En busca del italiano, esa era la consigna de mi viaje a Bucay este domingo en la mañana. Mi primo Miguel quería comprarse una galonera de puro para matizar sus noches; yo andaba de afán por conocer ese restorán que ya en muchas ocasiones me se había aparecido en conversaciones sobre la buena mesa (la primera, además, dicha fue por una tana: muy buen augurio). Mis referencias, hasta el domingo, eran escasas: primero, Bucay, un pueblo situado todavía dentro de los límites del amputado Guayitas el Mapa en la frontera con Chimborazo (en realidad, dentro del pueblo y a escasos metros de ingresar al mismo una enorme valla anuncia: Bienvenidos a Chimborazo, -¡uh?) a 137 m.s.n.m. y poblado por 3.124 individuos, cuyo nombre original es General Antonio Elizalde y cuya fama, nacional e internacional, débela al tajo que mutiló un pene a miles de kilómetros de distancia, en el condado de Manassas, Va., EE. UU., que ejecutó con precisión cirujana la manicurista Lorena Leonor Gallo Coronel, nacida en Bucay en 1969, en la humanidad de su esposo, el marine John Wayne Bobbit, nacido en Buffalo en 1967, quien una vez que le fue reimplantada su poronga (operación de nueve horas y media mediante) se dedicó a explotar el aspecto de su singular miembro en la variada industria del porno con películas tales como John Wayne Bobbit: Uncut y Frankenpenis, probándonos de esta forma, con sobra de merecimientos, su triste condición de subnormal profundo. Mi segunda referencia era la noticia de un italiano en estos pagos, que en mi imaginación gozaba del desparpajo suficiente como para preparar risottos ai funghi porcini en este fin de mundo y acompañarlos con vino de su país. En la práctica, ambas cosas (doy fe) el tano las hace con talento.
Dos horas de viaje sin informantes: los compañeros del bus Santa Martha nos dijeron alegres que en Bucay podíamos conseguir muchísima fritada y comida china; pero que ni puta idea de ningún italiano en los alrededores. El último tipo al que le preguntamos, sin embargo, atinó a decirnos que le parecía que el italiano estaba al otro lado del puente. No tenía la precisión del corte de la Bobbit, pero al menos era mejor que la noticia de un chifa. Llegamos a Bucay y empezamos las averiguaciones del dato pepa y empezamos a caminar en dirección al puente aquel que nos indicó el amable caballero que sabía un poco más de quienes nada sabían. Preguntándole a las madrinitas, fuente de información certera donde las haya, nos enteramos que el ínclito y noble pueblo de Bucay y el italiano en cuestión mantenían una relación, pero no del tipo tano en Bucay, sino más bien de tano en las cercanías de Bucay. Después del cacareado puente aquel, teníamos que salir del pueblo, caminar entre quince minutos y media hora, pasar otro puente y subir una loma, para encontrarnos con el tano-restorán a nuestra izquierda. En quince minutos y poco más, sucedió tal cual dicho por el madrinataje.
El restorán del tanito tiene onda, un tricolor italiano y un letrero que explicaba al viandante que ese sitio se llama Piccola Italia. Tiene dos ambientes, uno cerrado en plan trattoria y otro abierto en plan asadero. El tano le hace a la comida típica tanto como a la italiana (yo doy fe de la italiana). Cuando entramos a la trattoria, eso fue un bajón, sonaba el papanatas de Arjona. Hicimos un pedido rápido y nos fuimos por dos risottos, uno Mar y Tierra para este servidor, uno a los cuatro quesos para Miguel, y salimos a esperarlos colgados de una hamaca. Plus, una botella de vino italiano, frappato siciliano, que se nos dejó querer muy bien, unas brushetas y unas bucareñas, las que fueron todo un suceso, licor de Bucay alla limoncello, o sea purito con limón, azúcar y sabrosura, buenérrimas las condenadas. A tres por nuca + botella de vino: bonito. La comida fue muy buena, el ambiente, una vez superado el grave escollo de escuchar al Sabina after lobotomía que es este papanatas guatemalteco de Arjona, muy acogedor, con la tele puesta en la RAI y música italiana (un romanticismo medio berretón a decir verdad, como el del choricero aquel de Ramazotti) de fondo. El tano (que se llama Franco) te atiende personalmente y se sienta a conversar contigo. Ese domingo era, para Franco, día especial porque él es romano e hincha de la Lazio (me cayó tan bien este compadre que hasta se lo perdono) y ese mismo domingo se jugaba el clásico Lazio-Roma. El tipo conversó amable hasta que la RAI empezó a transmitir los preparativos del encuentro. Entonces Franco, hincha disciplinado, se fue a sentar solano frente al televisor a padecer su domingo como si estuviera en el Olímpico cuando su realidad era que estaba en esta tierra de nadie a miles de kilómetros de su querida bota itálica. Se lo notaba tenso a este pana, su equipo jugaba al pedo, aunque la verdad el fútbol italiano es al pedo, a mí me aburre mucho. Pero él era hincha, qué le vamo’ a hacer, lo suyo es la emoción, cosa ésta que El Negro Fontanarrosa, cada vez más mítico y siempre sapientísimo, conocía de memoria y de sobra y aquí está este cuento breve para probárnoslo.
