Hace diez años, por estos mismos meses, yo era profesor de filosofía del Colegio Javier. Aquello fue, digámoslo, un simpático caos del que conservo varios buenos amigos y gratos recuerdos. Yo ganaba en sucres y padecía una afiliación al seguro social. Mi cheque, creo recordarlo bien, era de 800.000, mucho dinero para quien suele gastarse el fuerte de su billete en libros, bares y viajes. Esa experiencia acabó hace un poco menos de diez años (cuando en octubre del ’98 participé como organizador de un Congreso de Derecho Internacional que se celebró en Guayaquil) y no había regresado al Javier, o no recuerdo haberlo hecho, desde aquel lejano entonces hasta la mañana de ayer, cuando concurrí a participar a impúdicas horas de la mañana (08h00) de un conversatorio con estudiantes de los sextos cursos.
Entiendo que el honor de esta invitación se lo debo a la conjunción de voluntades de los amigos Erick Leuschner, que formuló la recomendación, y Roberto Marcos, que la llevó a buen puerto, con el respaldo del P. Gustavo Calderón S. J., rector de la institución. En fin, allí estaba yo, para intentar explicarles a estos estudiantes de sexto curso mis impresiones sobre el texto constitucional.
Empecé por lo obvio, por la necesidad de razonar el voto y explicar que lo que yo pretendía era ofrecerles unos pocos argumentos para pensar la Constitución. De inmediato señalé que, en razón de mi formación en materia de derechos humanos, me interesaba destacarles de la Constitución su relación con dos principios fundamentales de la organización política de una sociedad: el respeto a la autonomía individual y la promoción del autogobierno colectivo. En ese sentido, me interesó destacarles a los estudiantes, en concreto, tres cuestiones del texto constitucional: las garantías, los mecanismos de participación y la creación de políticas e instituciones públicas.
Seré breve: sobre lo primero, enfaticé lo evidente: el texto de garantías del proyecto de nueva Constitución es mucho más amplio, detallado y mejor redactado que el de la Constitución del ’98. En consecuencia, este texto sirve mucho mejor al propósito de hacer efectivos los derechos que se relacionan con nuestra autonomía individual. Sobre lo segundo, los mecanismos de participación son mucho más amplios y detallados, e incluyen la participación en ámbitos que antes eran cotos cerrados sujetos a la intervención del Congreso Nacional y otros autores, cómplices y encubridores de la institucionalidad. En consecuencia, estos mecanismos de participación cumplen mucho mejor con el propósito del autogobierno colectivo. Sobre lo tercero: más allá de las críticas de convertirse el Estado en Ogro Filantrópico (al menos los ensayos de Octavio Paz tenían gracia) enfaticé que el texto constitucional intenta tomarse en serio las promesas que formula su parte dogmática (los derechos) con un desarrollo concreto de políticas públicas e instituciones cuya obligación es cumplir esos derechos.
Enfaticé además, otra obviedad: ningún diseño institucional es perfecto y libre de corrupción y politización (ni éste, ni ningún otro, porque las instituciones las componen y administran los seres humanos, y ya se sabe…) pero el que los ciudadanos tengamos las herramientas para obligar a los políticos a cumplir con sus promesas (porque sabemos que los políticos prometen de acuerdo con sus expectativas y cumplen de acuerdo con sus temores) coloca la responsabilidad sobre nuestros ciudadanos hombros… y a partir de entonces, el proceso puede triunfar o fracasar, puede o no llegar a buen puerto. Pero ya no podremos escondernos en la fácil cobardía de decir, si fracasamos, “la culpa es de los otros”.
