Por consistencia liberal,
no creo en la exigencia de ninguna calificación especial para la representación
política en el foro legislativo. Esos representantes son, en el mejor de los
casos, una expresión de la diversidad de un país (1). Si realmente se cree que todos los seres humanos nacemos
libres e iguales en dignidad y derechos (artículo 1 de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos), entonces no debe a nadie privársele de la posibilidad
de representar a otros si esa persona se siente en capacidad para ello y asume
el costo de hacerlo (una inversión de tiempo y recursos, con un resultado
usualmente incierto).
He escuchado y leído mucho
sobre la indignación por las candidaturas a la Asamblea Nacional. Mi
inteligente amigo John Dunn ha expresado su “asco” y ha sugerido que debería
votarse nulo (2). Realmente creo que
la respuesta fácil es indignarse y sentir asco por esos otros que han asumido
un costo personal que otros no. Y creo que lo realmente difícil es
comprometerse, no digo siquiera a ser candidato (menos ahora que la inscripción
de candidaturas ha cerrado) sino a conocer a otros candidatos que salgan del
radar de las “caras conocidas”.
Cuando John Dunn dice que hay
una “casi ausencia de candidatos alejados del escándalo y la farándula”, habría
que entender esa frase con el añadido de “conocidos” al lado de la palabra
“candidatos” (3). Porque las
matemáticas no mienten: son 3.793 candidatos a dignidades nacionales y las
“caras conocidas” del escándalo y la farándula apenas serán tres docenas (4). Hay
miles (más de 3.700, de hecho) candidatos que no son conocidos, “que resultan
inciertos para los votantes” (5).
Sufren el estigma de que “a esos no los conoce nadie”, sambenito con el que se
los suele desestimar enseguida. Pero si entonces la clave es ser conocido, ¿por qué
sentir “asco” por las únicas “caras conocidas” que se atreven a participar?
En mi opinión, el problema
no está en el que sirve a una estrategia (esto es, una “cara conocida” útil para
un movimiento o partido político, un “mal” de la mayoría de actores políticos en
esta elección) sino en el ciudadano que no busca informarse para decidir sobre su
voto y que espera hacerlo exclusivamente en función de las “caras conocidas”
(este ciudadano apático es transversal a todas las clases sociales y
segmentaciones usuales; es la inmensa mayoría). Si el foro legislativo resulta
a consecuencia de esta apatía, la expresión de una diversidad de “caras conocidas”,
basta pensar en lo que ofrece la TV nacional a diario y el resultado aparece obvio. Y estará en tu papeleta electoral.
Bottom line: Creo que es razonable no culpar a otros por haber
actuado de acuerdo con sus propios intereses (nadie está exento de ello) sino
más bien procurar la búsqueda de alternativas que salgan del radar de las caras
“conocidas”, así como difundirlas para el conocimiento de otros.
(1)
Los debates que plantea la representación política son enormes. Pero me
interesa apuntar a que en la sociedad ecuatoriana, la representación política
usualmente ha respondido a un electorado masculino, conservador, religioso,
blanco-mestizo y de clase media-alta. Estos lastres excluyentes de una amplia
diversidad los arrastramos por decenas de años y resultan muy difíciles de
superar (piénsese en el drama por el debate legislativo del aborto, para un ejemplo
reciente).
(2) John
Dunn, ‘Asco’, Diario El universo, 24 de noviembre de 2016. La propuesta de darle valor al voto nulo me resulta sumamente interesante.
(3) ‘3.793 aspirantes a dignidades nacionales, han registrado sus candidaturas ante el CNE’, Diario El telégrafo, 22 de noviembre de 2016.
(4) John Dunn, ‘Asco’, Diario El universo, 24 de noviembre de 2016.
(4) John Dunn, ‘Asco’, Diario El universo, 24 de noviembre de 2016.
(5) Ibíd.
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