Conozco y aprecio a
Marcela Aguiñaga y a María Mercedes Cuesta. Pero esto que escribo no se
relaciona con mi vínculo personal, es simplemente mi observación sobre su
conducta como legisladoras en relación con un tema sensible en nuestra
conservadora sociedad ecuatoriana: la tímida legalización del aborto para
incorporar los casos de violación a las eximentes de su procesamiento penal. Este
es un tema en el que comparto la visión de Gina Benavides, Defensora del Pueblo: “Obligar a niñas y mujeres víctimas de violación a ser madres,
violenta su derecho a vidas dignas y libres de violencia”. Creo que es la única
manera empática de entenderlo.
(Porque es como si: A alguien se le ocurriera que a “Martha”,
después de violada, en el caso de haber quedado embarazada, el Estado debería
obligarla a cargar con el fruto no deseado de ese acto de violencia en contra
suya, o meterla presa si ella se niega a hacerlo. Es una idea enferma, porque
es fácil advertir un abuso continuado y casi sádico en contra de una mujer. En
el caso de “Martha”, perpetrado a dos manos entre tres infradotados y el Estado.
Tal es la Ley en el Ecuador, este arcaísmo es lo que se busca desterrar.)
Mi observación es que las dos
asambleístas que menciono han comprendido el rol de un Estado en una democracia
plural: no imponer una visión personal sobre un tema (por muy valioso que éste sea
para los creyentes de la fe católica) porque la ética laica debe ser “sustento
del quehacer público y el ordenamiento jurídico” como lo dispone nuestra
Constitución en su artículo 3 núm. 4. (No es tan asombroso que se disponga una
norma así en uno de los países más curuchupas de América: somos aficionados a
la “letra muerta”).
Esto es un elogio de las
asambleístas Aguiñaga y Cuesta, porque han llegado a la cívica comprensión de
que en su rol como legisladoras no pueden legislar desde su dogma de fe. La
frase que cifra su comprensión fue dicha por María Mercedes Cuesta en su
intervención en la sesión No 565:
“Reconozco
y respeto que el Ecuador es un Estado laico y que la religión, de ninguna
manera, puede inmiscuirse en la legislación, de ninguna forma. Mi moral y mi
religión no pueden prevalecer sobre el bien común”*
Sospecho de todo aquel que
diga que piensa lo mismo desde siempre. No me parece que a este fruto de la
pereza mental merezca adjudicársele ningún título de mérito.
Aprecio a la gente que
acomete el esfuerzo de comprender y enmendar. Creo que ese es el mérito de Aguiñaga
y Cuesta: no siempre pensaron así, pero en el camino tuvieron el valor de
cambiar, de aceptar que la realidad es más compleja que las estrecheces de un
dogma y que no se le puede imponer a otros desde la fe. Chapeau.
Nuestro drama como
sociedad es que, a diferencia de Aguiñaga y Cuesta, en la Asamblea Nacional hay
demasiados que se han acostumbrado a pensar algunas cosas desde chiquitos y se
mantienen inmutables (sin que en esto haya mérito alguno) y caen en el error de
creer que sus dogmas pueden y merecen estar en una ley. Idiotas**, que únicamente miran su interés y
que no comprenden su rol en una compleja comunidad cuya realidad no tiene
porqué acotarse a las estrecheces de su pensamiento religioso*** y que bien harían en tratar de
comprender: centrarse menos en su dogma y buscar más la empatía con las víctimas
de abusos (a “Martha”, cara a cara, ¿qué le dirían?).
La Asamblea Nacional está
repleta de legisladores que tienen miedo a pensar distinto porque no están
acostumbrados a pensar por cuenta propia, únicamente a repetir los dogmas que les
enseñaron de chiquititos e incomodar lo menos a (o buscar el agrado populista
de) el electorado católico. Por cada Marcela Aguiñaga y María Mercedes Cuesta,
hay diez Pedro Curichimbis y Héctor Yépeces. Esa es nuestra tragedia.
Y porque se atrevieron a
pensar distinto y por sí mismas (el viejo e ilustrado sapere aude), es que escribí este elogio.
* Drop the mic. La postura de Marcela
Aguiñaga consta en su blog bajo el título “Aborto por violación, mi postura”.
** No offense: está dicho en el sentido griego del término, como gente que no piensa en el bien común (aunque no descarto alguna condición médica en
algunos).
*** Para
argumentar esta idea el ejemplo del triunfo imparable de los Testigos de Jehová es oportuno.
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