Abandonamos al italiano y sus angustias cuando su equipo perdía 1 a o (el partido terminó con ese marcador adverso al pobre Franco que en despecho debe haberse liquidado todas las bucareñas de su modesto comercio). Ya era casi hora del partido entre Barcelona y el Quito, ese equipo cuya existencia la justifico para en algún momento escribir un cuento que incluya la frase, Oe, ¿a qué horas es que juega el Quito?, y Miguel y yo caminando sin apuro rumbo a Bucay, trippin’ el paisaje, mirando el río desde el puente o mirando desde el cercado una pradera que se extendía verde y prolija a partir de este hermosa pared de árboles que aparece en la foto. Ya entrando a Bucay nos encontramos con un futbolín y reeditamos Clásicos del Astillero como corresponde, Miguel azul y yo amarillo, en su mayoría se los gané y algunos con paliza. Luego jugamos contra una selección de niños de Bucay (los hijos del dueño de futbolín) y la selección de Gkill se impuso en un reñido primer campeonato 3-2. Pero si los niños cantores de Viena saben de música, los niños jugadores de Bucay saben de futbolines, nos cobraron venganza y nos dieron la del zorro, al final nos pasaron hasta un 5 a 0 inclemente y uno de esos pelados hacía una paradinha y la ponía al ángulo, Eto’o era una babosa al lado de ese muñequito de material deleznable, la requeteputaqueloremilparió. El dueño del futbolín, padre de estos aleves mozalbetes, mostró la amabilidad de la gente de nuestro campo y una noble conmiseración por dos citadinos que mordieron el polvo lugareño de la derrota y no nos cobró los juegos de futbolín con su prole. No solo eso: nos indicó que al frente vendían el puro que buscábamos, que los había en muchos sabores-bores-bores, yo vi varios y creo que hasta uno de pitufo chicle, pero Miguel optó por el sabor original y clásico, el puro purito, a cinco dólar varón, una ganga. Ahí mismo pasaba el bus de la cooperativa Santa Martha de regreso a Guayaquil, todavía no terminaba el partido del campeonato nacional y ganaba BSC 1 a 0. No avanzó ni 5 minutos el chingado bus y se le fue la señal a la radio. Me enteré del empate del partido que nunca vi por representar con discreto perfomance a la selección de Gkill en Bucay (y darle, eso sí, unas cuantas palizas a Miguel cuando yo usé el amarillo –ahora que lo pienso, la ínclita, noble y mozalbeta selección de Bucay usó a BSC para enfrentarnos: esa puede ser la clave de nuestras derrotas) por mensajitos al móvil, y mejor así, ese hecho no alcanzó a perturbarme la pestaña que me eché hasta el arribo a Guayaquil, ya entrada la noche.
Dos horas de viaje sin informantes: los compañeros del bus Santa Martha nos dijeron alegres que en Bucay podíamos conseguir muchísima fritada y comida china; pero que ni puta idea de ningún italiano en los alrededores. El último tipo al que le preguntamos, sin embargo, atinó a decirnos que le parecía que el italiano estaba al otro lado del puente. No tenía la precisión del corte de la Bobbit, pero al menos era mejor que la noticia de un chifa. Llegamos a Bucay y empezamos las averiguaciones del dato pepa y empezamos a caminar en dirección al puente aquel que nos indicó el amable caballero que sabía un poco más de quienes nada sabían. Preguntándole a las madrinitas, fuente de información certera donde las haya, nos enteramos que el ínclito y noble pueblo de Bucay y el italiano en cuestión mantenían una relación, pero no del tipo tano en Bucay, sino más bien de tano en las cercanías de Bucay. Después del cacareado puente aquel, teníamos que salir del pueblo, caminar entre quince minutos y media hora, pasar otro puente y subir una loma, para encontrarnos con el tano-restorán a nuestra izquierda. En quince minutos y poco más, sucedió tal cual dicho por el madrinataje.
