A día siguiente de
instalado el Consejo transitorio, el 7 de marzo, este órgano decidió la
destitución del Superintendente de la SUPERCOM, Carlos Ochoa. Fue el estreno del
Consejo transitorio en el mundo de las destituciones: sin evaluación, ni
derecho a apelar, ni nada. Primer día, primer funcionario cesado, de una. Sin base legal: la atribución de
la pregunta 3 era primero evaluar y, “de ser el caso”, dar por terminadas las
funciones de las autoridades. Lo que pasó con Ochoa es que simplemente lo
atropellaron. Su derrota fue un trofeo.
La destitución de Ochoa se
dio cuando el Consejo transitorio no había perfeccionado sus “facultades
extraordinarias”: los “encargos” recién nacieron a inicios de mayo. Así
que el Consejo transitorio optó esos primeros días de marzo por una solución más prosaica, que fue permitir que la propia SUPERCOM decida el
reemplazo. A día siguiente, 8 de marzo, la SUPERCOM designó a su Intendenta
General Técnica, Paulina Quilumba, como la nueva Superintendenta, en reemplazo
del caído Ochoa.
Tiempo después, el Consejo
transitorio dictó un Mandato por el que reguló la designación de la primera
autoridad de la SUPERCOM. Pero le entraron dudas: ¿Para qué nombrar a alguien
de manera definitiva, si no sabemos todavía si esta Superintendencia
subsistirá? Y, a pesar de que el Presidente Moreno envió una terna para la
designación de la autoridad definitiva, encabezada por Édison Toro, el Pleno
del Consejo pasó de hacer la designación. Optó por omitir el Mandato por
ellos mismos dictado, para el 23 de julio escoger, porque sí, al primero de la terna que
envió el Presidente de la República (Édison Toro) y designarlo “encargado”
de la SUPERCOM. De esta manera, si la SUPERCOM no subsiste, apenas se extinguirá
un “encargo”.
El saldo: un funcionario “encargado”
administra una institución incierta. Es la versión administrativa de vivir en
el limbo.
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