Quito y el capitán de un buque inglés que nunca llegó

22 de septiembre de 2018


Cuando los sucesos del 10 de agosto de 1809, la Suprema Junta de Quito buscó el apoyo de una nación extranjera para sostener sus aspiraciones de autonomía. La elegida fue Gran Bretaña porque era una aliada natural, por ser una nación opositora de los franceses, y porque tenía una armada de muchos barcos que surcaban los mares del mundo.

Primero lo primero: la revolución del 10 de agosto de 1809 no fue hecha contra España: fue hecha por España, o mejor dicho, por la administración borbónica del Reino de España, a imitación de lo que había hecho la Junta de Asturias. Es decir, se hizo contra la ocupación de las tropas del emperador Napoleón del territorio peninsular español, en definitiva, una acción contra los franceses, por lo menos en sus formas. Porque fue una acción realmente contra las administraciones virreinales de Lima y de Santafé. Fue la oportunidad histórica de Quito para sobreponerse a siglos de subordinación administrativa y aspirar a una mayor autonomía dentro del régimen administrativo español y recuperar algunos de los territorios perdidos en los años recientes (así como ampliarse a otros). Una movida ambiciosa.

Quito tomó esta oportunidad, pero su plan fracasó miserablemente. Como se ha demostrado en el artículo ‘Revolución y diplomacia: el caso de la primera Junta de Quito (1809)’, las noticias del 10 de agosto en las provincias vecinas “lejos de desencadenar un movimiento continental, provocaron la alerta de las autoridades, que extremaron las medidas de vigilancia. En Lima y Santafé, virreyes y oidores no sólo frustraron cualquier ímpetu subversivo, sino que además dirigieron la máquina guerrera que puso fin a la Junta Suprema de Quito”*.

En el camino, sin embargo, la movida del 10 de agosto dejó para la historia un desesperado oficio del Presidente de la Suprema Junta de Quito, el Marqués de Selva Alegre, dirigido al “capitán de cualquier buque inglés”. Allí se puede leer lo siguiente:

“Enemigos eternos del infame devastador de la Europa, Bonaparte, hemos resuelto resistir hasta la muerte á su tiranía, como lo ha hecho la gloriosa e incomparable nación inglesa. En su virtud el pueblo de este Reino ha separado del mando de él a los españoles que lo regían, sospechados de secuaces declarados de aquel monstruo, y ha creado una Junta Suprema Gubernativa.
Por tanto, yo como su presidente y a nombre de la misma, pido a usted armas y municiones de guerra que necesitamos, principalmente fusiles y sables. Sírvase usted traernos a cualquiera de los puertos de Atacames o Tola, dos mil fusiles, con sus bayonetas y dos mil sables de munición, pues serán satisfechos a los precios corrientes.
Apetece íntimamente esta Suprema Junta la más estrecha unión y alianza con su inmortal nación y la franquicia de nuestro comercio con ella. Sírvase usted proporcionarnos estas ventajas, poniendo nuestra intención y deseos en noticia de los comandantes de sus islas del sur, a quienes suplicamos se dignen pasar la misma al gabinete de San James y al augusto Monarca de los Mares”**.

Era un intento realmente desesperado del Presidente de la Suprema Junta de Quito: de las montañas debía bajar un enviado de la Suprema Junta para llegar a un puerto de mar a buscar un buque de bandera inglesa, ponerse en contacto con su capitán, lograr que ese capitán se interese por la causa expuesta y decida entonces transmitirlo a un comandante, el que también tendría que interesarse en ella para que, recién entonces, se la pueda hacer de interés a las autoridades en Londres, que son las que en definitiva podrían intervenir a favor de las autoridades de Quito. Del oficio firmado en Quito por Merry Jungle hasta el escritorio de un funcionario londinense había un camino demasiado azaroso, que incluía un improbable buque, e improbables voluntades. Era un camino muy difícil de recorrer para “un gobierno frágil, inestable y acosado por la guerra”***, como era el de Quito por esos días.

Por supuesto, valió intentarlo, aunque fuera únicamente para que la efímera Junta Suprema de Quito coseche otro estrepitoso fracaso. Las tropas de Popayán impidieron que el enviado de la Suprema Junta llegue siquiera a buscar a los buques de bandera inglesa, pues tomaron los puertos y sus alrededores antes de su llegada (el 18 de septiembre, cuatro días después de firmado el documento). El oficio del Marqués de Selva Alegre nunca conoció el mar.

Esta es la historia del primer intento de Quito de confraternizar con una nación extranjera. Y es digno de un guion de Monty Python.

** Ibíd., p. 363.
*** Ibíd., p. 363.

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