El restorán del tanito tiene onda, un tricolor italiano y un letrero que explicaba al viandante que ese sitio se llama Piccola Italia. Tiene dos ambientes, uno cerrado en plan trattoria y otro abierto en plan asadero. El tano le hace a la comida típica tanto como a la italiana (yo doy fe de la italiana). Cuando entramos a la trattoria, eso fue un bajón, sonaba el papanatas de Arjona. Hicimos un pedido rápido y nos fuimos por dos risottos, uno Mar y Tierra para este servidor, uno a los cuatro quesos para Miguel, y salimos a esperarlos colgados de una hamaca. Plus, una botella de vino italiano, frappato siciliano, que se nos dejó querer muy bien, unas brushetas y unas bucareñas, las que fueron todo un suceso, licor de Bucay alla limoncello, o sea purito con limón, azúcar y sabrosura, buenérrimas las condenadas. A tres por nuca + botella de vino: bonito. La comida fue muy buena, el ambiente, una vez superado el grave escollo de escuchar al Sabina after lobotomía que es este papanatas guatemalteco de Arjona, muy acogedor, con la tele puesta en la RAI y música italiana (un romanticismo medio berretón a decir verdad, como el del choricero aquel de Ramazotti) de fondo. El tano (que se llama Franco) te atiende personalmente y se sienta a conversar contigo. Ese domingo era, para Franco, día especial porque él es romano e hincha de la Lazio (me cayó tan bien este compadre que hasta se lo perdono) y ese mismo domingo se jugaba el clásico Lazio-Roma. El tipo conversó amable hasta que la RAI empezó a transmitir los preparativos del encuentro. Entonces Franco, hincha disciplinado, se fue a sentar solano frente al televisor a padecer su domingo como si estuviera en el Olímpico cuando su realidad era que estaba en esta tierra de nadie a miles de kilómetros de su querida bota itálica. Se lo notaba tenso a este pana, su equipo jugaba al pedo, aunque la verdad el fútbol italiano es al pedo, a mí me aburre mucho. Pero él era hincha, qué le vamo’ a hacer, lo suyo es la emoción, cosa ésta que El Negro Fontanarrosa, cada vez más mítico y siempre sapientísimo, conocía de memoria y de sobra y aquí está este cuento breve para probárnoslo.
Abandonamos al italiano y sus angustias cuando su equipo perdía 1 a o (el partido terminó con ese marcador adverso al pobre Franco que en despecho debe haberse liquidado todas las bucareñas de su modesto comercio). Ya era casi hora del partido entre Barcelona y el Quito, ese equipo cuya existencia la justifico para en algún momento escribir un cuento que incluya la frase, Oe, ¿a qué horas es que juega el Quito?, y Miguel y yo caminando sin apuro rumbo a Bucay, trippin’ el paisaje, mirando el río desde el puente o mirando desde el cercado una pradera que se extendía verde y prolija a partir de este hermosa pared de árboles que aparece en la foto. Ya entrando a Bucay nos encontramos con un futbolín y reeditamos Clásicos del Astillero como corresponde, Miguel azul y yo amarillo, en su mayoría se los gané y algunos con paliza. Luego jugamos contra una selección de niños de Bucay (los hijos del dueño de futbolín) y la selección de Gkill se impuso en un reñido primer campeonato 3-2. Pero si los niños cantores de Viena saben de música, los niños jugadores de Bucay saben de futbolines, nos cobraron venganza y nos dieron la del zorro, al final nos pasaron hasta un 5 a 0 inclemente y uno de esos pelados hacía una paradinha y la ponía al ángulo, Eto’o era una babosa al lado de ese muñequito de material deleznable, la requeteputaqueloremilparió. El dueño del futbolín, padre de estos aleves mozalbetes, mostró la amabilidad de la gente de nuestro campo y una noble conmiseración por dos citadinos que mordieron el polvo lugareño de la derrota y no nos cobró los juegos de futbolín con su prole. No solo eso: nos indicó que al frente vendían el puro que buscábamos, que los había en muchos sabores-bores-bores, yo vi varios y creo que hasta uno de pitufo chicle, pero Miguel optó por el sabor original y clásico, el puro purito, a cinco dólar varón, una ganga. Ahí mismo pasaba el bus de la cooperativa Santa Martha de regreso a Guayaquil, todavía no terminaba el partido del campeonato nacional y ganaba BSC 1 a 0. No avanzó ni 5 minutos el chingado bus y se le fue la señal a la radio. Me enteré del empate del partido que nunca vi por representar con discreto perfomance a la selección de Gkill en Bucay (y darle, eso sí, unas cuantas palizas a Miguel cuando yo usé el amarillo –ahora que lo pienso, la ínclita, noble y mozalbeta selección de Bucay usó a BSC para enfrentarnos: esa puede ser la clave de nuestras derrotas) por mensajitos al móvil, y mejor así, ese hecho no alcanzó a perturbarme la pestaña que me eché hasta el arribo a Guayaquil, ya entrada la noche.
