El tomo ‘Prosistas
de la Colonia’, editado en la Biblioteca Mínima Ecuatoriana (Puebla, 1960),
trae un sabroso discurso de Juan de León y Larrea, a mayores señas un
riobambeño de fines del siglo XVII, en el que defiende a los indios mediante un
ataque a los blancos. El discurso del friombabeño
León y Larrea se titula ‘Sobre la injusta
dominación de los indios, es decir el maltrato que hacemos de estos individuos
de nuestra misma naturaleza’ (pp. 347-352). Y no tiene pérdida.
En la parte de sus pullas contra el zapallento,
el buen León y Larrea defiende al indio de la acusación de embriaguez, no porque el
indio no sea borracho, que lo es, sino porque el blanco es peor: ‘Los vinos generosos, las mistelas dulces,
los rossolis, los ponches, las que llaman tumbagas, la chicha misma, se bebe a
mares, ya se hace gala la embriaguez, ya no se ven por las calles sino hombres
beodos, perdida la noble parte de la racionalidad…’.
Sobre la acusación de ociosidad, además de
desmentirla para el indio, se la imputa al blanco. Dice León y Larrea: ‘Veamos ahora, las ocupaciones de los
blancos: la mesa, el paseo, el baile, el juego, los espectáculos, son los más
de los días su más seria ocupación, y muchos de ellos en menos, pues no hacen
nada; proyectistas, elocuentes de boca, pero nada en la práctica’.
Y ya se pudre todo, cuando León y Larrea se refiere a
los vicios del indio en los poblados de los blancos (porque en tiempos
coloniales, los indios fueron reducidos a vivir en guettos que pasaron a
la historia como ‘república de los indios’) y dice que los indios ‘son voluptuosos,
estos mienten y trampean, estos engañan, estos roban, pero, ¿por qué?’ Eso ocurre, de acuerdo con el riobambeño León y Larrea, por una razón obvia: ‘por
la unión con los blancos. Por experiencia, los que no tienen tal comercio, los
que viven en los retiros, en los páramos, son unos hombres sencillos, humildes,
de buena ley, y con excelentes virtudes morales’. Los blancos los jodieron.
Y, claro, no
fuckin’ wonder: cruzaron el Océano Atlántico para ocupar su territorio y convertirlos
en mano de obra barata para beodos y proyectistas de pálida piel. Les
impusieron sus curas y su cruz.
Lo intuye León y Larrea, uno de su especie: el blanco,
en la América hispana, fue la peste.
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