Yo quiero escribir como el
Negro Fontanarrosa, para que después
se me acerque alguno y me diga: “me cagué de risa con tu libro” (de eso
van las aventuras de Mahuad, p. ej.). Y si de morir se trata, yo
quisiera morirme como el viejo Casale, tal como está descrito en el fabuloso
cuento del Negro 19 de diciembre de 1971, sobre el día que al viejo se lo llevaron a los tablones del
estadio a ver triunfar al equipo de sus amores (Rosario Central, los canallas) por sobre su clásico rival
(Ñuls, la lepra):
“¡La cara
de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese
viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar
yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque
te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante! Y cuando lo
vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre
viejo, un poco que todos pensamos: “¡Qué importa!” ¡Qué más quería que morir
así ese hombre! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años
rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la
esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando,
feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto
el orto a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que
hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir
la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa.”
Yo también.
P.S.
Se nota que en mi panteón particular de héroes, el Negro está allá arriba, en Olimpo VIP.
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