7 comentarios:
Anonimato, disimular la realidad para sacar prebendas es tu conclusión. Me recuerda la historia de Xavier Flores, articulista del Universo, que ocultó su vínculo laboral e ideológico, y su sumisión al régimen al momento de redactar la Constitución, tengo entendido que nunca informó al Uni(co)verso de su nueva condición reflejada en la conversión de discípulo del fanfarrón de Carondelet. Y esa omisión de empleado con reuniones en Carondelet, la utilizaba para seguir presentándose como escritor imparcial durante la campaña por la Constituyente.... Sí, anonimato, cobardía, mentiras, el primer recurso del x
Ufffff, qué aburrimiento, anónimo. No era difícil leer el post y darse cuenta de que se trata de otra cosa. Pero en todo caso: mi posición ideológica la he manifestado muchas veces y se sintetiza en los postulados de defensa de la autonomía individual y de promoción del autogobierno colectivo. Si quieres debatimos todos y cada uno de mis artículos escritos en el tiempo en que trabaje para la Asamblea Constituyente y estaré atento a que me cuentes cómo se demuestra que yo fui "discípulo del fanfarrón de Carondelet" o cómo difieren de postulados que defendí en artículos anteriores... Me temo mucho que no podrás soportar los torpes infundios que lanzas amparado en tu cobarde posición de anónimo. Suerte, pana. Salute.
Uff, linda verónica, le contaste o no a los del Unicoverso si trabajas directamente con el gobierno de Correa, defendiendo la Constitución? Contesta si hiciste anónimo ese pequeño hecho
Ummmmmm, anónimo, mala pregunta. Yo no estaba "defendiendo" la Constitución, estaba haciendo un análisis de carácter técnico de la misma. No era ese un puesto político, ni lo he utilizado como un tema político ni lo utilicé como tal en mis columnas (veo que no te animas a discutir el contenido de las mismas para intentar probar tus persistentes necedades). Tampoco tenía directriz ninguna de El Universo en el sentido de informarle de un puesto de esta índole; sólo la tenía en materia de cargos de elección popular y no era éste el caso, con lo cual no tenía la obligación de participarle al diario de este particular. Si no logras captar la diferencia, anónimo, entre la despreciable condición de anónimo y estos hechos que te argumento, será porque tu capacidad intelectual es lamentable o porque te obnubila la mala fe o por una triste mezcla de ambas cosas, ninguna de las cuales me interesa, por supuesto. Y, anónimo: ten la decencia de decir esta boca es mía, ¿puedes? ¿O es demasiado pedirte que intentes compensar la pobreza de tus preguntas con la dignidad de formularlas cara a cara? Suerte y buen viento. Salute.
Anónimo, por qué escribes tus necedades como comentario de este post, cuando no tienen nada ver con él. Abre tu blog también mejor para que te lean los que quieran y no los que están leyendo este blog!
Habria pensado y llevado a la tumba tal pensamiento, que Bucay era de esos lugares de este pais dignos unicamente de dejar al vuelo al imaginacion, o de algun mal pensamiento que se va por la carretera.
Despues de leido lo leido, hasta el detalle del misogino de Arjona y sin falsos feminismos, parece que podria visitar esa tierra de famosas.
Gracias al puro, a la italiana, al wireless y a ti Xavier, estos post que parecen no exigir opinion son tan bien buenos.
Amanda, muchas gracias por el comentario, todo un detalle. Y MicaelaDA, ¡gracias por el aguante!.
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