los años ochenta, en los que en el mundo se hicieron famosos los
cárteles (el de Cali y el de Medellín, principalmente) encargados de su
distribución. El consumo de cocaína provoca una euforia intensa, seguida de un
bajón depresivo que, en las peores de las circunstancias, puede convertirse en
autodestructivo. Esos efectos de la cocaína en sus peores circunstancias son
una metáfora precisa de los efectos que la súbita riqueza y el botín político
provocaron en el BSC, que empezaron en los años ochenta con una intensidad
exitosa, pero cuyo bajón depresivo y de autodestrucción le ha durado al equipo
más de un decenio.
BSC
era un equipo humilde, a diferencia de su rival de barrio (cuyo nombre no
manchará esta página, al que se conoce con el apelativo de “los millonarios”)
que se ganó, a pulso, el fervor popular. Al BSC lo fundaron inmigrantes
catalanes en mayo de 1925 y obtuvo épicas victorias ante el Millonarios de Di
Stéfano, Pedernera y Rossi (3-2, el 31 de agosto de 1949, con goles de Cantos,
Rodríguez y Lindor) y ante Estudiantes de la Plata (1-0, en la Plata, el 29 de
abril de 1971, con gol del mítico “Padre” Bazurko) que lo convirtieron en el
equipo más popular del país. Su palmarés era exitoso (al menos para los míseros
estándares nacionales de la época) y su popularidad tal, que como declamaba el
poeta Fernando Artieda, una vez que murió J. J., el pueblo borracho lloraba y
decía “solo nos queda
Barcelona”.
Es
en este escenario donde entra en escena la metáfora de la coca. El tránsito de
un equipo humilde y popular, que entrenaba en el Reed Park (o sea,
“pobre pero honrado”, como diario El Hocicón) a un boyante equipo que
podía pagarse los mejores jugadores (e incluso periodistas y árbitros, según
cuentan) provocó una euforia que BSC la vivió con intensidad en los ochentas y
que le duró hasta su último campeonato nacional del año ‘97 y la final de la
Copa Libertadores del ‘98. Durante ese período, el dinero fluyó, proveniente de
un suegro poderoso (que es el abuelo de quienes hoy dirigen el club,
curiosamente) y la euforia de un equipo que podía reivindicar para sí el título
de mejor del país (con estadísticas de respaldo) duró hasta esa noche del 26 de
agosto de 1998, en el estadio Monumental, cuando se perdió la final de la Copa
Libertadores 1-2 frente al Vasco da Gama. Desde ese momento, hace ya más de 13
años, empezó el bajón a partir del cual BSC sólo ha obtenido reproches,
provocado vergüenza y ganado absolutamente nada: ningún campeonato nacional y
sólo ocho participaciones internacionales (tres libertadores, tres merconortes,
dos sudamericanas) en todas las cuales nunca pasó de la primera fase, salvo en
dos en que alcanzó la segunda. Un bajón terrible, que nos ha costado a los
hinchas años de padecer a una turba de impresentables en el poder del equipo.
Porque
el problema detrás de esta sucesión de fracasos es el
socialcristianismo como enfermedad social. Un socialcristiano tras otro se
ha sucedido en la presidencia del BSC, cada uno en rapaz competencia para convertirse
en más mediocre y más turro que el anterior. Así, entre otros personajes,
tenemos al cuñado del presidente honorario, al pretendido delfín de Nebot (que,
como lo advirtió su patrón económico, “no
estaba preparado para ser Presidente de Barcelona. Lo hizo como deseo político”)
cuyo único legado positivo es haberse convertido en un “elegante
cadáver”, al ex diputado socialcristiano que admitió retirarse “con la satisfacción del deber
cumplido pero frustrado por lo deportivo” después de dejar al equipo
noveno entre doce (entonces, siendo una institución deportiva, ¿cuál deber
cumpliste, pedazo de mediocre?), y así por el estilo. En resumidas cuentas, la
administración socialcristiana del club (con estadísticas de respaldo) ha sido
un vergonzoso cártel de fracasados. El show cómico-mágico-musical que era “La Carabina de Ambrosio”
lo habría hecho mejor. By far.
Pero
el socialcristianismo ha salido del equipo y ese es, sin duda, un cambio
valioso y para mejor. Tengo que admitirles mi entusiasmo: in Zubeldía I
trust, me gusta el juego y la garra que le pone Damián Díaz, el equipo ha
ganado seis veces consecutivas en el Monumental (lo que en tiempos del bajón
coquero calificaba para “La Hazaña de la Plata”); nos falta todavía jubilar a
esa momia andropáusica que es Iván Hurtado (así como barajar, hagámonos el
favor, al presidente honorario inútil y mufa que tenemos) y mejorar el juego
colectivo y así ya vendrán tiempos mejores para los hinchas amarillos que tanto
los añoramos (y que empezamos a creerlos nuevamente, a juzgar por nuestra
multitudinaria asistencia al estadio). BSC ha logrado salir del bajón
autodestructivo en el que lo tuvieron politiqueros mediocres que, como bien lo
advirtió Esteban Michelena en un artículo de la Soho en la que salía el camión noboleño de
la Barzola, “Mucho le sacan la madre al querido cuadro del astillero.
Demasiado le cosechan, nada le siembran. Mucho le talan, tan poquito le ponen”.
Porque ya curados de la enfermedad socialcristiana, siempre se respira mejor.
Y, prueba de ello, a nuestro querido BSC mucho mejor le va.
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