Luego vinieron las preguntas (punzantes y argumentadas, Constitución en mano: bien, los muchachos -lo único que lamenté de este auditorio es que sea público exclusivamente masculino. Acepto –promuevo- invitaciones de colegios mixtos o de personal femenino, eh) y café con tortilla de verde en el rectorado. Un intercambio de corteses trivialidades (y otras que no tanto) con el P. Gustavo Calderón, una promesa de participar con mucho gusto en toda otra actividad académica a la que me inviten y un volveremos a vernos pronto en el matrimonio de Erick, porque Gustavo será quien lo oficie. En definitiva, esta experiencia de diálogo matutino y juvenil me recordó e hizo sentir aquella frase de Joaquín Sabina, dicha con mucho humor cuando se acercó a recibir un premio: “la juventud, venimos arrollando”. La suscribo.
Entiendo que el honor de esta invitación se lo debo a la conjunción de voluntades de los amigos Erick Leuschner, que formuló la recomendación, y Roberto Marcos, que la llevó a buen puerto, con el respaldo del P. Gustavo Calderón S. J., rector de la institución. En fin, allí estaba yo, para intentar explicarles a estos estudiantes de sexto curso mis impresiones sobre el texto constitucional.
Empecé por lo obvio, por la necesidad de razonar el voto y explicar que lo que yo pretendía era ofrecerles unos pocos argumentos para pensar la Constitución. De inmediato señalé que, en razón de mi formación en materia de derechos humanos, me interesaba destacarles de la Constitución su relación con dos principios fundamentales de la organización política de una sociedad: el respeto a la autonomía individual y la promoción del autogobierno colectivo. En ese sentido, me interesó destacarles a los estudiantes, en concreto, tres cuestiones del texto constitucional: las garantías, los mecanismos de participación y la creación de políticas e instituciones públicas.
Seré breve: sobre lo primero, enfaticé lo evidente: el texto de garantías del proyecto de nueva Constitución es mucho más amplio, detallado y mejor redactado que el de la Constitución del ’98. En consecuencia, este texto sirve mucho mejor al propósito de hacer efectivos los derechos que se relacionan con nuestra autonomía individual. Sobre lo segundo, los mecanismos de participación son mucho más amplios y detallados, e incluyen la participación en ámbitos que antes eran cotos cerrados sujetos a la intervención del Congreso Nacional y otros autores, cómplices y encubridores de la institucionalidad. En consecuencia, estos mecanismos de participación cumplen mucho mejor con el propósito del autogobierno colectivo. Sobre lo tercero: más allá de las críticas de convertirse el Estado en Ogro Filantrópico (al menos los ensayos de Octavio Paz tenían gracia) enfaticé que el texto constitucional intenta tomarse en serio las promesas que formula su parte dogmática (los derechos) con un desarrollo concreto de políticas públicas e instituciones cuya obligación es cumplir esos derechos.
Enfaticé además, otra obviedad: ningún diseño institucional es perfecto y libre de corrupción y politización (ni éste, ni ningún otro, porque las instituciones las componen y administran los seres humanos, y ya se sabe…) pero el que los ciudadanos tengamos las herramientas para obligar a los políticos a cumplir con sus promesas (porque sabemos que los políticos prometen de acuerdo con sus expectativas y cumplen de acuerdo con sus temores) coloca la responsabilidad sobre nuestros ciudadanos hombros… y a partir de entonces, el proceso puede triunfar o fracasar, puede o no llegar a buen puerto. Pero ya no podremos escondernos en la fácil cobardía de decir, si fracasamos, “la culpa es de los otros”.
Luego vinieron las preguntas (punzantes y argumentadas, Constitución en mano: bien, los muchachos -lo único que lamenté de este auditorio es que sea público exclusivamente masculino. Acepto –promuevo- invitaciones de colegios mixtos o de personal femenino, eh) y café con tortilla de verde en el rectorado. Un intercambio de corteses trivialidades (y otras que no tanto) con el P. Gustavo Calderón, una promesa de participar con mucho gusto en toda otra actividad académica a la que me inviten y un volveremos a vernos pronto en el matrimonio de Erick, porque Gustavo será quien lo oficie. En definitiva, esta experiencia de diálogo matutino y juvenil me recordó e hizo sentir aquella frase de Joaquín Sabina, dicha con mucho humor cuando se acercó a recibir un premio: “la juventud, venimos arrollando”. La suscribo.
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